luns, 22 de xaneiro de 2018

Dentro de una guitarra

Rue Saint-Antoine nº 170
Música ▶ El concierto de Jorge Drexler en el Pazo da Cultura de Pontevedra dejó una exhibición musical y también literaria sobre cómo entender nuestro mundo. El cantante uruguayo, con un fantástico acompañamiento musical basado en el sonido de las guitarras, conectó con un público que disfrutó con un repertorio comprometido con la vida.


Lleno absoluto en un patio de butacas que se encontró con un cantante entregado, con un músico que le hizo caso a Joaquín Sabina (‘Pongamos que hablo de Martínez’) para cambiar Montevideo por Madrid y con ese cambio virar toda su vida. Tanto que de no ser por aquella noche de tangos, licores y confesiones al alba es posible que Jorge Drexler nunca hubiera estado una noche de enero, en el día de San Sebastián, frente a un público cómplice como pocas veces se ha visto en nuestra ciudad, y con quien hace de esa conexión parte de su espectáculo.
Pero antes de su voz y de su guitarra Pontevedra dejó sobre el escenario muestra también de su brío musical, de una efervescencia de grupos y cantantes que están sementando esta ciudad de una nueva generación de músicos fantásticos. Ella se llama Cora Sayers, y la primera caricia de la noche vino de su voz, con tres canciones que prepararon al público para el resto de la noche, así como para visibilizar lo importante de las complicidades entre la gente que crea, entre músicos que, por muy famosos que sean, no dudan en compartir escenario con quien tiene en la ilusión y en el futuro el mayor valor para enfrentarse al público.
Salió Jorge Drexler a un escenario iluminado por una luna que no era luna, sino el ojo de una guitarra, y es que si algo marcó el concierto del autor de la ‘Milonga del moro judío’, fue ese círculo rasgado por las cuerdas de la guitarra cuyo sonido fue la clave de todo un recital basado en los últimos trabajos del cantante uruguayo, orillando antiguos éxitos y dándole mayor consistencia a sus nuevas músicas, músicas de aquí y de allá, de este y del otro lado del Atlántico, ya que si algo caracteriza sus sonidos es esa mezcla que tanto bien le hace a la música. Instrumentos y ritmos trasantlánticos que se integran como anillo al dedo con unas letras maravillosas. Letras que cuentan historias de vida, experiencias que se hacen relato para constituir una especie de narración alumbrada en las paredes de las cavernas. Una tradición oral a la que Jorge Drexler tributa sus canciones como manera de relacionarse con la comunidad, y la comunidad ayer era un público que había agotado el papel desde hace varias semanas, lo que provocó el agradecimiento del protagonista de la noche, quien entre explicaciones de canciones y sus músicas, iba intimando con el colectivo. ‘Despidiendo a los glaciares’, como cantó en una de las canciones más hermosas de la noche, y esa conexión entre el deshielo se hizo sonido pero también silencio. Palmas y castañuelas hicieron del público parte de la banda, pero también el silencio, en una canción que reclamaba su presencia en nuestra sociedad como amparo frente al ruido del exterior.
Y es que Jorge Drexler si algo busca en sus canciones es dejar siempre flotando un mensaje, una botella lanzada al mar del compromiso en la que encerrar alguna reflexión atinada sobre este loco universo en el que nos ha tocado danzar. Ecologismo, guerras, religiones, incomunicaciones, ruido... se van sucediendo en sus argumentarios para que finalmente entre todos ellos medie la palabra. Siempre la palabra, a quien tanto cuida y mima en sus letras, de las que tanto pende su música siempre utilizada como aderezo al mensaje pero nunca distrayéndonos. Pues con todo eso que cae ahí fuera Jorge Drexler y su magnetismo nos hizo creer que en la noche del sábado su público estaba en el interior de una de sus guitarras, un asilo provisional para respirar y para mirar por la boca de esa guitarra hacia un cielo cargado de inspiraciones. En aquel refugio la complicidad ya era toda, y la disolución entre escenario y platea había desaparecido. Jorge Drexler destilaba sus canciones, muchas de su último disco, recién parido, comprobando como esas músicas conectaban con el público, formando parte ya de su extenso catálogo de inmarchitables. Los doce segundos de silencio entre las luces de un faro nos permitían conectar con esos instantes oscuros de nuestras vidas, unos vacíos que siempre acaban siendo iluminados y desde los que recuperar el rumbo. Cada canción era un abrazo a la humanidad, una recuperación de la confianza que tantas veces hemos perdido, y con razón, pero ante la que la música no da el brazo a torcer.
En un recital de guitarras fue emocionante el homenaje realizado al recientemente fallecido Tom Petty con su inmortal ‘Free fallin’ o cuando en un trío con dos de sus colegas de escenario entre copas de albariño se escucharon algunos de los momentos musicales más importantes de una noche que ya estaba abocada al éxito. Jorge Drexler iba sustituyendo su condición de chamán, de orador y narrador de historias, por una vertiente musical mucho más poderosa que se coronó con los bises tras su regreso al escenario. Casi media hora más de propina en un concierto que en su conjunto nos dejó dos horas y media, casi tres, por la actuación de Cora Sayers, y que me da a mí que tardará mucho tiempo en olvidarse en nuestra ciudad.
Salvavidas de hielo’ es el título del último trabajo de Jorge Drexler en el que lo efímero, esos momentos transitorios de nuestras vidas que suelen tener tanta importancia, aunque en el momento de producirse no los valoremos así, son los protagonistas. Mirar allí donde parece que no hay nada. ‘Quimera’, ‘Estalacticas’, ‘Silencio’ o ‘Movimiento’ canciones de ese último trabajo fueron las que el sábado pasaron por nuestra ciudad para afirmar esa imagen del Jorge Drexler como un gran letrista, pero también un excelente músico y guitarrista. Historias que pretenden hacer de esa levedad parte del petate que llevamos a la espalda en nuestro tránsito, para ello, nuestras actitudes frente a los problemas de la sociedad son fundamentales, un compromiso que debería formar parte todos nosotros y que desde la música logra alcanzar una resonancia que ayer comprobamos con la capacidad suficiente como para emocionar, más aún cuando la escuchas desde el interior de una guitarra que se pensaba luna.



Publicado en Diario de Pontevedra 22/01/2018
Fotografía: Olga Fernández


Ningún comentario:

Publicar un comentario