De ella Nabokov o Gandhi dijeron que era la mejor novela de toda la
literatura rusa. La editorial Nórdica la ha puesto en circulación en este
inicio de año bajo una atractiva edición, en la que sus páginas se ven
acompañadas por las ilustraciones del argentino Agustín Comotto, ofreciendo una
certera aproximación a una novela en la que en cuanto uno se sumerge en sus
primeras páginas, se ve ya abocado a compartir las vicisitudes de ese hombre
llamado Iván Ilich, a través del cual el autor ruso pretende mostrar las dudas
e incertidumbres que van acechando y llenando de sobresaltos nuestra vida.
Todo era calma en la vida de Iván Ilich, con una buena plaza de trabajo
en el funcionariado zarista, mujer, hijos, partidas de cartas con sus amigos,
una buena situación social, la vivienda propia de cualquier sueño. Todo eso
formaba parte de la vida de este hombre que, un buen día, de la manera más
inesperada recibe un golpe en su costado. Ya nada volvería a ser igual. El
declive físico se vio rápidamente acompañado por un declive moral en el que la
mente acosa constantemente a este hombre repleto de dudas. Todas ellas
dinamitan su devenir diario, los convencionalismos, su forma de relacionarse,
tanto en el interior de su hogar como en el exterior de él. Esa incertidumbre
retumba en su interior para cuestionarse todo lo conseguido. Si lo material es
lo menos importante, más lo es su relación con los seres humanos, aquellos con
los que el contacto se convierte en un sufrimiento que no hace más que acrecentar
los síntomas de un final irreversible al cual el protagonista se aboca.
Las dudas convertirán todo en una sensación de engaño, acrecentando en
Iván Ilich la perspectiva de la hipocresía que siente y que le rodea como la
parte más detestable de su enfermedad. Es así como al acercarse el momento
final, una agonía descrita de manera magistral y, a la que no puedas dejar de
aferrarte en su lectura, vemos como el protagonista acepta como con el paso de
los años la sensación de felicidad se va apagando, al igual que la vida. La
infancia se convertirá entonces en ese ámbito en el que la felicidad es plena,
contaminándose a lo largo de la existencia con las circunstancias de una vida
de la que Iván Ilich duda sobre su autenticidad, acusándola de ser un engaño
permanente.
Tras este pensamiento, y aceptada la mentira como la gran enfermedad de
la vida, Iván Ilich está listo para expirar, para liberar a sus familiares de
la carga de su existencia.
Lev Tolstói acababa de cumplir cincuenta años cuando escribió esta novela
publicada en 1886, una cifra singular en la vida de cualquier persona que marca
de manera definitiva esta obra, al ser una especie de conclusión sobre la vida
y nuestro papel en ella a partir de una visión claramente pesimista, fruto de
una suerte de crisis existencial al confeccionarse tras superar esa ‘barrera’
de edad. Lo cierto es que ‘La muerte de Iván Ilich’ se evidencia como un
magnífico ejemplo de novela, perfectamente construida, fácil de leer y en la
que tras cada página afloran unos segundos para la reflexión, para pensar cómo
los hechos y azares que acaecen en nuestras vidas dejan un rastro más o menos
profundo en ellas.
No debemos dejar de incidir en el acompañamiento del relato, una serie de
bellas ilustraciones tan arriesgadas como efectivas, representando diferentes
aspectos de la novela y actualizándola de manera visual a las corrientes
editoriales de nuestro tiempo. Se vivifica así un relato de la mano de Agustín Comotto y un espléndido
trabajo capaz de hacer que un texto ya clásico sea capaz de alcanzar una nueva
vida, llena de la esperanza que le faltó a Iván Ilich.
Publicado en Revista. Diario de Pontevedra
El Progreso de Lugo
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