[Ramonismo 18]
NO
ES extraño que este libro se haya ido cociendo lentamente, tal y como afirma
Elvira Lindo en diferentes entrevistas realizadas a propósito de la publicación
de ‘A corazón abierto’ (Seix Barral), algo que también se deduce de manera
intensa a medida que el lector va pasando las páginas, avanzando, junto a la
autora, como Kurtz en la selva, en su conquista personal. Tan lento que es
posible que una mujer como ella, con su mirada siempre a la caza de un germen
literario y con una mente en permanente ebullición, comenzara a escribirlo
desde su infancia. Precisamente cuando miraba a su madre, prematuramente
flagelada por la salud, o a su padre, gran protagonista del libro por ser hilo
conductor de un pasado que se inicia con su llegada como niño al Madrid
guerracivilista y se extiende hasta su muerte tras una larga vida.
En
esa existencia familiar asienta Elvira Lindo este texto que se mueve entre el
retrato generacional de un país y la emoción, absolutamente arrebatadora en
muchos pasajes del libro, que supura la hija ante lo vivido. Siempre pienso que
todo escritor debe medirse en algún momento con su propio yo, esto es, con su
vida. Literaturizar esa experiencia en primera persona nos ofrece habitualmente
lo más intenso de cada autor, allí donde su esencia recupera un tono virginal y
descarnado que es imposible alcanzar en un libro de ficción. Lo acaba de hacer
Ricardo Menéndez Salmón en un libro también de piel erizada, con una fuerte
presencia paterna, como es ‘No entres dócilmente en esa noche quieta’, pero
también lo hicieron otros antes, como Juan José Millás en ‘El Mundo’, o Antonio
Muñoz Molina en ‘El viento de la luna’. Territorios literarios en los que la
revisión de la infancia o la juventud se convierten en un latido que se va
multiplicando con el tiempo, hasta que el escritor se siente preparado para
afrontar ese asomarse al abismo interior.
Elvira
Lindo hace de esa sima un corazón abierto. Un no dejarse nada en el tintero
para aproximarnos a su universo más íntimo, el de la niña que rápidamente tuvo
que crecer para enfrentarse a la muerte de su madre, pero sobre todo al dolor
de ver como el tiempo la marchitaba, mientras su padre, como tantos otros
padres del siglo XX, se movían en unas coordenadas secularmente machistas. Pero
un padre siempre es un padre, y el tiempo, la comprensión de los hijos y el
amor, siempre el amor, atemperan y modulan vivencias y hacen ver allí donde la
oscuridad en un momento determinado impedía ir más allá. Siempre quedarán las
vacaciones, los tránsitos vitales por numerosos puntos de la geografía
española, las caricias que la niña observa entre los padres como pasaporte para
la eternidad de la ternura, la construcción de la familia, el acoger a los que
llegan y, cuando pintan bastos, la disolución de todo aquello que podía ser
distancia y enojo.
Y
si ese padre es protagonista, no lo es menos la propia autora. Elvira Lindo se
constituye en narradora de algo privado pero que no deja de ser también parte
de un gran puzle de piezas, como lo era cada familia en la España a caballo
entre el franquismo y la democracia. Un itinerario del gris al color en el que
la mirada de la escritora se expande más allá del seno familiar y se adentra en
esa nación en tránsito y alerta permanente, en la que una canción podía ser un
respiradero de incontables emociones, y así sucede en el libro, en el que los
nombres de ciertas canciones son también los títulos de varios capítulos. A
corazón abierto escribe Elvira Lindo y ese corazón de la madre, que tuvo que
abrirse para prolongar su vida, palpita como el necesario amparo para el resto
de corazones que laten en este libro que narra el dolor, pero también lo bello
y hermoso de la vida: las complicidades, los descubrimientos, los compromisos,
los afectos, y todo ello desemboca en una narración, como siempre sucede con
Elvira Lindo, llena de empatía, con una gran capacidad de seducción hacia el
lector. La gaditana (en el libro entendemos el porqué de ese nacimiento en la
ciudad andaluza), maneja como pocos autores la capacidad para escribir de la
cotidianeidad, para hacer del barrio o de la familia todo un engranaje de
situaciones que nos identifican de manera precisa como seres humanos, llenos de
actos intrascendentes pero que en un momento determinado de nuestras vidas son sumamente
importantes, tanto, que pueden asaltarnos décadas después como un luminoso
fogonazo de lo que éramos: una conversación con una nueva amiga, esa primera
pareja, la lucha con un grano...
Así
hasta encontrarnos hoy con esta mujer que cuando la escuchas en la radio o la
ves en la televisión te despierta una contagiosa vitalidad, también un
compromiso con la persona que ha ido renovando a través de sus estancias en
Nueva York o Lisboa, y explorando a través de su trabajo como periodista en
radio y prensa (algunos todavía nos levantamos los sábados con la voz de su
genial criatura, Manolito gafotas, resonando en la cabeza como uno de esos
fogonazos), y, por supuesto, de sus libros. Premio Nacional de Literatura
Infantil y Juvenil en 1998 y ganadora del Premio Biblioteca Breve en 2005. Sus
últimos libros, todos editados en Seix Barral, ‘Lo que me queda por vivir’,
‘Lugares que no quiero compartir con nadie’ o ‘Noches sin dormir’ y, porque no,
pese a su singularidad, ‘30 maneras de
quitarse el sombrero’, caminan en la dirección de descubrir lo íntimo como
ejercicio literario, pero siempre asomándose a esa realidad ante la que Elvira
Lindo, permanentemente atenta, tras los cristales de un café madrileño o desde
un ventanal neoyorkino, no deja de nutrir sus trabajos.
Remata
el libro de manera brillante con el relato del niño que fue padre en aquel
Madrid de posguerra con olor a derrota y no a paz. Un texto que pasó por las
tablas como un espectáculo de música y palabra. Emoción en tres dimensiones que
la literatura guarda ahora en este cofre de Pandora cerrado bajo la llave de
una tinta que sale directamente del corazón. El corazón de Elvira.
Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 28/03/2020
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