«Se besan los dos presidentes de
república, los dos reyes, o el rey y el presidente, y para el pueblo es lo
mismo, porque el pueblo sabe que esos besos implican la consolidación de un
poder antagónico a sus intereses, de un poder que lo oprime, que lo aherroja,
que lo mata». (‘Besos reales’. Artículo de Julio Camba, extraído del libro ‘Los escritos de la
anarquía’).
Esta semana, en la que centrifugamos a nuestra monarquía, estoy inmerso
en la lectura de un volumen con numerosos artículos escritos por Julio Camba y
que la Editorial
Pepitas de Calabaza ha tenido a bien recuperar tras un
ciclópeo trabajo de su propio editor, Julián Lacalle, quien se ha dedicado a
rescatar una parte oculta del inmenso legado del mejor articulista del
periodismo español. Esa parte, referida a los primeros años como escritor,
deslumbra por la madurez de quien los redactó, entre los 16 y los 22 años, a
ambos lados del Atlántico, y que aquí asoman reunidos bajo el título de ‘Los
escritos de la anarquía’.
Esta recopilación viene a cubrir y a descubrir una etapa de oscuridad y
desconocimiento sobre nuestro paisano. Fueron estos sus primeros años dedicados
al periodismo, en los que abrazó la fe del anarquismo de una manera valiente y
decidida, enfrentándose desde su tribuna de palabras y opiniones a numerosos
poderes, de ahí que estuviera incluso sentado en el banquillo de los acusados
al que llegó bajó gritos de una «muchedumbre amiga», como él mismo narra:
«¡Salud, Camba!», le decían. Y es que Julio Camba era un joven poderoso, con la
mordiente que implicaba el nuevo siglo y sus décadas iniciales, repletas de una
pletórica efervescencia desde la que superar miedos y ligaduras atávicas, algo
que lo era todo para las nuevas generaciones.
Armado con una endiablada pluma, no va a dudar a la hora de discutir
cualquier forma de gobierno que cercene la libertad individual y que constriña
al ser humano. República o monarquía, cíclico debate que hoy se repite y ante
el que Julio Camba encabrita su brío literario para discutir cualquier poder. A
su lado también hay palos para la religión, la pobreza, la opresión, la prensa,
la guerra, la patria, el matrimonio... todo un cúmulo de circunstancias que en
la sociedad española del momento perjudicaban el necesario desarrollo del país.
A todos sus artículos les confiere un sentido de veracidad que surge de
vincular su teorización a algún hecho real que haya formado parte de la
realidad, una proximidad a la piel de una España a la que el escritor no deja
de escudriñar para mostrarla tal y como es, y en la que sorprende, más de cien
años después, su cercanía con el presente. Estremece pensar que sería capaz de
escribir durante estas semanas de coronas alegres, estos meses de políticas
mezquinas y estos años de crisis angustiosas este Julio Camba primigenio, tan
alejado del cliché franquista al que rápidamente se le adscribe en cualquier
aproximación a su figura, cuando Julio Camba es un mundo en sí mismo, un mundo
que se encerró en la habitación 383 del Hotel Palace para vivir entre 1949 y 1962
y poner cada vez más distancia con el exterior. Un exterior en el que lo
primero que veía era ese Congreso de los Diputados que esta semana centró
nuestra atención y sobre el que decía el escritor francés Théophile Gautier:
«Es imposible que, dentro de un edificio construido con tan mala arquitectura
se pueda hacer ninguna cosa buena».
Permanezco aun aferrado a este compendio de artículos que todo el que se
dedique al funambulismo de la opinión periodística debería tener bien a mano.
Los directores de periódicos que realmente quieran a sus medios deberían posar
un ejemplar en cada redacción para que redactores y columnistas lo abran por
donde quieran y se regodeen en el tratamiento literario-periodístico de una
realidad en la que siempre existe un resquicio para la ironía, para el empleo
de ese humor síntoma de una inteligencia en ocasiones atroz con los que le
rodean, sobre todo con los mediocres, con aquellos que no daban la talla que
ellos mismos sí creían que daban.
Aquella bomba que estalló al paso del cortejo de Alfonso XIII y que
portaba el anarquista Mateo Morral tambaleó las creencias de Julio Camba
haciéndole dudar de ciertos métodos. Es posible que ya nada fuera igual tras
aquello, pero Julio Camba siguió escribiendo, clavando su pluma en un Madrid en
el que «... no se vive, se vegeta. Donde no se produce; se devora. Aquí no se
hace nada; se pontifica sobre lo que en otras partes se hace. (...). En Madrid
no se crea nada, es verdad, pero se comercia con todo». Un Madrid que lució
galas esta semana, y en el que su simpar alcaldesa solicitó al pueblo enseñas y
balcones ornamentados para la entronización del nuevo rey.
Coronación, un Corpus Christi festivo en Madrid y la Selección despidiéndose
de un Mundial en la primera fase. Toda una regresión de cuarenta años en un
solo día. Y mientras, el pueblo. «¡Ah, el pueblo! Es la eterna bestia, incapaz
de pensar y de rebelarse, que inclina siempre la cerviz para que la unzan a la
coyunda del privilegio». ¡Salud, Camba!
Publicado en Diario de Pontevedra 21/06/2014
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