luns, 29 de xaneiro de 2018

Amadeo Modigliani, la vida a bocanadas

Una biografía sobre la vida de Amadeo Modigliani a cargo de un testigo de la misma, André Salmon, y una amplia exposición en la Tate Modern de Londres, junto a un nuevo escándalo por la exhibición de varias obras falsas del pintor en una prestigiosa exposición realizada la pasada primavera en el palacio Ducal de Génova vuelven a centrar la mirada del mundo del arte en un pintor al que ese mismo mundo orilló durante su vida, despreciando su obra y todo lo que rodeó a uno de esos malditos que tanto gusta acuñar a ese mismo ecosistema artístico.


París, 1906. Un joven italiano de nombre Amadeo Modigliani llegaba a París, la capital artística de un mundo que a principios del siglo XX se encontraba inmersa en un febril proceso artístico en el que este apuesto pintor nunca encontró un lugar junto a los demás, huyendo de tantos movimientos y configurando su pintura desde una trayectoria individual que hizo de él un extraño frente a los demás. Su carácter y el aura que se generó ante su desordenada vida hicieron de Amadeo Modigliani una de las figuras más llamativas del arte de las primeras décadas del siglo XX, y su obra, apestada durante su vida, fue progresivamente incrementando su valor y aprecio por parte de coleccionistas y expositores, también por los falsificadores, que vieron en sus sencillos trazos un camino bien fácil para lograr unos ingresos que medraban a medida que su pintura recibía un mayor reconocimiento de críticos e instituciones y cuyo último capítulo viene de abrirse hace unos pocos días al comprobarse como un tercio de las obras expuestas en una muestra visitada por cien mil personas en el Palacio Ducal de Génova resultaron falsas. Esa sensación de que «Modigliani pintó más de muerto que de vivo», según el estudioso de su obra Carlo Pepi, no puede evadirse de la gran exposición que actualmente y hasta el mes de abril se encuentra abierta en la Tate Modern de Londres con un centenar de obras del artista.
Hablamos de una obra que depende directamente de una vida llena de excesos como la de este pintor nacido en Livorno en 1884 y fallecido en París en 1920. 35 años que vienen de condensarse en un libro esencial para entender, ya no sólo a un artista, sino a todo un tiempo, el que entre Montmartre y Montparnasse dejó para la historia algunas de las más bellas estampas artísticas de la historia, pero también numerosas vidas ajadas entre excesos, amores y copas de alcohol consumidas en noches en las que las pinceladas se convertían en un efímero paso por la vida. Esa vida se relata en el libro ‘La apasionada vida de Modigliani’ (Editorial El Acantilado, 2017) de una manera muy diferente a cómo se hace en otras biografías del artista, ya que en este caso, su autor, André Salmon, compartió muchas de esas jornadas de encuentros con otros pintores en aquel irrepetible París. André Salmón fue escritor y crítico de arte, frecuentando desde 1903 los círculos vanguardistas parisinos y trabajando como periodista para diferentes medios, entre ellos ‘Le Petit Parisien’, del que fue corresponsal durante la Guerra Civil española. El periodista consigue sumarle a la biografía de Amadeo Modigliani ese ingrediente de piel que se echa en falta en otras biografías, demasiado rígidas y centradas en lo puramente artístico. Leyendo estas páginas entendemos cómo en las pinturas del italiano no sólo está una manera de pintar distinta a la de cualquier otro, sino que que también está un tiempo y un espacio como fue aquel París en el que vivió Amadeo Modigliani, convirtiendo a este texto en mucho más que una biografía individual, prolongándose como la biografía de un tiempo y un espacio.
Para Amadeo Modigliani la pintura siempre fue un acto de resistencia, de joven, cuando se enfrentó a su padre, un comerciante de pieles y de carbón, y no un banquero como tantas veces se afirmó, que se negaba a apoyar las inquietudes artísticas de su hijo. Un hombre esbelto y elegante que hizo de su belleza y atractivo un ingrediente más de esa vida que iba a estar siempre condicionada por su endeble salud, por una afección respiratoria que la iría minando junto a sus excesos hasta la muerte por una tuberculosis que fue derivando en una meningitis cerebral. Pero entre esos dos momentos Modigliani desarrolló una vida intensa como pocos artistas y que se podría iniciar en esa llegada a París en 1906 y en un rápido encuentro con Picasso en el barrio de Montmartre en el que se instaló el pintor italiano. A Picasso, que en aquellos momentos comenzaba a dinamitar la pintura, aquel joven de buena familia le prestó cinco francos que tiempo después le serían devueltos por el creador de ‘Las señoritas de Avignon’ con cien francos metidos en su bolsillo en una noche de borrachera.
Modigliani fue rápidamente haciéndose con aquel espacio y contactando con pintores maravillosos: Derain, Vlaminck, Matisse... pero también con otros mucho menos conocidos como el chileno Manuel Ortíz de Zárate con el que tendría una gran amistad labrada en horas y horas de cafés y locales en los que Modigliani comenzó bebiendo copas de vino tinto para después pasar al ron y al consumo de hachís. André Salmon relata cómo ese consumo de alcohol, y sobre todo el de drogas como el opio o el hachís, era habitual, siendo un un mercado muy accesible. Las preguntas enseguida se agolpan alrededor de esta búsqueda continua del alcohol como una manera de aplacar los demonios ante la impaciencia por lograr la genialidad a la que se aspiraba desde los pinceles. Ese alcohol y su ingesta continua y masiva a todas horas se convirtió en uno de los círculos del infierno de un pintor con un carácter imprevisible e irascible que tuvo siempre la lectura de la ‘Divina Comedia’ de Dante, como uno de sus asideros creativos y vitales. Desde bien joven memorizó pasajes de la obra literaria que no dudaba repetir en sus conversaciones con los personajes de aquel París consumido en sus propias pasiones.
Amadeo Modigliani cambiará el barrio de Montmartre por el de Montparnasse, una nueva zona de París en la que seguía enfrentándose a sus demonios y a unos lienzos en los que era incapaz de alcanzar lo que él mismo quería reflejar. Retratos y desnudos a través de unas líneas muy marcadas, la influencia de la escultura, no tanto la africana como la etrusca, fueron amalgamando esa pintura que era una discusión continua sobre sus resultados, no sólo consigo mismo sino con los otros pintores del momento. Es maravilloso leer como André Salmón relata los diálogos entre genios de la pintura sobre sus pretensiones y sobre los caminos del arte en unos momentos llenos de encrucijadas. Pero no sólo la pintura inquietó a Modigliani, su amistad con Brancusi le llevó a la escultura, y a ‘robar piedras’ como él mismo denominaba a aquellas noches en las que se dedicaba a buscar un soporte para esa escultura.
Pero la vida de Modigliani, también es la vida del amor por dos mujeres, dos entre tantos amores ocasionales. Beatrice Hastings y Jeanne Hébuterne. La primera aparece definida en este libro como el valor ante la pintura, mientras la segunda se convertiría en la fe por esa misma pintura. Sólo junto a Jeanne Hébuterne Amadeo Modigliani domó a ese puñado de demonios, por instantes se despegó del alcohol y una moderada calma le hizo alcanzar una inesperada felicidad en los últimos años de su vida. Años en los que su existencia comenzaba a apagarse al tiempo que nacía su única hija y su pintura comenzaba a ser lo que él mismo había buscado desde aquellos primeros dibujos en unas viviendas que aspiraron pero nunca fueron un taller de pintura. Pero lo que nunca vio Modigliani fue el éxito de su pintura, incluso meses antes de morir el gran marchante Ambroise Vollard, que alentara la obra de Cézanne y Picasso rechazó comprar sus obras, algo de lo que no tardó en arrepentirse.
El maldito Modigliani se apagaba en un hospital tras sujetar la mano de la única persona que le concedió paz, aquella mujer, Jeanne Hébuterne, tantas veces retratada en sus cuadros, horas después se arrojaba embarazada por una ventana a las calles de París. Las calles que pisó Amadeo Modigliani antes de morir y de pronunciar las que fueron sus últimas palabras: ¡Italia! ¡Cara Italia!


Publicado no suplemento cultural Táboa Redonda. Diario de Pontevedra/El Progreso de Lugo 21/01/2018


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