▶ «La poesía ha muerto, dice. Una
pantalla de televisión siempre repite lo que dice. Once segundos, como un
endecasílabo, y ya parece una noticia vieja.»
[‘Balada en la muerte de la poesía’.
Luis García Montero]
Dicen que la poesía ha muerto. Dicen que
ya nadie quiere leer poemas. Dicen que las palabras se han agotado. Dicen que
las metáforas se han quedado sin oxígeno. Dicen, dicen, dicen...
Los que tanto dicen sin decir son los
que no confían en el valor de la poesía. En su carácter terapéutico, en su
poder como apaciguador de almas y mentes, sobre todo cuando la tempestad azota.
La poesía es cada vez más necesaria y así se está viendo con citas poéticas por
todas las esquinas. Este fin de semana es Pontevedra,
con su Ponte Poética floreciendo
abril tras abril, pero también es Ferrol
con su Semana de Poesía Salvaxe, y
como lo será A Coruña con sus Poetas Di(n)versos.
Nuestra Ponte Poética, con sus dos
pilares, el Ateneo y el Concello, se evidencia como un buen
termómetro para calibrar la capacidad de la poesía para incrustarse en la
sociedad. Para voltearla, en muchos casos, desde una delicadeza casi zen, pero
con una contundencia que desarma palabra tras palabra. Y de nuevo la palabra,
como oraba el gran demiurgo Carlos Oroza,
nuestro poeta muerto recientemente, nuestra baja más sensible en el ejército
lírico en los últimos meses.
Seis años de Ponte Poética nos han
planteado una mezcla de voces y de realidades que deja en evidencia a los que
hablan de esa defunción. El enganche de poetas más veteranos con voces
recientes, pero atronadoras, nos posicionan ante una situación de resistencia,
que es el lugar en el que la poesía se hace fuerte. Acostumbrada a permanecer
en la orilla, a situarse al margen del discurso oficial, siempre pegada a la
necesidad, al esfuerzo por sobrevivir. Recluida en aquella buhardilla de Pessoa que iluminaba el Tajo, en la habitación del retiro
campestre de Emily Dickinson o en el
malditismo parisino de Baudelaire...
¿qué más ejemplos queréis para mostrar su inmortalidad?
Entre hoy y mañana, o como sucedió ayer
sobre las tablas del Teatro Principal,
cada vez que una voz se hace poesía, entra en nuestra sociedad una bocanada de
aire fresco. Conocer y emocionar a través de ella fueron dos de los rastros que
nos dejó el pasado año el invitado estrella de Ponte Poética, Luis García Montero, como los dos
verbos que balizan el devenir del poeta. Conocerse a sí mismo para, a través de
esa reivindicación interior, alentar la ilusión colectiva. Hace unas semanas el
propio Luis García Montero publicó en la catedral poética de Visor, ‘Balada en la muerte de la poesía’, un canto general al óbito lírico
anunciado de manera machacona, pero que naufraga ante la realidad que siempre
se empeña en llevar la contraria a los profetas.
En el libro el poeta nos coloca ante el
catafalco de la poesía, ante el cortejo fúnebre que, de manera circular,
recorre una y otra vez, ajeno a cualquier tiempo, esa situación luctuosa. Cada
vez más muerta. Cada vez más viva. Se publica a nuevos autores, se reeditan
antologías y las listas de ventas se arriman a las de la narrativa. Pero en esa
redimensión hay también que estar alerta. Muchas veces la poesía se contamina
de lo trivial, convirtiendo el fino alambre del verso en un equilibrismo de
unas pretensiones que no le corresponden, con lo que el experimento se cae al
vacío en unas poesías que no dejan de ser posibles canciones de éxito
travestidas con una piel que no es la suya y, lo más peligroso, generando la
confusión del lector.
Ponte Poética y sus voces: Alicia Fernández, Renato Filipe Cardoso, Blanca
Llum Vidal, Francisco X. Fernández
Naval, Lorna Shaughnessy, Juan Ramón Madariaga, Miriam Reyes, Gonzalo Hermo y Eva Veiga,
no asisten a ningún funeral, bien al contrario, convierten esta reunión anual
en un canto a la inmortalidad. Idiomas diferentes que, como pájaros, sustentan
letras que salpican a esta ciudad de agua y piedra. Recitales que ajustan
cuentas con la realidad, sometiéndola al dictado de la palabra, a la capacidad
para traducir y cauterizar esa herida que te obliga a reaccionar.
Ese subsuelo, desde el que el poeta
emite sus señales, son las arenas movedizas de una sociedad en permanente
estado de confusión, un hábitat que ya ha engullido a muchos y que no contaba
con la firmeza de la poesía. Anímense, guarézcanse de la lluvia, de las
miserias humanas de este momento y háganse fuertes al calor de la poesía. La
inmortal poesía.
Publicado en Diario de Pontevedra 16/04/2016
Fotografía. Beatríz Císcar.
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