La muerte de
Julián Rodríguez nos deja sin uno de los editores más interesantes
y comprometidos con la cultura en España
ES MUY POSIBLE que
nunca hayan escuchado ese nombre, que esta sea la primera vez que
Julián Rodríguez pasee ante sus ojos. Y es que es algo más que
frecuente que los editores vivan ocultos bajo el peso de los
escritores a los que ponen en circulación, más aún si hablamos de
una editorial pequeña, alternativa, si se quiere, frente a los
grandes grupos editoriales que, cada vez más, se asientan bajo un
mismo paraguas.
A todo ello tenemos que
unirle la personalidad del propio Julián Rodríguez, en absoluto
mediática, deseoso de permanecer amparado bajo la emoción de la
edición de nombres y títulos de autores que, como sucedía con él
mismo, suelen ser poco conocidos en el panorama lector, pero siempre
de una indiscutible calidad, y así, junto a Paca Flores, fundadora
también de la editorial Periférica, construyeron uno de los
ecosistemas literarios más interesantes y comprometidos con la
escritura que nos podamos encontrar en España.
Los libros rojos de
Periférica se han teñido de negro en estos días tras la inesperada
muerte de Julián Rodríguez, con tan sólo cincuenta años y tanto,
tanto, por hacer todavía. Cada vez que llega por esta redacción uno
de esos libros rojos me alegra el día, primero por estar seguro de
la calidad de la obra publicada, segundo por estar ante lo que se va
a convertir en un descubrimiento-algo de lo más maravilloso que
puede suceder en el universo de la cultura- y en tercer lugar porque
esta editorial, con muchos menos recursos que otras con más
posibilidades y pretensiones, tantas veces etéreas, no se olvidaba
nunca de hacer llegar un ejemplar a un modesto cronista anclado en
este periférico rincón. El agradecimiento a nivel personal es
inmenso e impagable, por muchas páginas que pudiera escribir, hacia
Julián Rodríguez y Paca Flores, pero más lo es, o lo debería ser,
desde esta sociedad, normalmente desagradecida hacia quienes
desempeñan una labor que excede en mucho lo puramente crematístico.
Una editorial como Periférica es un bálsamo para autores y para un
sistema editorial que en muchos casos lo fía todo a la esclavitud de
las ventas, sustituyendo literatura por libros para consumo masivo.
Cada libro de Periférica es casi una aventura, una apuesta por el
valor primitivo del hecho de narrar y de contar historias y gracias a
esa apuesta, y desde que aquel ya inolvidable texto de Elizabeth
Smart ‘En Grand Central Station me senté y lloré’, llegase a
mis manos, ha sido muy generoso el listado de escritores que ya
forman parte de mi propia vida, como los de Vicente Valero, Carlos
Pardo, Valentín Roma, Juan Cárdenas o Francesco Pecoraro, entre
tantos otros, junto a la siempre necesaria revisión de textos de
autores ya consagrados como Henry James, Thomas Wolfe o Charles
Dickens.
Nunca llegué a conocer
personalmente a Julián Rodríguez, pero a un editor, a un buen
editor, se le conoce también por aquello que publica, por sus
preferencias y compromisos con la palabra y por ese catálogo de
autores que funcionan como una pandilla con la que compartir la vida.
Amistades que ahora son también las nuestras. Esa impresión,
recibida a través de su trabajo, se confirma ahora con la
repercusión que ha tenido su fallecimiento entre el sector.
Obituarios emocionados y comentarios en las redes que, todavía
impactados por la brutal sorpresa, alaban, no sólo su actividad
profesional, sino el cariz humano. Su gusto por la cotidianeidad, por
el goce de la vida, el amor por la tierra, el placer de conocer y la
curiosidad como principal brújula para el viaje en el que no sólo
fue editor, sino también escritor de una original prosa, poeta, y
galerista de arte. En definitiva, un abanderado de la cultura y de
las manifestaciones artísticas como respiradero del ser humano.
Desde Cáceres llegan
esos libros, desde una de esas periferias geográficas a las que
nunca renunció, como lo eran las de tantos escritores a los que
publicó Julián Rodríguez, moviendo así la punta del compás para
abrir nuevas perspectivas, para hacer eje en el centro del mundo de
tantos autores y así englobar a más y más gente bajo esas tapas
rojas que resplandecen ahora en nuestras estanterías como una señal
de atención hacia la buena literatura y, desde ahora, como recuerdo
a un editor inolvidable.
Publicado en Diario de Pontevedra 3/07/2019
Fotografía: Rafa Fariña
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