Rue Saint-Antoine nº 170
Pintura. Hasta el 17 de abril podemos disfrutar de la pintura de la
pontevedresa Carmen Domínguez recorriendo la exposición que tiene lugar en la Sala Rivas Briones de
Vilagarcía de Arousa. Un itinerario que nos llevará por sus últimos trabajos
vinculados a la experimentación con el bosque, pero también a otros territorios
más abstractos y personales.
No tarda mucho el artista en regresar a la naturaleza, en retornar en esa
eterna fuente de inspiración a la que tanto debe la Historia del Arte y en la
que una y otra vez los pintores intentan explorar sus posibilidades para,
precisamente, intentar explorar las suyas propias.
Carmen Domínguez lleva desde hace cuatro años inmersa en esa doble
exploración, en ese camino con dos sendas que lleva a circular por el entorno
natural, intentando comprender, meditar y representar después; pero también
otra de esas sendas le conduce por su propio interior de creadora, afrontando
un desafío, siempre descomunal, como es el de generar nuevas percepciones en un
tema ya muy trabajado por miles de artistas.
Esa doble vía Carmen Domínguez la afronta como lo ha hecho siempre cada
vez que la pintura la ha desafiado, cada vez que la ha puesto a prueba para
comprobar sus capacidades, y una vez más la pintora pontevedresa sale indemne
del trance. Todos eses bosques otoñales nos conmueven a través de su presencia
física, no solo por la forma, sino también por lo que se adivina tras ellos. Un
enorme trabajo por conseguir una sensación de realidad, una turgente
mirada que va más allá de la propia
pintura tomando opciones casi escultóricas, por lo que tiene de relieve esa
aplicación de maderas y elementos vegetales en la superficie de la pieza. El
efecto es espectacular y la naturaleza se abre así, conmovedora a la percepción
de un espectador que se ha visto sorprendido una vez más porque la imaginación
del artista puede sugerir nuevas formas de empatizar con el espectador.
Esos ‘Otoños gallegos’, que es como se denomina a este momento de su
obra, además de la potencialidad expresiva alcanzada en la incorporación de
todos eses elementos, se ven dinamizados por el trabajo, que ya es habitual en
esta creadora, logrado con el color. La viveza de los colores, su empleo casi
matérico eludiendo el rastro de la pincelada, consiguen en estos cuadros unos
efectos que vuelven a caer en ese sentimiento de sorpresa que citábamos antes.
El color definiendo planos, emergiendo
entre todos esos elementos como una parte más de la naturaleza, puros,
vibrantes, convirtiéndose en sensaciones de la propia naturaleza: rayos de sol,
amaneceres, atardeceres, fuegos... todo ello completa un conjunto de obras en
los que se ve cómoda a Carmen Domínguez y feliz por los resultados.
Pero esta exposición, denominada con el título de ‘Paso a paso’, importante dentro de su trayectoria por la
cantidad y calidad de las piezas exhibidas, también nos lleva a la pintora de
esas superficies extensas de pintura, oradadas, troqueladas, perfiladas, en las
que también objetos externos al mero hecho pictórico y la limitación del
pincel, van tomando protagonismo desde lo que puede parecer un gesto
premonitorio de lo que nos encontraríamos después.
Piezas como o ‘Ilusión’, ‘Sueño feliz’, ‘El oyente’ o ‘Temblor’ funcionan
desde esa mirada. Superficies de la abstracción, territorios de la pintura en
los que el color redimensiona todo y se transforman por la huella del artista
simbolizada en una forma que se mueve, en un agujero que nos engulle, en una
incisión en la superficie o en una figura que alude a algún elemento
(escaleras, casas, bolsas...) que no hacen más que engrandecer el significado
otorgado por su creadora, pero también el que cada unas de las personas que se
sitúan ante el lienzo le puedan otorgar.
Dos formas de entender la pintura, dos veredas por las que hacerse una
obra y que responden a un mismo interés por que la pintura capitalice todo el
amor de esta mujer por la vida y la capacidad de expresión del artista para
conectar con la sociedad en la que se desarrolla su existencia. Este ‘Paso a
paso’ es precisamente eso, ¡qué bien elegido el título!, un caminar firme por
la capacidad del arte para unir a un creador y sus horas de soledad en el
estudio con el espectador que se encuentra con esta materialización de lo
imaginado por ese creador que lo que necesita es que ese contacto sea constante
para calibrarse a sí mismo y entender si aquello que hablábamos de los desafíos
que la propia pintura le plantea se resuelven con éxito o no.
Hasta el 17 de abril podemos formar parte de ese debate y sentirnos
protagonistas de ese proceso. Si lo hacemos escucharemos el crujir de la
hojarasca, veremos las hojas de los árboles desprenderse por un leve viento, en
definitiva, seremos parte de una obra de arte.
Publicado no Diario de Pontevedra 1/04/2015
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