Rue Saint-Antoine nº 170
Memoria.
Cuando se cumplen 15 años de la muerte del doctor José Luis Barros Malvar,
Pontevedra permanece ausente ante su recuerdo. La ciudad, su ciudad, de la que
se convirtió quizás en su mejor embajador ante el mundo, y en especial ante el
entramado de la cultura, todavía le debe un homenaje que redimensione su
singular figura.
Se
agotaba el mes de abril de 2001 cuando desde Madrid llegaba la noticia del
fallecimiento de José Luis Barros Malvar (Pontevedra, 1923 -Madrid, 2001). No
podía ser en otro mes, tenía que ser en el de las ilusiones tricolores, en el
mes de los libros y cuando la belleza de las flores se convierte en pequeñas
poesías de vida. Y es que la existencia de este médico, que recordaba haber
jugado de niño con el que era su vecino en la calle de la Oliva , Alfonso Daniel
Rodríguez Castelao, estaba repleta de cuestiones como el pensamiento ilustrado
y libertario, el coleccionismo de libros, la amistad con infinidad de
personajes del arte y la literatura y la búsqueda de la belleza, no tanto en
las flores como en las mujeres, y también esa belleza que surge de su labor
profesional, la de la cirugía, en la que el doctor Barros Malvar fue toda una
eminencia.
Atravesaba
todos esos ingredientes vitales esa especie de magdalena proustiana que siempre
necesitaba saborear Barros Malvar y que era ni más ni menos que su ciudad natal,
una Pontevedra que ocupaba su corazón de una manera constante, con un apéndice,
su cuartel general en Udra (Bueu). De estos dos territorios se convirtió en uno
de sus mejores embajadores, exaltando sus virtudes por el mundo entero e
invitando, siempre que era posible, a diferentes personajes para que conociesen
lo que se sentía a lo largo de la ría de Pontevedra.
Por
esa Ría de Pontevedra navegó con el Premio Cervantes, José Manuel Caballero
Bonald; por Pontevedra y Estribela caminó con su gran amigo Luis Buñuel, que lo
incluyó en pequeños papeles en varias de sus películas; a la propia capital se
trajó una noche a Caballero Bonald con el gran bailarín Antonio Gades para
realizar una demostración de flamenco en el Teatro Malvar. También invitó al
mismísimo Rafael Alberti en 1993 para que recordase su primer y único paseíllo
en una plaza de toros, sí, en la de Pontevedra, en 1927, formando parte de la
cuadrilla de otro mito, Ignacio Sánchez Mejías.
Y es
que la vida de José Luis Barros Malvar es, junto con la de su profesión como
médico, la de disfrutar de la vida a través de la amistad. Pero sus amistades
no solo se relacionaban con personajes conocidos, sino que Barros Malvar era
amigo de sus amigos de toda la vida, de aquellos con los que creció en
Pontevedra, de aquellos con los que jugaba al waterpolo en las frías aguas de
un Lérez que se volvía mar, y también de aquellos que se iban colocando ante su
ir y venir en la vida. A mí me tocó hacerlo en el último tramo, apenas dos años
que me descubrieron a un ser fascinante, arrollador en cuanto a su capacidad
para hacer cosas, para poner en marcha nuevos retos y sobre todo para ensalzar
a la amistad.
A esa
amistad dedicó los últimos meses de su vida coincidentes con el centenario del
nacimiento de Luis Buñuel en los que, inmerso en numerosas celebraciones, se
empeñó en que Pontevedra también tuviese un recuerdo para el director aragonés.
Constantes llamadas movían los hilos para que Pontevedra conmemorase esa fecha
movilizando a diferentes instituciones para que, bajo la organización del
Ateneo de Pontevedra, se pudiese organizar una exposición, un ciclo de
proyecciones y otro de charlas en octubre del año 2000. Solo unos pocos meses
después, la noticia que escuchaba en la radio, aquel 26 de abril, convertía a
José Luis Barros Malvar en una de esas personas que la vida te regala, no solo
durante el tiempo que pudiste convivir con él, sino para el resto de tu vida.
Esa
amistad se trasladaba a todo lo que tenía que ver con Pontevedra, a pacientes
que con pocos recursos eran enviados a Madrid para que sus manos sanadoras
obrasen el milagro, que también obró en cuerpos famosos, como los de Camilo
José Cela o Antonio Gala que, gracias a sus saberes quirúrgicos, prolongaron
sus vidas. Una labor médica que le tuvo como una referencia en la cirugía
digestiva y torácica a nivel mundial desde el Hospital Provincial de Madrid,
posteriormente Gregorio Marañón, del que llegó a ser su director, siendo
invitado en numerosos centros médicos de todo el mundo para mostrar sus
conocimientos.
Pero
siempre que ese calendario se lo permitía se imponía una escapada a Pontevedra,
para encontrarse con sus vecinos, para contar anécdotas entre seductoras
sonrisas en alguna taberna o para retirarse a ese mirador sobre la ría entre
pinos y el horizonte frente a sus ojos desde el que tomarse un respiro en la
vida.
José
Luis Barros Malvar recibió homenajes como el Premio Amigos de Pontevedra, fue
pregonero de las fiestas de la
Peregrina en 1989 y también recibió el Premio Ciudad de
Pontevedra en 1993, pero de todo eso ya hace demasiado tiempo. Él siguió
‘trabajando’ como embajador de Pontevedra, e incluso para la presentación de
ese congreso sobre Buñuel fue capaz de traer al hijo del cineasta, Juan Luis
Buñuel y al guionista, escritor y director de cine, Jean Claude-Carrière, al
que todavía recuerdo maravillado ante el San Jerónimo con gafas de la fachada
de la Basílica
de Santa María mientras lo grababa con una cámara.
Quince
años después es un buen momento para que Pontevedra se plantee algún tipo de
reflexión sobre el papel de este humanista moderno. Merecimientos para un
espacio público con su nombre los tiene más que de sobra, él, que hizo de
nuestras calles el itinerario de tantos y tantos personajes inolvidables. Y es
que el callejero de Pontevedra sin su nombre es como un abril sin bandera
tricolor, sin libros y sin flores.
Publicado en Diario de Pontevedra 18/04/2016
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