«Pero mientras los seres humanos hablen tranquilamente del número de hombres que cada nación puede matar en un momento determinado, hablar de la crueldad de las corridas de toros es ridículo. Dentro de las crueldades humanas no se puede tomar ni un pequeño detalle que compita en belleza con la realidad artística del toreo.» (Ignacio Sánchez Mejías. Recogido en ‘Sentimiento del toreo’ de Carlos Marzal)
Estas palabras, escritas por el torero y amigo de poetas, Ignacio Sánchez Mejías (aglutinador de los integrantes de aquella inigualable Generación del 27), fueron pronunciadas durante una conferencia en la Universidad de Columbia en 1929, viéndose renovadas año tras año debido a la sinrazón del ser humano. En medio de la guerra, por llamarla de alguna manera, aunque poco tenga de ella, desde la indiscriminada y asquerosa matanza de niños, dedicar el tiempo a deslegitimar lo que sucede en una Plaza de Toros se queda en una especie de hobby apocalíptico.
Pese a ello, como taurino que soy, me caen bien los antitaurinos. Lo reconozco y me explico. Por un lado, defender la vida de cualquier ser vivo es muy loable y por otro: ¿Qué sería del Real Madrid sin el Barcelona o del Barcelona sin el Real Madrid? Los extremos se necesitan entre sí para incrementar su poder y su fuerza. Por eso, toda ciudad taurina precisa de sus antitaurinos, convirtiéndose éstos, y quizás a su pesar, en una parte más de todo lo que rodea a una feria. Y si crecen en número, pues mejor, eso significa que la feria incrementa su vigor, y lejos de desaparecer, sigue concitando la atención del público.
Mi respeto total hacia ellos debe ser el mismo que el que ellos deben tener hacia los que nos gusta esta fiesta. Dos respetos que se mueven en paralelo y que así debe seguir siendo, aunque si alguno de ellos cruzase los muros de piedra del coso pontevedrés a lo mejor caería rendido bajo el embrujo del encuentro entre hombre y animal, entre alguien que se juega la vida por capturar un instante recogido en una de esas sombras que emergen de una lucha secular de la que Pontevedra forma parte desde muchos siglos atrás.
Lo que sí les puedo asegurar a los antitaurinos es que yo no iré a su casa a acusarles de falta de sensibilidad artística o de su escaso respeto a una tradición afianzada en Galicia desde muy atrás, y por lo tanto, más propia del pueblo gallego que otras tradiciones que se han querido imprimir a nuestro ADN de reciente cuño.
Son esas sombras del toreo momentos evanescentes empapados en la muleta agitada por un viento que amansa a las fieras. Esbozos de filigrana que desde la muñeca del torero enganchan al animal para someterlo a la voluntad humana. Así ha sido desde los tiempos de las cavernas y así hoy alcanza cotas repletas de inspiración, emoción y plasticidad. Justamente las tres patas en que se sustenta cualquier intención artística, cualquier deseo del ser humano por traspasar ese agujero negro de lo cotidiano y tocar la gloria del sentimiento. En ese agujero negro también hay cabida para el miedo y sus sombras, para ese lado tenebroso que acecha al torero, empujándolo a renunciar a aquello que él mismo representa. En ese libro inaugural de este texto en el que se recogen las palabras de Ignacio Sánchez Mejias, recomendado para taurinos y antitaurinos, varias voces revolotean alrededor del toreo, y en él, Rafael de Paula afirma que torear «Es como prepararse para un viaje al más allá, y eso provoca temor y desasosiego. Antes de torear uno se encuentra como asaltado por lo desconocido y sin saber cómo va a ser capaz de reaccionar...». En ese viaje cabemos todos, los que asistimos a esa conjura por capturar sombras de arte y por desechar las sombras del miedo encontraremos respuestas a nuestras pasiones, y los que no deseen entrar, quizás, tras leer este libro, cambiarán parte de su ideario, entendiendo por ideas las puras y no viciadas por cuestiones políticas o intereses alejados del valor real de lo taurino.
Sin la Feria de A Coruña Pontevedra iza en solitario la bandera de una tradición gallega, de una pasión por un elemento artístico y festivo -aunque no esté en el programa de fiestas (¿?)- en el cual todos tienen cabida, taurinos y antitaurinos, porque todos somos toro y sombras.
Publicado en Diario de Pontevedra. 2/08/2014
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