sábado, 26 de xullo de 2014

15 años después




Claudicaba el mes de julio de 1999, aquel julio representado para la historia de nuestra ciudad en el bastón de mando de Miguel Anxo Fernández Lores poniendo con él, enhiesto, remate a años y años de gobiernos populares, de Rivas Fontán y de otros. Pero en aquel julio, del último año Xacobeo del siglo XX, Pontevedra inauguraba, no solo una nueva época, sino también lo que se conoce como Illa das Esculturas.
Ya han transcurrido quince años desde aquel hecho y la ciudad no cabe duda de que no es la misma, y por mucho que se empeñen algunos, podemos afirmar que es mucho mejor. Todo un proceso de regeneración vital que la capital pedía a gritos con un alcalde que se ha bañado en ese Lérez que tendría que ser el canal de vida de esta ciudad, algo que poco a poco van comprendiendo nuestros políticos, siendo precisamente esas aguas de las que emerge este rincón cultural inventado de la nada por Antón Castro y Rosa Olivares, comisarios del proyecto, al que esta ciudad, y con tres lustros encima, no ha sabido sacar todo el partido que se merecía.
Aquellos días previos y frenéticos tuvieron en la Escola de Canteiros un aliado imprescindible para honrar al granito, una de las almas de nuestra Galicia, un corazón en piedra que late desde iglesias, ‘valados’ o cascos históricos y que aquí simboliza ese respeto a la tradición que nos ha conformado a nosotros mismos. Desde esa piedra el arte se inserta en la naturaleza, en un eterno retorno a la madre del ser humano, a la inspiración de tantos y tantos creadores desde la Prehistoria hasta hoy. Durante aquellas jornadas, ser el escenario de la creación de los doce proyectos que la integran de la mano de varios de los mejores artistas del mundo, como Giovanni Anselmo, Fernando Casás, José Pedro Croft, Dan Graham, Ian Hamilton Finlay, Jenny Holzer, Francisco Leiro, Richard Long, Robert Morris, Anne & Patrick Poirier, Ulrich Rückriem y Enrique Velasco, fue todo un orgullo para esta capital que se inscribía, desde ese momento, en el selecto grupo de ciudades con un recinto de este tipo.
Fueron esos nombres, salidos de los manuales de escultura contemporánea, ligados al Land-Art, los que se dieron cita en el que quizás haya sido el más importante proyecto artístico realizado en Pontevedra, junto con alguna edición de la Bienal de Arte, por cierto, ¿alguien se acuerda de las Bienales de Arte de Pontevedra? Y es que, como con esta Illa, cuando damos con un elemento diferenciador nos empeñamos en despellejarlo y en no darle la consideración que merece, privando a la ciudad de un escaparate que difunda su imagen de una manera actual y atractiva, y con el lujo de despreciar eso que ahora está tan de moda, como es el turismo cultural y sus réditos económicos.
Los museos de toda España deberían tener en su recepción folletos o guías que difundan ese conjunto, su imagen debería estar presente en suplementos culturales y en publicaciones relacionadas con el mundo del arte y aquí se debería trabajar con ese espacio como un lugar de reflexión para el ciudadano y las últimas tendencias artísticas. Conferencias que expliquen el proyecto, la realización de visitas de una manera sostenida, publicaciones sobre la misma, la organización de congresos en torno a la relación arte-naturaleza o pensar en su ampliación con nuevos creadores, deberían formar parte de una apuesta decidida por un espacio al nivel de los diversos y valorados recintos escultóricos al aire libre que existen en el mundo. Un cofre pétreo que emergió del fondo de un río que podría reflejar a una ciudad orgullosa de sus tesoros y que, a lo largo de estos quince años, solo ha visto desafecto hacia un arte que, como tantas manifestaciones artísticas, no hay que intentar entender, simplemente relacionarse con él, vivirlo y disfrutarlo. Y pocos espacios existen en la ciudad mejores para el disfrute que ese, reformado recientemente como un magnífico lugar para el paseo, pero en cuya mejora, las esculturas, inquilinas silenciosas, han visto, en muchos casos, como se modificaba su espacio más próximo, interfiriendo así en su realidad y concepción original.
La clave está en uno de esos sonetos de Petrarca escogidos por Ian Hamilton Finlay, que cuelgan de varios medallones al fondo de la illa, en el lugar más recóndito: “Con pasos tardos, lentos, voy midiendo/pensativo los campos más desiertos,/ con los ojos abiertos evitando/encontrar huella humana en el camino”.


Publicado en Diario de Pontevedra 26/07/2014
Imagen:  Francisco Leiro trabajando en 1999 en su pieza de la Illa das Esculturas. (R. Rozas)

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