Se nos siguen muriendo los poetas en este invierno de nieves negras para
olvidar. Juan Gelman, José Emilio Pacheco, Félix Grande y ahora Leopoldo María
Panero, un alud de desolación precisamente cuando tanta falta hacían.
Pocos autores han tenido tantas necrológicas como él, a pocos se les ha
llorado en vida tanto como al último de una estirpe anclada hasta el tuétano a
este país, para lo bueno y para lo malo, y que de manera tan certera plasmó
Jaime Chávarri en ‘El desencanto’. La poesía de Leopoldo María Panero fue
siempre un grito contra el sistema a partir de gritar contra sí mismo y su
desarraigo, y eso ponía cachondos a todos los que hoy escribirán enfervorizados
loas al poeta muerto, mientras en vida, su tránsito por sanatorios
psiquiátricos se convertía en un medallero para el olvido y la construcción de
uno de esos mitos tan queridos por la
España del aquelarre, esa que desprecia al loco y que solo lo
saca a pasear en los días de fiesta. “España es la que está loca, no yo”
exclamaba el poeta. ¡Qué razón tenía!, pocos tan cuerdos como él, pocos tan
certeros. Junto a nuestro Carlos Oroza, y algún otro, convirtió la poesía en un
magma creativo, en la iconoclastia ante lo establecido y en el pasaporte para
una libertad irrenunciable por encima de todo y de todos, con un único asidero:
la palabra. Novísimos, beat, underground… Adjetivos para adjetivar lo
inadjetivable, lo que no admite calificación, una renuncia que le llevó, junto
al propio Oroza, a ser considerado ‘raro’, un poeta de minorías pero que
salpica desde hace horas las redes con más entradas que muchos premios Nobel.
Y es que la poesía sigue latiendo pese al color de la nevada, pese a ese
manto negro bajo el cual se encuentra la pureza, la nieve blanca en la que la
palabra manda y ella no entiende de raros y no raros solo de fulgor y
eternidad, «He aquí un hombre al que masticó la vida», dijo el poeta.
Publicado en Diario de Pontevedra 7/03/2014
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