ME RECUERDA
nuestro preciado archivo la celebración hace diez años de la exposición ‘Los
mundos de Gonzalo Torrente Ballester’ que, en el Museo de Pontevedra, y bajo el
comisariado de Carmen Becerra y Miguel Fernández-Cid, ofrecía un impresionante
escenario sobre la obra y vida del escritor gallego que tan vinculado estuvo a
nuestra Pontevedra, levitante inspiración para la que es, no sólo una de sus
más importantes obras, sino una de las novelas más destacadas del siglo XX: ‘La
saga/fuga de JB’, y que casualmente, o quizás no tanto, da título a esta
sección de andanzas locales.
El repaso a
las fotografías tomadas por mi compañero Gonzalo García el día de aquella
inauguración me ha llevado a pensar en qué sería de todo ese ingente legado que
recuerdo entre lo abrumador de su contenido y lo didáctico que resultaba para
conocer al autor de ‘Fragmentos del Apocalipsis’, y cómo nuestra sociedad no
puede repetir, una vez que acabó el periplo de la exposición por las diferentes
ciudades vinculadas a Torrente Ballester, el lujo de encontrarse con esos materiales
cuando considere preciso, como disfrute de uno de sus tesoros literarios y
culturales más preciados.
La respuesta
se encuentra en la compostelana sede de su Fundación, en la rúa do Vilar, donde
el cofre torrentino se encuentra en hibernación a la espera de tiempos mejores,
de tiempos que apuesten más e intensamente por la cultura como motor para el
orgullo y como sustrato para el conocimiento de todos nosotros. Tiempos en los
que no todo venga condicionado por el dinero y la caprichosa apuesta de las instituciones
que muchas veces se dejan llevar por proyectos efímeros, mientras se cruzan de
brazos cuando tienen ante ellos oportunidades como la que presenta esta
Fundación con auténticas riquezas vinculadas a lo literario, histórico,
artístico y social, debido a la relevancia de Torrente Ballester y su papel
dentro de la cultura y sociedades española y gallega durante décadas.
Pensar en ese
Torrente Ballester encajonado debería motivar la reflexión general de quienes
llevan las riendas de nuestra cultura y que tanto énfasis ponen en situar en
posición de igualdad con otros sistemas culturales. Poseer a Torrente Ballester
en nuestro suelo, que fue el suyo, del que tanto se impregnó su escritura, pese
a no escribir en gallego (algo anecdótico frente a la profundidad y calado de
lo realizado), es un privilegio que todavía no hemos sido quien de valorar y
extraer el partido necesario. Cuando muchas de las expectativas de recuperación
cultural y turística en este ambiente vírico se cifran desde Galicia en el
próximo año Xacobeo, no estaría de más desterrar del olvido a quien hizo de
esta tierra inspiración y motivo, campana y piedra, bruma y amor, entre mitos y
leyendas en las que supo escudriñar, tras sus gruesas lentes, un imaginario
que, como pocos, nos identifica como país. Recuperar y exponer de cara al
público de forma permanente todos esos hitos vitales sería obligado para
cualquier sociedad que se precie.
También la
Pontevedra en la que residió, en la que se inspiró para esa novela increíble y
de la que él mismo dijo que vivió los mejores momentos de su vida, sigue en
deuda con él. Su vivienda en Arzobispo Malvar ignorada; sus palabras eternas,
tan cercanas a Pontevedra, ausentes de sus calles; y su figura, que tantas
veces caminó nuestras piedras, olvidada en forma de estatua, hasta el punto de
que el propio Valle-Inclán, desde su presencia en Méndez Núñez, parece no
entender ese esperpéntico desaire.
Publicado en Diario de Pontevedra 16/10/2020
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