Si
nos falta la palabra, no nos encontramos.
El
pensamiento precisa, siquiera, mojar los labios.
No
pocas veces estamos a falta de una palabra próxima, como mano amiga.
[‘Por
si acaso. Máximas y mínimas’. Ángel Gabilondo]
Accedió
Ángel Gabilondo
a aquel salón de actos conduciendo su montañoso cuerpo y un cráneo poderoso,
como de Zeus,
de esos que te invitan a pensar que en cualquier momento brotará una Atenea de
su interior. Era un mes de abril de hace casi ocho años, que es el bendito mes
en el que en Pontevedra
se habla de filosofía gracias al Aula
Castelao y desde hace unos pocos años
también de poesía, con el Festival PontePoética
del Concello de
Pontevedra y el Ateneo de Pontevedra.
¡Ay, abril, qué hermoso eres!
Ángel
Gabilondo dejaba tras su paso un rastro metafísico, un hermetismo que, en
cuanto subió al estrado, se descompuso en toda una serie de reflexiones a cada
cual más inteligente y que al día siguiente en las páginas de este medio se
titulaban entrecomillando una frase suya: «Hay que hacer de nuestra vida una
obra de arte». La información, sin firmar, como un crimen anónimo y sin
reivindicar, era una cuchillada al resto del periódico y a las noticias, como
casi siempre monótonas y desesperanzadoras, que en él se fijaban como notarias
de la actualidad. Siete años después sigo buscando a quien hizo aquella
crónica, a quien dejó flotando en el aire una frase como esa en la que Ángel
Gabilondo describía la posición del ser humano
en un contexto como el nuestro. Ahí va otra andanada: «Hablamos tanto
que lo dejamos todo perdido de palabras y, mientras tanto, no decimos nada».
Todo un cañonazo a la línea de flotación de esta sociedad que en cuanto a
palabras, y palabras de políticos, se mueve entre el barullo y el vapor, entre
las palabras sonoras y densas pero sin sentido y buscando la distracción, y el
vaho en que se convierten las palabras de otros, condenadas a evaporarse
segundos después.
Después de aquella conferencia Ángel Gabilondo fue
ministro de Educación y desde hace unos días candidato a la presidencia de la Comunidad de
Madrid. Días, pocos,
en los que le hemos oído expeler por su boca más sentido común que al noventa
por ciento de esa clase política en la que se vuelve a integrar tras su paso
por un ministerio que debería ser propiedad suyo, por lo saludable de sus ideas
y en el que casi logra el milagro de los panes y los peces en nuestra política,
un acuerdo entre los dos grandes partidos sobre un tema troncal para toda
sociedad, como lo es la educación, siempre pendiente del cordel del partido en
el poder y con leyes modificadas fracaso tras fracaso.
Ángel
Gabilondo ha sido criticado a las pocas horas por el Partido Popular, con su
habitual displicencia, bajo la dura acusación de ser un personaje «poco
conocido», algo que se puede entender como lógico viniendo de un partido que
acaba de mandar al ostracismo a la filosofía en los programas de estudio y para
el que una persona que se mueve en los vaivenes de esa disciplina, manejando en
sus diálogos frases de Kant
o de Foucault,
no deja de ser algo parecido a un extraterrestre. Uno está deseando ver los
debates que enfrenten a los diferentes candidatos a la Comunidad de Madrid para
ver cómo se manejan ante un hombre respetuoso, inteligente, educado, gran
orador y mesurado, precisamente características que debería tener todo buen
político, pero que desde hace un montón de tiempo están ausentes del vocerío
político actual, seguramente por esa falta de asidero en el pensamiento y en la
formación humanística.
Curiosamente
esa Comunidad de Madrid tendrá otro candidato de tronío, el poeta Luis García Montero,
quien estará en Pontevedra para participar en PontePoética en el mes de abril,
otra vez el bendito abril. Un filósofo y un poeta en plena renovación moral de
la sociedad, el pensamiento y el verso refundando una Comunidad carcomida desde
sus cimientos por la corrupción, la manipulación, el pillaje y la indiferencia
con los menos favorecidos. Indiferencia, otra de las palabras de aquella
filosófica charla, «pensar es educar para mirar, lo más desconcertante es que
no vemos, por eso la filosofía nace cuando reconocemos lo otro». Mientras, Luis
García Montero buscará hacer realidad efectiva uno de sus mantras: «La poesía
es un ajuste de cuentas con la realidad», y ¿por qué no desde la poesía mirar el
mundo de manera más real?, más cercana a un ser humano tantas veces despojado
de esa condición por la mirada altanera y engreída de los mercados y los
mercaderes, capaces de conseguir, junto con el perverso uso de la política,
(que nadie olvide su importancia y necesidad para cualquier orden social) que
todo lo que sea política se vea como algo sucio y de lo que desconfiar. Un gran
mal que nunca deberíamos perdonar a todos los que hicieron ese maléfico uso de
la política.
Este
nuevo escenario que la decepción general ha creado acerca a personas sin
aspiraciones en el ruedo político a un compromiso que, desde su honestidad,
bagaje y mirada, será revitalizante en el erial que hemos protagonizado, y
hasta aquí, en Pontevedra, tenemos a Luís
Rei, encabezando una candidatura a la
alcaldía. Periodista, escritor y poeta, sí también poeta, y por lo tanto
también filósofo. «O poeta rebate a tiranía do tempo!», escribe en su último
poemario. En esto está, y se lo ha
tomado en serio.
Escucharles a todos ellos nos reconcilia con la política a través de la palabra. Una vuelta necesaria al principio, a aquellos clásicos con túnica que aplacaban y educaban a las masas con su voz y su discurso. Ahora parece que la palabra se impone sobre el espectáculo. Un espectáculo cutre y sórdido.
Escucharles a todos ellos nos reconcilia con la política a través de la palabra. Una vuelta necesaria al principio, a aquellos clásicos con túnica que aplacaban y educaban a las masas con su voz y su discurso. Ahora parece que la palabra se impone sobre el espectáculo. Un espectáculo cutre y sórdido.
Publicado en Diario de Pontevedra 7/03/2015
Fotografía. Ángel Gabilondo en la Semana Galega de Filosofía de 2007. Gonzalo García
Ningún comentario:
Publicar un comentario