Encerrado en un libro IX
Más
de 900 páginas con las que uno no deja de relamerse. Más de 900 páginas para
intentar entender a un hombre, a un poeta nacido en Galicia, pero que, como a
tantos otros, se le niegan honores y alabanzas. “Se fue en el viento,/volvió en
el aire”. Porque sí, José Ángel Valente
era gallego, es gallego. Nacido en Ourense,
en 1929, su vida se desplegó por diferentes itinerarios, como sus poesías, de
aquí y de allá, geografías de una vida que se hacía palabra e intuición a
través de una mirada amplia que intentaba comprender el mundo, y sobre todo al
hombre a partir de ese punto irrenunciable, espacio de no retorno, como es la
palabra. Madrid entre 1948 y 1954, Oxford entre 1954 y 1958, Ginebra entre 1958 y 1982, París entre 1982 y 1985 y finalmente Almería, entre 1985 y 2000, para
fallecer en ese último año en Ginebra, son las geografías, siendo las palabras
la suma de todas esas ciudades vividas y la aproximación al ser humano.
Más
de 900 páginas que ha reunido Galaxia
Gutenberg como la ‘Poesía completa’ de José Ángel Valente, en una edición
a cargo de Andrés Sánchez Robayna,
quien ya había seleccionado una maravillosa antología poética para esa misma
editorial bajo el título de uno de los poemarios de Valente más cautivadores: ‘El fulgor’. Más de 900 páginas repletas
de poesías, traducciones, ensayos, prosas, pensamientos, otros poetas… para
sumergirnos en una poesía absolutamente brillante, esa que te ilumina verso
tras verso, poema tras poema, página tras página. Un delirio en el que uno se
sumerge lentamente pero que a medida que se interna más en él comprende el
verdadero valor de la poesía como acto de expiación de aquello que somos o que
intentamos ser. El propio poeta habla de la poesía como de “la experiencia
abisal”, un descenso hacia el interior de nosotros mismos a través de esa gruta
que es el mundo. En esta brutalidad de libro, por su contenido, esa gruta se
despliega en numerosas galerías, los poemarios de toda una vida, pero también
esos otros deambulares por el mundo que le aproximaron a diferentes poetas a
los que tradujo, caso de Donne, Keats, Dylan Thomas, Cavafis, Celan o Hölderlin. Todos ellos establecen una especie de puesta en común,
un sentarse a la mesa para convocarnos a una sublimación del hecho poético de
imprevisibles consecuencias para cada uno de los lectores. Pero ese tener al
Valente completo en las manos lo que provoca es una inusitada emoción, abrir el
libro por cualquier página para caer rendido ante su concepción poética, ante
su transcripción de lo mundano, ante su postura desde el lenguaje para estudiar, como el entomólogo, a todo este insectario del que formamos parte.
Al
enfrentarnos a todo coloso cada lector se detendrá en sus propios desfiladeros,
en esos lugares en los que la poesía te aprieta y te despoja a jirones de tu
ropa para dejarte simplemente como uno es, con la piel al aire, al igual que
hace el poeta con la palabra y su manejo. De nuevo la palabra, una y otra vez
como síntoma, pero también como aliviadero, como descarga eléctrica para reactivar
nuestro cada vez mayor estado de apatía ante lo que nos rodea. La poesía como
polaridad entre el ser y el estar. “Pues más allá de nuestro sueño/las palabras
que no nos pertenecen,/se asocian como nubes/que un día el viento
precipita/sobre la tierra/para cambiar, no inútilmente, el mundo”.
Y
ante la redención de la palabra, la noche. Pocos poetas han hecho mejor poesía
con la noche que José Ángel Valente, su noche se descorre entre los poemas como
una suerte de cautivación total, como la navaja que rasga el ojo y desprende
todo su humor para envolverte como una parte más de ella. “Y todo lo que existe
en esta hora/de absoluto fulgor/se abrasa, arde/contigo, cuerpo,/en la
incendiada boca de la noche”. Está el poemario plagado de noches que hacen
cuerpo con el lector para volverse una identidad común, esa complicidad con un
escenario de nuestra vida casi siempre desprestigiado por un devenir histórico
y cultural al que ya nos hemos adaptado sin rechistar. Pero Valente y su poesía
rechistan. Nos conducen a la contestación, a la pancarta del verso como
reafirmación de nuestra identidad y nuestra libertad frente al mundo. Al
libérrimo acto de la lectura que, como con pocos autores, se puede llevar a
cabo como con y desde José Ángel Valente.
Y
un tercer elemento, la luz. La luz que ustedes quieran, el resplandor del amor,
la luz de la luna, el brillo del pasado, la luz del tiempo. “No me basta
mirar;/la luz no basta./Porque he mirado en vano tantas veces,/tantas veces en
vano creí ver”. Un resplandor, un helador misticismo que se instala ante
nosotros, un admirado San Juan de la
Cruz acrisolado en un nuevo tiempo que busca germinar la palabra, o mejor
dicho, hacer germen de la palabra. Sencillez para envolver y explicar la
complejidad. Una aparición fulgurante que, como la luz, es palabra y en
ocasiones noche.
Todo
eso y más es José Ángel Valente, un islote en el mundo de la poesía, alejado de
corrientes y grupos generacionales, una especie de Octavio Paz a este lado del Atlántico,
un lobo solitario alejado de la manada que aúlla en las noches, negras como el
azabache, para romperlas con la rotunda fragilidad de la palabra, su secreto,
pero también su arma más poderosa, esa que se rebela en más de 900 páginas que
no hacen más que enarbolar la bandera de la palabra en la conquista de la
poesía, un territorio del que pocos salen triunfantes, y menos con esta
solvencia. Acabó José Ángel Valente su poesía con versos en gallego, un latido
siempre presente que, cuando la noche se presentía, necesitaba otra luz. Su
luz.
Publicado en Diario de Pontevedra 29/08/2015
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