Una idea puede por sí sola justificar todo un libro. Hablamos de una gran
idea, de una idea tras la cual sabes que debe haber un buen libro. Hace tiempo
que vienen llegando rumores sobre esta novela, sobre una obra que ha
convulsionado Francia, su lugar de origen, y que, como un tsunami, se extiende
por todo el territorio europeo. Estos días le toca a España con la salida a la
venta de ‘El lector del tren de las 6.27’ a cargo de Seix-Barral. ¡Y la idea! ¡Pero
cual es la dichosa idea!, pensarán ustedes. Pues ahí va.
Un hombre trabaja destruyendo aquello que más ama, los libros. Al mando
de una monstruosa trituradora ve pasar por sus entrañas miles de libros que son
destrozados y de los que solo unas pocas páginas permanecen con vida. Porque
los libros tienen vida, bueno eso ya lo saben. Esas hojas, rescoldos de la
creación, son rescatadas por este
personaje que cada mañana se dedica a leerlas en voz alta en el tren que le
lleva a ese traumático trabajo.
Se lo dije o no se lo dije, ¿no es una idea brillante? Pues a partir de
ahí ya es cosa suya. Toca leer y descubrir a este autor que, pásmense, nos
presenta así su primera novela, tras dos pequeños relatos, convirtiéndose en
todo un fenómeno editorial que ya ha sido vendido a 25 países.
Y es que tras el fulgor de esa idea, de ese recurso generado para
accionar el movimiento de la narración, Jean-Paul Didierlaurent nos conduce por
un universo de personajes que van uniendo su destino al amparo de lo literario.
Seres inclasificables, extraños si quieren llamarles así, y que se conducen en
un viaje lleno de complicidades, acariciados por una lírica que va aflorando a
medida que estos asoman a un relato en el que no faltan las pizcas de humor
necesarias para que todo esté perfectamente engrasado y que, al final del
libro, desemboca en una hermosa historia de amor planteada a través de una
búsqueda por donde unos menos piensa que puede asomar el amor y la belleza y
sin embargo, ahí están, pletóricos ambos y surgiendo de un azar siempre tan
presente en nuestra vida.
Cada día que amanece, cada día que el protagonista entra en ese vagón de
metro y descerraja una cuartilla literaria rescatada de la destrucción, surge
la esperanza. La propiciada por la atención de esos lectores de oído que ya
aguardan ansiosos qué les va a contar este hombre, pero también la esperanza en
la amistad de los enemistados con la vida, viajeros anónimos como los que nos
acompañan en tantos y tantos trayectos en medios de transporte y de los que no
sabemos nada, de los que desconocemos todo y tras los que pueden esconderse
actitudes o actividades extraordinarias.
Ahora, ese hombre emerge como el catalizador de sus vidas, un hombre
llamado «Guibrando Viñol no es ni guapo ni feo, ni gordo ni flaco. Su trabajo
consiste en destruir lo que más ama...».
Publicado en Diario de Pontevedra y El Progreso de Lugo 15/03/2015
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