mércores, 3 de xullo de 2019

Rojo y negro

La muerte de Julián Rodríguez nos deja sin uno de los editores más interesantes y comprometidos con la cultura en España


ES MUY POSIBLE que nunca hayan escuchado ese nombre, que esta sea la primera vez que Julián Rodríguez pasee ante sus ojos. Y es que es algo más que frecuente que los editores vivan ocultos bajo el peso de los escritores a los que ponen en circulación, más aún si hablamos de una editorial pequeña, alternativa, si se quiere, frente a los grandes grupos editoriales que, cada vez más, se asientan bajo un mismo paraguas.
A todo ello tenemos que unirle la personalidad del propio Julián Rodríguez, en absoluto mediática, deseoso de permanecer amparado bajo la emoción de la edición de nombres y títulos de autores que, como sucedía con él mismo, suelen ser poco conocidos en el panorama lector, pero siempre de una indiscutible calidad, y así, junto a Paca Flores, fundadora también de la editorial Periférica, construyeron uno de los ecosistemas literarios más interesantes y comprometidos con la escritura que nos podamos encontrar en España.
Los libros rojos de Periférica se han teñido de negro en estos días tras la inesperada muerte de Julián Rodríguez, con tan sólo cincuenta años y tanto, tanto, por hacer todavía. Cada vez que llega por esta redacción uno de esos libros rojos me alegra el día, primero por estar seguro de la calidad de la obra publicada, segundo por estar ante lo que se va a convertir en un descubrimiento-algo de lo más maravilloso que puede suceder en el universo de la cultura- y en tercer lugar porque esta editorial, con muchos menos recursos que otras con más posibilidades y pretensiones, tantas veces etéreas, no se olvidaba nunca de hacer llegar un ejemplar a un modesto cronista anclado en este periférico rincón. El agradecimiento a nivel personal es inmenso e impagable, por muchas páginas que pudiera escribir, hacia Julián Rodríguez y Paca Flores, pero más lo es, o lo debería ser, desde esta sociedad, normalmente desagradecida hacia quienes desempeñan una labor que excede en mucho lo puramente crematístico. Una editorial como Periférica es un bálsamo para autores y para un sistema editorial que en muchos casos lo fía todo a la esclavitud de las ventas, sustituyendo literatura por libros para consumo masivo. Cada libro de Periférica es casi una aventura, una apuesta por el valor primitivo del hecho de narrar y de contar historias y gracias a esa apuesta, y desde que aquel ya inolvidable texto de Elizabeth Smart ‘En Grand Central Station me senté y lloré’, llegase a mis manos, ha sido muy generoso el listado de escritores que ya forman parte de mi propia vida, como los de Vicente Valero, Carlos Pardo, Valentín Roma, Juan Cárdenas o Francesco Pecoraro, entre tantos otros, junto a la siempre necesaria revisión de textos de autores ya consagrados como Henry James, Thomas Wolfe o Charles Dickens.
Nunca llegué a conocer personalmente a Julián Rodríguez, pero a un editor, a un buen editor, se le conoce también por aquello que publica, por sus preferencias y compromisos con la palabra y por ese catálogo de autores que funcionan como una pandilla con la que compartir la vida. Amistades que ahora son también las nuestras. Esa impresión, recibida a través de su trabajo, se confirma ahora con la repercusión que ha tenido su fallecimiento entre el sector. Obituarios emocionados y comentarios en las redes que, todavía impactados por la brutal sorpresa, alaban, no sólo su actividad profesional, sino el cariz humano. Su gusto por la cotidianeidad, por el goce de la vida, el amor por la tierra, el placer de conocer y la curiosidad como principal brújula para el viaje en el que no sólo fue editor, sino también escritor de una original prosa, poeta, y galerista de arte. En definitiva, un abanderado de la cultura y de las manifestaciones artísticas como respiradero del ser humano.
Desde Cáceres llegan esos libros, desde una de esas periferias geográficas a las que nunca renunció, como lo eran las de tantos escritores a los que publicó Julián Rodríguez, moviendo así la punta del compás para abrir nuevas perspectivas, para hacer eje en el centro del mundo de tantos autores y así englobar a más y más gente bajo esas tapas rojas que resplandecen ahora en nuestras estanterías como una señal de atención hacia la buena literatura y, desde ahora, como recuerdo a un editor inolvidable.



Publicado en Diario de Pontevedra 3/07/2019
Fotografía: Rafa Fariña

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