Escribo cuando la primavera se hace
sitio en los calendarios, cuando invade orgullosa nuestros campos y hace de
nuestras calles un espacio diferente. Un acto heroico que se repite año tras
año y que no por ello deja de emocionarnos. Y cuando entra la primavera, o por
lo menos cuando se nos decía en el colegio que se producía el cambio de
estación, el 21 de marzo, se celebra, desde 1999, por parte de la UNESCO, el
Día de la poesía. Una jornada para honrar y alabar al verso. Pues a ello vamos.
En este mundo nuestro, cada vez menos
poético, la poesía se convierte en algo cada vez más necesario. Un instrumento
del ser humano que lo fija al mundo como pocos y que sirve para intentar
comprenderlo y explicarlo que, al fin y al cabo, es lo mismo que comprendernos
y explicarnos a nosotros mismos. La poesía deambula por la realidad sin hacer
ruido, como un pez en el lecho de un río no demasiado profundo, pendiente del
exterior, alimentándose en ese cauce desde el que, de vez en cuando, dar un
salto. Cuando esa poesía cae en manos del lector toma el oxígeno necesario para
la ignición, convirtiéndose en una llama incandescente, en una señal que
deshace la oscuridad y se convierte en amparo para el ser humano.
Afortunadamente la poesía se rebela cada
vez más contra su propio destino y lo hace con nuevos títulos, con poetas
inagotables en la lectura de un mundo con cada vez más borrones. Pero también
con la afortunada recuperación de otros que se sujetaron a ella como un madero
en el naufragio. Estas semanas se habla mucho de una de esas recuperaciones, la
de la poesía de una mujer que, con el telón de fondo del franquismo, consumió
su vida a través del verso. Nuestros recuerdos sobre ella aparecen cercenados
por unos años en los que su figura se asentó en el imaginario infantil, en
programas televisivos para niños en los que el poema era parte de un juego de
sílabas encontradizas y rimas pica-pica. Ahí se quedó Gloria Fuertes, y ahí nos
quedamos muchos. Pero la poesía ha dado de nuevo uno de esos saltos desde el
fondo del río y tras años de aposentar su fuerza el brinco ha sido
espectacular, tanto que varias publicaciones y una exposición en Madrid sirven
para reivindicar a la poeta madrileña en el centenario de su nacimiento de una
manera casi visceral, en un tránsito por la poesía como pocas veces se ha
visto. Uno de esos libros es el editado por Blackie Books, ‘Gloria Fuertes.
Antología de poemas y vida’ que hoy mismo ve cómo sale a la calle su segunda
edición. Una joya, se lo aseguro. Pocos libros más bellamente editados, en
pocos compendios literarios se puede rastrear más intensamente ese pósito de
poesía y vida que, al fin y al cabo, es lo que se pone en nuestras manos.
Poemas desconocidos, fotografías, objetos, dibujos, apuntes... todo un
itinerario alrededor de la existencia de esta mujer que estuvo en la otra
orilla de manera permanente.
Su obra y su vida fueron un desafío al
tiempo en que le tocó vivir y al que fue tanteando desde la escritura. Carpetas
de goma llenas de poemas, cigarros y botellas de anís componen el sombreado de
la vida que se fue destilando en sus poemas que, lejos de aquella caricatura
televisiva del final de sus días, se evidencia como una poesía de hondo calado,
enérgica a la hora mirar a los ojos a aquella España gris y reaccionaria en la
que el pez cada vez disponía de menos oxígeno. El oxígeno era su amor por otra
mujer, las ausencias y los llantos, la juventud pasada y los recuerdos, los
veranos y los autorretratos, los caballitos de mar y los niños. Nos damos así
de bruces con la sorpresa de que aquella Gloria Fuertes a la que la transición
hizo subir a unos globos de colores era mujer y poeta, que no poetisa,
con un espacio propio dentro de la literatura española y con una poesía
destinada al pueblo: «El pesimista piensa en ayer/el optimista en mañana/el
realista en hoy/El poeta en ti», escribió Gloria Fuertes en un poema titulado
‘El poeta’, para situar al poeta y a la poesía en su justo lugar, el punto
medio entre la realidad y el folio que es el ser humano. Ayer se conmemoró con
las primeras flores de la nueva estación el día de la poesía, pero poetas y
poemas como los de Gloria Fuertes reivindican que todos los días lo puedan ser.
Échense a este libro como a un río de aguas limpias, sumérjanse en él y a cada
instante sentirán la necesidad de saltar, de dar brincos empujados por la
emoción. Les dejo otro poema de la felizmente recuperada Gloria Fuertes para
esa celebración titulado ‘Poética’: «La poesía no debe ser un arma,/debe
ser un abrazo,/un invento, un descubrir a los demás/lo que les pasa por dentro,
eso,/un descubrimiento,/un aliento,/un aditamento,/un estremecimiento. La
poesía debe ser obligatoria».
Publicado en Diario de Pontevedra/El Progreso de Lugo 22/03/2017
Fotografía. Gloria Fuertes en 1966 (Blackie Books)
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