Fin del viaje. Toda temporada deportiva
tiene algo de viaje. Un recorrido ante el que se parte con las maletas repletas
de ilusiones pero que nunca sabes donde las puedes posar al final, o incluso si
las puedes perder durante un trayecto tan lleno de idas y venidas. El Teucro llega hoy al final de ese
itinerario y lo hace con las maletas bien resguardadas en el hotel de los
éxitos y con un hueco preparado para recoger ese título de campeón, pero sobre
todo, el pasaporte para la Liga ASOBAL.
Los primeros de la fila y por donde
debemos empezar. Quique Domínguez y Toño Puga. Tándem que hace unos años
corrían por la playa de Lourido,
como jugador y preparador físico, ante las batallas de la ASOBAL de verdad,
aquella de tronío que antes de los bombarderos de la Luftwaffe y el terremoto de la crisis hizo de Pontevedra un templo. Esta temporada la
directiva renovó aquella nostalgia, aquellos días de sol y arena en el que
tantos éramos felices colgados de los brazos de Geni, Gabi Ben Modo, Juan Domínguez o el propio Quique Domínguez. Jugadores paridos por
esta provincia que no le volvían la cara al resto del balonmano nacional y que,
aderezados con unas gotas de perfume balcánico, hicieron tronar las gradas del
Pabellón Municipal. Aquellas gradas obligaron al raciocinio balonmanístico, en
un deporte cuyos dirigentes no andan muy sobrados de ello, a colocar una placa
que hablaba de la mejor afición de España.
Cierto, lo fue. Pero entonces llegó la noche y hasta la placa quiso ocultarse y
ponerse en cuarentena. Pero los desiertos siempre tienen un final, una brizna
de hierba que se abre en vergel y en eso estamos. Allí nos condujeron las
destrezas de esta pareja que llegó para formar un equipo y formó un ascenso.
¡Benditos seáis!
Y luego ellos. Ellos son el equipo. Los
que debieron pasar un agosto y un septiembre bien bonito entre sesión y sesión,
con Puga tras ellos, mordiéndoles los tobillos, para que cargasen las piernas
de una energía que iba a ser necesaria. Las piernas llenas y el corazón, qué
les diré del corazón, pletórico. Sin corazón no hay victorias, sin ansias e
ilusión los triunfos son esas cintas de aeropuerto en las que se abandonan las
maletas y con ellas tantas cosas. Pero no perdieron ni una sola maleta, quizás
algún cepillo de dientes en alguna habitación de hotel, tres derrotas
imperceptibles en una trayectoria inmaculada. Cuando había transcurrido un mes
de competición los seiscientos espectadores que íbamos al Municipal, los que
comenzamos siempre las temporadas como un ritual, sin necesidad de invitaciones
ni subidas de última hora al carro de la victoria, entendimos que se había
fraguado algo especial, y eso especial era un equipo.
El grupo jugaba muy bien, un balonmano
veloz, lleno de una precisión que desarbolaba a sus rivales partido tras
partido. Se encadenaron las victorias y todos sabíamos, viendo a Puga subido a
su purgatorio, en lo alto del torreón, que ese conjunto de jugadores iba a
tener el motor suficiente para llegar hasta el final, no solo de cada partido
como un auténtico bólido, sino hasta el remate de la temporada. Y eso se nota
sobre todo cuando los partidos no van bien, cuando el equipo en el minuto diez
del segundo tiempo pierde por tres o cuatro goles y piensas que todo se va a
acabar ahí. Pero en ese momento es cuando un equipo se sobrepone a lo que
sucede en la pista y solo piensa en él y es cuando aquellas piernas pesadas del
mes del agosto llegado el minuto veinte del segundo tiempo son auténticos
misiles, y los brazos, lejos de pesar son plumas. Puga sonríe y dobla sus
rodillas para seguir analizando como el equipo llega al término del encuentro y
cuando la sonrisa de Quique Domínguez nos hace evocar los días de vino y rosas
del pasado. Suena la bocina y ya todos son abrazos.
Hoy acaba la temporada (como estoy feliz
como una perdiz me guardo lo que pienso sobre que se tenga que jugar mañana la
final de la Copa Deputación), y el Teucro se va a llevar la última ovación de
la temporada. La de los seiscientos fieles y la de los invitados, la de los
políticos en campaña, militares sin graduación y todo aquel que se acerque al
Municipal a ver que todavía la placa sigue allí colocada. Que la mejor afición
de España sigue dando señales de vida y que seguirá dándolas mientras este
equipo siga actuando con piernas y corazón. Y saben lo mejor de todo, llegar al
final de este artículo y ser capaz de no destacar a un solo jugador en
solitario. Ni un nombre por encima de otro. ¡Felicidades equipo! ¡Felicidades
campeones!
Publicado en Diario de Pontevedra 16/05/2015
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