Caminamos esta semana entre cuerpos de aves como hace justo 50 años hicieron Rod Taylor y Tippi Hedren por las calles de Bodega Bay. Pájaros llegados de quien sabe donde para atemorizarnos y hacernos dudar de un ecosistema envidiable, como el que hoy entendíamos propicio para nuestro desarrollo social pero que, a la vista de los asientos contables de Bárcenas, sin fotocopias por medio y admitiendo el puño y letra, vemos que no era así.
La cosecha cinematográfica del 63 no fue del todo mala, junto a la obra maestra de Alfred Hitchcock, Elia Kazan dirigió ‘América, América’, Visconti ‘El Gatopardo’, Billy Wilder ‘Irma la dulce’, Luis García Berlanga ‘El verdugo’ y Fellini ‘Ocho y medio’ (¡vaya ramillete, ya se lo decía yo! Llevo dudando toda la semana si metaforizar el ‘Barcenasgate’ con ‘Los pájaros’ o con la grandiosa película de Fellini, ya que entre las gaviotas del primero y el circo de personajes, a cada cual más histriónico, que se suceden en la obra del director italiano, uno no sabe bien por cual apostar. Leyendo el imprescindible libro de conversaciones entre François Truffaut y Alfred Hitchcock, ‘El cine según Hitchcock’, es el propio director el que despeja mis dudas tras leer porque le había interesado una pequeña novela de una escritora poco conocida, Daphne du Maurier: «No hubiera rodado la película si se hubiera tratado de buitres o de pájaros de presa; lo que me agradó es que se trataba de pájaros corrientes, pájaros de todos los días».
Y es que la clave está en los pájaros y en lo cotidiano, seres que aceptamos como inofensivos y con los que convivimos diariamente. Les aseguro que cada vez que veo a una de esas gaviotas lanzarse ávidas de alimento a las consumiciones de nuestras terrazas comienzo a ver pasar fotogramas de aquellas gaviotas hitchcocknianas y lo que menos me apetece es tomarme un café. Algo semejante me ha pasado esta semana en la que Pedro J. ha vuelto a marcar los tiempos del país, como hiciera en los ochenta con la corrupción en el PSOE y su financiación ilegal. Ahora le toca al PP. Los mismos pájaros pero con diferente pico y casi 20 años después. Pedro J. tiene algo de Alfred Hitchcock, y no lo digo por imaginarme a ambos sobando sus tirantes mientras paren otro de sus guiones, sino a esa posición divina que cada uno de ellos ejerce en sus producciones. Pocos directores, de cine, no de periódico, evidencian de una manera tan clara su presencia en sus obras como el director de ‘Vértigo’, una inmanencia que trasciende en muchos de sus planos, pero que en ‘Los pájaros’ es mucho más nítida. Esos planos cenitales simbolizan la presencia de un ser divino que gusta de regir los destinos de la comunidad, de poner en aprietos y juguetear maliciosamente con esos seres mundanos. Pocos directores, de periódico, no de cine, dejan tan clara su presencia como el director de ‘El Mundo’ en cada una de sus páginas. Sabedor de la importancia que tiene en la sociedad la prensa, Pedro J. también juguetea con los humanos, y entre ellos, con sus víctimas favoritas, los políticos. Su manejo de los papeles de Bárcenas lo hubiera firmado el maestro del suspense. «Imagínese a un hombre sentado en el sofá favorito de su casa. Debajo tiene una bomba a punto de estallar. Él lo ignora, pero el público lo sabe. Eso es el suspense», esta explicación canónica hecha por el director de cine, la está siguiendo paso a paso el director de periódico paseando su bomba contable de poltrona en poltrona. Lo peor es que frente a él solo se escucha un clamoroso silencio, la espaciosa huida entre gaviotas que, como en el final de la película, compone un escenario desolador en el que solo falta conocer las consecuencias.
Publicado en Diario de Pontevedra 13/07/2013
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