luns, 19 de novembro de 2018

Valle-Inclán, corresponsal de guerra

Rue Saint-Antoine nº 170
Literatura ▶ En 1916, en plena Primera Guerra Mundial, Ramón del Valle-Inclán se planta en el frente de guerra franco alemán, invitado por el gobierno francés, conocedor de su defensa de la causa aliada. Permaneció dos meses entre trincheras, caballos reventados, lluvias constantes y ratas para dejarnos una estremecedora crónica del conflicto


Europa anda estas semanas metida en recuerdos, conmemoraciones y homenajes destinados a poner en valor el final de la Primera Guerra Mundial y las posibles lecciones que un conflicto de ese calibre dejan en esta Europa que llega a nuestros días repleta de dudas y ansiedades. Aquel armisticio se firmó el 11 de noviembre de 1918 en un vagón de tren en el bosque de Compiègne, a escasos metros del frente de la contienda, de aquella línea de trincheras que iba de los montes alsacianos hasta la costa del mar del Norte. Una distancia que marcó el inicio de una nueva manera de entender la guerra, batallas con nuevos medios mecánicos de destrucción, con aviación y con una estrategia que derivó en lo que se dio en llamar como guerra de trincheras. Dos ejércitos armados hasta los dientes separados por unos pocos metros de distancia y metidos bajo tierra, una tierra húmeda y llena de ratas en el corazón de una Europa que presenciaba uno de los mayores fracasos del ser humano y que luego se vería redimensionado con la II Guerra Mundial.
Hasta ese abismo moral llegó nuestro paisano a finales de abril de 1916, permaneciendo durante dos meses, invitado por el gobierno francés y de la mano del diplomático francés Jacques Chaumié, que había conocido en los cafés madrileños. Éste, conocedor del apoyo del escritor a la causa gala, y como hicieron con otros creadores, le invitó a esa experiencia que debía derivar en un libro de apoyo a la causa. Valle-Inclán no se lo pensó, saliendo hacia París y participando de tres recorridos en el frente: el primero en los Vosgos y la Alsacia; el segundo en Châlons, visitando un campo de aviación; y el tercero en la ciudad de Reims. Ese material tuvo una primera publicación en prensa, en ‘El Imparcial’, con dos series de entregas sobre lo allí vivido que derivaron en la publicación en junio de 1917 del libro ‘La media noche. Visión estelar de un momento de guerra’.
Un relato concentrado al máximo en el que leerlo hoy todavía estremece por la contundencia de lo escrito. Por una narración áspera, vibrantemente alejada del Valle-Inclán modernista, y es que en este momento la escritura de Valle-Inclán, como el mundo que lo rodeaba, estaba mudando por completo. En ese mismo año de 1916 el de Vilanova de Arousa publica ‘La lámpara maravillosa’, todo un manifiesto estético de su concepción creativa que iría desde estos momentos dirigiéndose hacia el esperpento, pero antes, en este libro, en estos apuntes de la guerra, Valle-Inclán se adentra ya por los senderos de la modernidad en la escritura, como estaban haciendo otros autores en diferentes rincones del mundo (Joyce, Dos Passos, Faulkner), analizando las posibilidades de expresión a partir del punto de vista utilizado. La pretensión del creador de ‘Luces de Bohemia’ con estos pequeños capítulos es ofrecer un fresco simultáneo de lo que sucede en un mismo momento, una especie de perspectiva aérea de conjunto, una agrupación de tiempos y acciones que propician una síntesis global desde la narración de pequeños asuntos del día a día. Se escapa de la gran batalla, de la gran gesta, y todo se reduce a la mirada intensa del reportero y lo que pasa ante sus ojos. Y ahí es cuando Valle-Inclán descerraja su escritura de noches en las que las luces de las ráfagas de las ametralladoras salpican la oscuridad, de caballos y soldados despanzurrados, de un lodo cada vez más denso en el que debido a las lluvias constantes y el aumento de muertos convertía las trincheras en enormes nidos de ratas.
Todo ese infierno Valle-Inclán lo condensó en un pequeño cuaderno anotando lo que veía y lo que le contaban, con tachaduras y correcciones, un texto vivo y vívido. Es el ‘Cuaderno de Francia’, que ahora custodia la Cátedra Valle-Inclán de la Universidad de Santiago de Compostela (que culmina estos días la homérica labor de publicar sus obras completas) y del que se ha editado una maravillosa edición facsimilar de la mano de la especialista Margarita Santos Zas, autora también del prólogo de la impresión, el pasado año, en Alianza Editorial, de ‘La media noche. Visión estelar de un momento de guerra’ con motivo del centenario de su publicación. Ambos son una manera perfecta de seguir los pasos de Valle-Inclán en ese frente de guerra francés que cumple cien años de su final, pero también el mejor camino para entender los pasos hacia la modernidad en la obra del creador del Marqués de Bradomín. Un camino que se conducirá por el esperpento, ‘Tirano Banderas’ o ‘El ruedo ibérico’, como singulares etapas de esa nueva narrativa.
En todos esos momentos posteriores seguramente estarían bien presentes las imágenes contempladas entre las trincheras, como aquel vuelo sobre el escenario de la guerra: «Yo he volado sobre las trincheras alemanas y jamás he sentido una impresión que iguala a esta en fuerza y belleza», escribió Valle-Inclán. Aquel universo de horror y destrucción formaba parte de un nuevo mundo en el que Valle-Inclán estaba para anotarlo y para contarlo.


Publicado en Diario de Pontevedra 19/11/2018


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