Bajo la ducha lo vi todo claro. Sumido en ese chorro mesiánico en el que frecuentemente se da lustre a las grandes ideas de la humanidad, decidí que hoy no les iba a soltar el rollo que tenía pensado sobre la risa como algo que teme toda religión. Ya no les hablaría del segundo libro de ‘Poética’ de Aristóteles, ni de Umberto Eco y ‘El nombre de la rosa’, ni le daría motivos al Papa Francisco para ponerme un ojo morado o a algún yihadista para que se animase a realizar una visita por la redacción tras haber hecho uso de mi libertad de expresión. Allí, bajo ese chorro de agua matinal en el que se hace repaso del día anterior y se establece la agenda del que comienza, solo pensaba en las cosas del destino, en cómo éste coquetea con nuestras vidas. ¿Cómo si no se entiende que el mismo día en que Manuel Jabois se va a El País se muera José Luis Alvite?
Uno no es mucho de creer en estrellas que se apagan y otras que se encienden, en conexiones extrañas entre almas y vidas, entre mentes y tiempos, pero recién acabado el fascinante libro póstumo de Antonio Tabucchi, ‘Para Isabel’, en el que una búsqueda personal lleva al protagonista a atravesar varios círculos concéntricos hasta ese centro en el que encontrar las respuestas a su pasado, no puedo dejar de preguntarme cómo hay situaciones aparentemente lejanas que convergen entre sí. La muerte de José Luis Alvite, un planeta único, un lobo solitario anclado a la barra de su Savoy, nos deja sin uno de esos articulistas imprescindibles para poder mirar a nuestra sociedad de otra manera, esa que solo el descaro y la audacia y el no rendir cuentas a nada y a nadie, es capaz de meterse en un puñado de palabras envueltas en humo y alcohol.
Firma su marcha Alvite con Manuel Jabois entrando en El País, un ceremonioso traspaso de poderes desde la lucidez del articulista. Esa hermandad que se ha avivado y mucho en los últimos tiempos desde los medios de comunicación, sabedores de que la reflexión y la palabra regurgitada se impone en el papel cada vez más a la noticia chorreante y fugaz que tiene en las redes sociales su ecosistema natural. El día de autos Manuel Jabois fue trending topic, eso, para que lo entienda mi madre, es que Jabois fue muy importante y que todo el orbe hablaba de él. Desde la plaza de la Peregrina hasta el Mediterráneo una parte de este país se sorprendía y valoraba al mismo tiempo su marcha de El Mundo, sopesando el que Casimiro García Abadillo, su director, (esto antes con Pedro J. no hacía falta explicarlo), le dejara ir, al tiempo que le abría las puertas a firmes promesas del periodismo como Esperanza Aguirre, Nicolás Redondo y Andrés Aberasturi, en lo que parece confirmar que quien está realizando los fichajes de ese medio es Zubizarreta. Mientras, Pedro J. desde el Pequod, sorteando mil tempestades, lanza una estentórea risotada al tiempo que levanta su arpón mientras apunta a más ballenas blancas que capturar en su nueva travesía. Él se llevó a ésta desde las Rías Baixas a Madrid envuelta en una gran red de ilusiones, sabedor de su grandeza literaria, esa grandeza que el actual director del mundo dejó escrito en twitter que había alcanzado en Madrid, y eso, señor García Abadillo, yo se lo explico, solo se consigue pastando donde lo hizo Julio Camba, reflejándose en los espejos de Valle-Inclán o flotando en el aire de Torrente Ballester, o si no, compárelo con Salvador Sostres.
Muchos de los mejores escritores, periodistas y articulistas (siempre con el permiso deAntonio Lucas y David Gistau, ¡ojo con Juan Tallón!, orbitando en otras trayectorias) publican en El País, periódico que mantiene todavía un terciopelo y un tacto especial pese a sus derivas de los últimos años. En ese enmoquetado es en el que tenía reservado un lugar Manuel Jabois, ahora será una gozada leer sus palabras alborotadas y ver su pelo agitado refulgir impreso en el papel de Prisa junto a todos esos autores. El planeta Jabois busca así su lugar en el cosmos, un mandala que, como en el libro de Tabucchi, se expande para seguir integrando fuerzas y pelear por conseguir unos lectores cada vez más difíciles de fidelizar.
Si alguien sabía de lectores fieles ese era Alvite, Jabois era uno de ellos. En algunos de sus artículos, todavía en este Diario, en los que sus nombres se cruzaban en negrita, hablaba de él, en alineación con otro de esos planetas brillantes, Nacho Mirás, como de un Dios o de cómo era parte de la gran literatura periodística, esa a la que se tiende cuanto más se aleja uno de escribir de política.
El jueves los planetas se alinearon como hacía tiempo que no lo hacían.
Publicado en Diario de Pontevedra 17/01/2015
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