Posee Alexander Payne una rara capacidad en los directores de hoy, al tener la destreza suficiente para trasladar a la pantalla el pulso de la vida. Llevar a la imagen esa cotidianeidad en que se mueve nuestra existencia con una pasmosa facilidad, sin excentricidades, sin artificios, simplemente filmando la vida alejándose de vanas y vacuas pretensiones (véase ‘El arbol de la vida’ de Terrence Malick).
Hablamos de una suerte de humanismo que ya creíamos olvidado y que siempre se ha ligado al cine europeo todavía (y afortunadamente caminando) tras los pasos de los maestros Jean Renoir y Roberto Rossellini, pero que en Hollywood se daba por perdido. Alexander Payne había exhibido ya esa habilidad en títulos tan aplaudidos como ‘A propósito de Schmidt’ y ‘Entre copas’. Pero es con ‘Los descendientes’, con la que el director incrementa ese fluir, en ese feliz discurrir de historias y personajes con una naturalidad que permite al espectador adentrarse en un retazo de vida.
La acción se desarrolla en Hawai, pero sería lo mismo que sucediese en una ciudad gallega o de cualquier otro punto del planeta, y en su interior, un perplejo George Clooney participa, de mano de su moribunda mujer,de un viaje hacia su interior a través de su propia familia. Entre sus dos hijas, a las que nunca prestó la atención suficiente, y la familia, a partir de la venta de unas tierras heredadas, el protagonista asiste a una parte de su vida que desconocía y desde esa violenta y angustiosa situación -que supone la desaparición de la persona que amas, pese a alguna desagradable sorpresa- es desde la que se crean escenas que demuestran el oficio del director, magníficamente secundado por los actores que participan en la cinta. No solo el propio George Clooney, extraordinario, y dando buena cuenta de su calidad como actor y de la inteligencia de su hacer, -demostrado también a través de la dirección de películas-, sino también con un grupo de actores jóvenes que le dan la réplica al veterano actor de manera firme.
Drama y humor van jugando, como en la misma vida, su partida. Ambos siempre contenidos, surgiendo en el momento preciso, ora para que avance la historia, ora para relajar lo anteriormente expuesto, pero sabiendo del papel que ambos desempeñan en la narración. Así sucede en una serie de escenas precisas y equilibradas, donde todo parte de un personaje al servicio de la historia: el colérico monólogo de Clooney ante su esposa, el acercamiento del padre a sus hijas o el hermosísimo plano final donde se simboliza la nueva vida y los recuperados lazos que provoca la catarsis sufrida por esa familia.
Con dos Globos de Oro, el de mejor drama y el de mejor actor, y desde hace un par de días con las cinco nominaciones más importantes a los Oscar: director, película, guión adaptado, montaje o actor, que a nadie le extrañe que en la gala de entrega de dichos premios este ‘pequeño’ drama se imponga a las películas que se han llevado muchas más nominaciones, al fin y al cabo el cine es vida, y si de algo habla precisamente esta película es de la vida. Casi nada.
Publicado en Diario de Pontevedra 26/01/2012
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