«Por eso recuerdo las cuatro bibliotecas que perdí para siempre, porque
cada vez que tuve que irme dejé todo atrás, y hoy, aparte de personas que
fueron así y ya son de otra manera, lo que más lamento es la ausencia
definitiva de los libros...» (Juan Carlos Onetti en ‘El escritor en su
paraíso’.)
Es tiempo de buscar
paraísos, de ir acá y allá a la búsqueda de un descanso que se confabule contra
la cotidianeidad. Desde las agencias de viajes o a través de anuncios en
prensa, no tantos como debiera, por cierto, se empeñan en colocarnos bajo unas
palmeras o con los pies en remojo en algún lugar, normalmente idénticos entre
sí, siempre manejándose entre un sol abrasador y el agua. Pero hay otros
paraísos, estos sin necesidad de subirnos a un avión o de tener que hacer
kilómetros y kilómetros en nuestros coches, ¡y al precio que está la gasolina!
Paraísos sin arena, paraísos que aunque parezcan cerrados se abren al mundo de
una manera como ningún viaje puede alcanzar. Esos paraísos son las bibliotecas.
Leo durante estos días
‘El escritor en su paraíso’, de Ángel
Esteban, escritor y catedrático de literatura, publicado por la lúcida y
vibrante editorial Periférica y
viajo gracias a ese libro hasta la compañía de numerosos escritores que, a lo
largo de su vida, trabajaron durante más o menos tiempo en alguna biblioteca.
Una relación que los marcó para siempre y que influyó de manera decisiva en su
forma de entender su obra y la literatura. Borges,
Lewis Carroll, Rubén Darío, Goethe, Stephen King, Juan Carlos Onetti, Georges
Perec, José Vasconcelos o Mario Vargas Llosa, son solo algunos de
los creadores que avivaron su imaginación gracias al contacto durante horas y
horas con los que para ellos eran sus paraísos, más que sus centros de trabajo.
Autores de tiempos diferentes, de geografías distantes entre sí, pero todos
ellos unidos por ese paraíso en forma de lugar donde se guardan libros y dentro
de ellos historias y pensamientos que hacen que nuestra civilización avance.
Esas bibliotecas se han volcado en sus obras y han germinado como lo pueden
hacer en nosotros mismos. Entrar en una biblioteca es uno de los grandes
placeres que la historia y el progreso nos brindan al ser humano, de hecho,
varios de los autores aquí seleccionados han sido capitales a la hora de
plantear la función de estos centros de cultura y su obligatoria relación con
el ciudadano.
Pienso en la Biblioteca Pública de Pontevedra y no
dejo de recuperar pensamientos felices de contacto con sus tesoros, de horas
leyendo cómics en su anterior sede del Paseo de Colón, o de jornadas de estudio o lectura de sus bien surtidos y
siempre renovados fondos. Ahora son mis hijas las que me instalan en ese
círculo vital y las que cuando rebuscan entre sus estanterías me recuerdan un
pasado que cada vez se aleja más rápido. Pero también pienso en la urgencia que
tiene esta ciudad de crear otro edificio con fines similares, quizás más
adaptados a las necesidades de este siglo XXI y dirigido a un nuevo público,
que sirva tanto para descongestionar la sede de Alfonso XIII, como para acercar esas utilidades a puntos de la
ciudad que ya se quedan muy alejados de ese edificio. Elección tras elección no
entiendo como ningún político local hace de la lucha por una nueva biblioteca
una de sus banderas en una ciudad con más de 80.000 habitantes y una única
biblioteca pública.
Sigo recuperando
paraísos en forma de bibliotecas en mi vida, y como no, ahí emerge como una
hermosa isla en medio del océano la biblioteca de la Facultade de Xeografía e Historia de la Universidad de Santiago de
Compostela. Pocas tan hermosas, pocas tan inspiradoras, pocas tan necesarias
para explicar tantas cosas. Todavía a uno le tiembla el cuerpo al ver una
imagen de su sala de lectura alumbrando así los recuerdos universitarios de
horas de estudio, de miradas, no siempre dirigidas a los libros o apuntes, en
definitiva, de descubrir tantas y tantas cosas sin las que hoy uno no sería el
mismo.
Bibliotecas que
funcionan como un paraíso a la espera de nuestras incursiones. No digo yo que
no se vayan de vacaciones, no, pero antes pásense por una de ellas, déjense
arrastrar por su inmensa capacidad de fascinación y disfruten, como esos
escritores que partieron de sus paraísos para regalarnos el suyo.
Publicado en Diario de Pontevedra 19/07/2014
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