Ya sé que a ustedes hoy lo que les pide el cuerpo es viajar en el tiempo, ataviarse cual el joven caballero de Carpaccio o la inmensa Giovanna Tornabuoni y dejarse llevar por las evasiones más mundanas de esta Pontevedra que cuando se pone profana se pone hasta las trancas. ¡Háganlo!, les animo a ello, pero a mí me quedan pocos días para recomendarles otro viaje, también cronológico, a través de una excelente exposición en el madrileñoMuseo Thyssen dedicada a los ‘Mitos del Pop’ y que estará abierta hasta el 14 de septiembre. Y lo voy a hacer.
Madrid este verano se nos ha vuelto Pop. Con el arte, una vez más como inteligente bandera para el reclamo cultural y turístico, el Reina Sofía y el Museo Thyssen han hecho coincidir en el tiempo una profunda revisión de este movimiento artístico revolucionario, tanto en lo estético como en sus coordenadas sociales, con sendas exposiciones dedicadas al británico Richard Hamilton y al movimiento Pop, como enlace con la tradición pictórica. Esta última mirada, audazmente propuesta y planteada desde el comisariado de Paloma Alarcó, logra engarzar las diferentes obras de artistas como Warhol, Lichtestein oWeselmann, solo por citar tres referentes de este movimiento, con el pasado de la Historia del Arte a través de unos ejes rectores tan esenciales en esta disciplina como son los géneros. El paisaje, el retrato, el desnudo, la naturaleza muerta o la necesidad del mito como una referencia ineludible se convierten aquí en pretextos para desenvolver ante nosotros las claves del arte Pop. Y es que si un movimiento artístico ha sobado esa condición del mito, lo ha sido éste, enfrascado en mitificar lo cotidiano, aquello que en la sociedad americana primero, europea después y finalmente española (muy lúcida esa aproximación entre diferentes geografías), se consideraba algo trivial y con escaso valor. Llevar un lata de sopa, un bote de salsa de tomate o una caja de estropajos al museo era derribar el canon establecido por los centros museísticos, hacer del mundo del cómic o de una estrella de cine parte de una exposición suponía dinamitar los convencionalismos que, tras la II Guerra Mundial, lógicamente carecían de sentido ante un tiempo radicalmente diferente y en el que la necesidad de oxigenar miradas y conciencias alentó las propuestas de numerosos artistas. En definitiva, una nueva percepción de la realidad, como tantas y tantas veces el arte se ha encargado de llevar a cabo para seguir su imparable avance hasta el infinito.
Pocos museos, como el dirigido por Guillermo Solana, saben engrasar tan bien esa necesidad de posar la mirada sobre un artista o un movimiento e intentar aproximarlo a nuestra sociedad, no siempre proclive a esa recepción, como el Museo Thyssen. Sus montajes te atrapan desde que accedes a ellos (ya antes lo hacen en las redes sociales) y te capturan de manera irremisible. En esta ocasión ese amarillo intenso que envuelve, como un delirio de color, toda la exposición, te conduce a su interior para, una vez allí, sentirte dentro de una máquina de hacer palomitas en la que todo bota entre sí, un chisporroteo de obras de arte esenciales para comprender mucho de lo que ha sucedido en las últimas décadas con la pintura. Cómic, cine, televisión, publicidad... todo sirve para sintetizar un tiempo y cautivar a un espectador, incluso a los más reacios, como podía ser yo mismo, no demasiado popero, al interesarme menos los logros formales que su explosiva relación con la sociedad en la que se desarrolla este movimiento. Pero estas exposiciones sirven precisamente para esto, para resituar percepciones, explicar motivos, dudar de todo lo dudable y analizar sus consecuencias, y es así, tras visitar la exposición y leer los textos de un milagroso catálogo, como uno se reconcilia con este artificio artístico que va más allá de la caja de brillo para convertirse en un deleite visual que responde a un tiempo histórico muy concreto, vertiginoso como pocos, inserto en una secuencia artística perfectamente hilada en la larga tradición de la pintura y con unas obras que esconden mucho más de lo que parece, como suele suceder en toda obra de arte de calidad.
Vayan a Madrid, recorran esta exposición, y no dejen pasar la oportunidad de seguir descubriendo esa magia oculta de la pintura a través de una abrumadora colección que, a lo largo del Museo Thyssen, no deja de maravillarte por la calidad y cantidad de sus fondos. Pero esa historia(s) se la cuento otro día.
Publicado en Diario de Pontevedra 6/09/2014
Fotografía: Emilio Naranjo (Efe)
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