[Ramonismo 27]
Marta
Sanz construye un relato de memoria desde la violencia humana con la palabra
como nexo temporal
SOMOS
todavía un gran silencio. Un país enlodado por las historias de los que yacen
en cunetas y fosas comunes fruto del odio y la violencia. Complicidades
criminales que se han ido sepultado con el paso de los años en estratos cada
vez más profundos para hacer de aquellos restos huesos que un chamán agita de
tanto en tanto para recordarnos de dónde venimos. Cada vez que un historiador o
un escritor decide remangarse y meter las manos en esas capas inferiores de
nuestra sociedad remueve nuestra conciencia, dignifica a aquellos que fueron
agraviados junto a sus familias y repara, en parte, la deuda que todavía tiene
esta sociedad con un dolor tan inexplicable como inexplicable es el desprecio
de las clases dirigentes por reconciliarse con ese pasado para aliviar nuestro
presente.
Marta
Sanz se ha subido las mangas hasta bien arriba para poner en nuestras manos
‘pequeñas mujeres rojas’, una novela editada por Anagrama en la que adentra en
ese bosque del terror a través de la historia de una mujer que se dedica a
localizar fosas de la Guerra Civil. Paula Quiñones es esa protagonista que
llega a Azafrán para afrontar una tarea que le abrirá las puertas del infierno.
Un camino de azufre por el que se adentrará para descubrir como todavía hoy
podemos estar muy unidos, a través de ese silencio cómplice, con los
descendientes de tantos actos de barbarie y cuyo gen violento todavía se
mantiene activo. ‘pequeñas mujeres rojas’ es una novela que fractura el
silencio, y lo hace a través de la palabra, esa palabra que, desde su
contundencia, es la única que puede despejar las sombras siniestras de ese
pasado de sangre y tierra, de una violencia muy presente en el libro y
magistralmente literaturizada por parte de la autora que sabe de la necesidad
de «darle palabra a la carne» como manera de azuzar nuestros sentidos y
convertir a aquella carne flagelada en notaria de una barbarie inherente a una
sociedad como la nuestra.
Esa
violencia forma parte de nuestro día a día, y ello sin hablar de una situación
de excepcionalidad, como lo pueda ser una Guerra. Violencia contra las mujeres,
violencia contra los animales, violencia contra los menores, en definitiva, una
sociedad incapaz de superar un atavismo cerval que nos condena a repetir
errores. Esa violencia está contenida en el texto como el magma que todo lo
vincula. El pasado y el presente, los personajes de ayer y los de hoy, como
explicación de una sociedad que ha edificado su convivencia sobre los restos de
un ayer que todavía continúa emitiendo sus fuegos fatuos. Secretos de ‘ovejas
negras’ e ‘hijos pródigos’ que en tantas familias armaron un escudo que los
amparaba ante la indolencia, ante ese mirar hacia otro lado que llegado a un
punto extremo puede volver a activarse para conducirnos de nuevo a la muerte y
a reproducir los vicios de una España que mantiene, en muchos aspectos,
demasiada caspa sobre sus hombros.
Junto
a la capacidad del libro para poner ante nuestros ojos esa permanencia de la
violencia, el otro gran mérito de Marta Sanz es cómo se despliega ese
purgatorio ante nuestros ojos, con una estructuración tan brillante como
inteligente, que reclama del lector su activación no solo como mero
acompañante, sino que exige que él mismo se adentre por esos caminos. Dividido
en diferentes partes, las voces mudan y nos sitúan ante la modificación del
relato y, por tanto, de quien debe acercarse a los hechos que se cuentan. Paula
nos narra su historia, pero también la cuenta a través de cartas dirigidas a
quien posteriormente asumirá dicha narración en primera persona. Miradas que se
van sumando a todas esas voces que dinamitan la espesura de las ‘voces bajas’,
que diría nuestro querido Manuel Rivas, para que ciertas historias no salgan de
los muros de piedra de las afinidades familiares. Miradas que también buscan su
anclaje en referentes culturales que Marta Sanz pone ante nosotros como
guijarros en el camino: Manuel Vázquez Montalbán, Dashiell Hammett, Juan
Rulfo... y así hasta componer un itinerario paralelo que no hace más que
escrutar al ser humano en su negrura más insondable.
Como
buena novela, y esta lo es, la historia que se cuenta es parte de un relato
mayor, de una historia común en un país al que tanto le flaquea su memoria
democrática, de ahí que a lo largo del texto la autora se aproxime mucho a cómo
somos, a cómo esta sociedad se ha ido alimentando de irresponsabilidades y de
procesos inacabados. «¿Quién dijo que la literatura no podía ser edificante?»,
se escribe en algún momento del relato y, ciertamente, la apuesta de Marta Sanz
por las ‘pequeñas mujeres rojas’ es una apuesta por la ejemplaridad, por la
necesidad de conocer para ser.
Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 6/06/2020
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