luns, 22 de setembro de 2014

Tras la mentira, la poesía


Pocas veces 50 páginas te engullen de esta manera. Una vez en su interior uno asiste a cómo esta poeta, joven, porque no decirlo, es capaz de alumbrar un paisaje extremo, la configuración de un yo a través de lo vivido, de lo padecido, pero también de lo disfrutado. Una suma permanente de sensaciones y percepciones que van desde una vivienda llena de plantas hasta un viaje en Metro, escenarios de la vida cotidiana en los que también reside el heroísmo de la supervivencia.
Aún no he dicho su nombre, Elena Medel se llama y su año de nacimiento es 1985. Echen cuentas y casi llegan a treinta los años de vida, que la propia autora divide entre los de la mentira y los que llegaron con la poesía. Brutal confesión que todos deberíamos hacer para aliviar el petate de este tránsito. Estas 50 páginas le han valido el XXVI Premio de la Fundación Loewe a la Creación Joven. Leído está y bien merecido el galardón también. No quedó tinta en el tintero íntimo de Elena Medal, desparramado a lo largo de esta bitácora existencial que surge de lo leve, de lo pasajero, de lo que nos sucede todos los días pero que, tras la reflexión, la memoria y su recuperación, emerge como una gran ballena blanca de las profundidades del ser humano para expulsar, mediante lo literario, un resoplido repleto de vida. Ese chorro de poesía nos empapa a todos, estemos más o menos próximos a las realidades que transitan por el libro, sabedores de que en mayor o menor medida, lo que en él sucede, puede ocurrirnos a cualquiera. Episodios de una vida determinada que pueden serlo también de nuestras propias vidas.
Todos esos cuadros enmarcan un devenir temporal, un paso de la adolescencia al mundo adulto en el que la mentira salió de su crisálida para hacerse verdad. Una verdad poética que Elena Medel maneja como su gran virtud, la de hacer de lo ordinario algo extraordinario. Esas palabras fijarán hasta lo eterno aquello transitorio, parte ya, no solo de lo vivido en primera persona, sino del sentir colectivo, de esa comunidad en la que la voz del poeta brama para hacernos pensar y repensar lo que somos, pero también lo que hemos sido y lo que podemos ser. En este caso lo hace con honda fuerza, sorprendente, si nos fijamos en el dni, pero ¿para qué hacerlo? Las voces de los poetas no entienden de eso, simplemente de vivencias y conversiones en versos, de palpar un día a día en el que buscar esos orificios desde los que rescatar aquello que nos habita, allí donde rara vez nos detenemos para entendernos mejor, pero para eso está esa raza singular que son los poetas. Aquí podemos decir que descubrimos a una, pero también que ella nos descubre a nosotros como parte de su sentir, como parte de su fúlgida escritura.



Publicado en Diario de Pontevedra y El Progreso de Lugo 21/09/2014

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