[Ramonismo 122]
Un intento por razonar la vida, por certificar una existencia llena de verdades, es la propuesta de Manuel Arranz
AFIRMABA Baudelaire aquello de que «toda belleza es fugaz y pasajera», como la vida moderna que se abría a su alrededor y que él mismo intentó tantear desde su poesía, pero, sobre todo, desde la observación directa del nuevo contexto urbano que se abría ante él. Manuel Arranz (Madrid, 1950) hace de su vida una suerte de contexto que explorar, un territorio por el que deambular en el intento de entender, no tanto qué sucede a su alrededor, como qué acontece en su relación con ese ámbito en el que desenvuelve su existencia.
De esta forma es como la siempre brillante en sus propuestas literarias editorial Periférica coloca en nuestros manos ‘Hoy ha vuelto Baudelaire’, uno de esos textos que gracias a su originalidad, a su brío literario y a ese estar permanentemente sujeto a una identidad, convierten al lector en un cómplice inmediato de su protagonista. Junto a él nos lanzamos a recorrer esa existencia por tiempos, espacios, lecturas o relaciones que se van tiñendo de los colores de toda vida. Los colores del descubrimiento, de la sorpresa, la decepción, el dolor, la alegría, el abatimiento, la desconfianza, el caos, el escepticismo... y así podríamos continuar de manera infinita en la visualización sobre cómo nuestros sentidos y nuestros estados de ánimo balizan cada uno de nuestros días dejando muchos de ellos señalados para el futuro.
Una propuesta literaria que se nutre, precisamente, de un intenso componente literario gracias a los numerosos y profundos conocimientos de su autor, quien ejerce la crítica literaria y la traducción, gestionando así un sinfín de sensibilidades que son también las que con el paso de los años nos enseñan a saber lo que sucede a nuestro alrededor. Citas, títulos, autores nos van seduciendo al tiempo que el propio Manuel Arranz deja también ante nosotros sus propias reflexiones, frases que, como pequeños adagios, coloca ante nuestros ojos para provocar nuestra propia evocación de lo que somos, compartiendo así ese itinerario que deja de ser único para volverse compartido.
Lo que sobrevuela permanentemente a lo largo del relato es ese pálpito de contradicción que marca nuestras vidas ante los diversos acontecimientos que suceden en ella. «Un desorden feliz es lo más parecido al orden, lo más parecido a la felicidad», escribe Manuel Arranz, señalando, de esa forma, esa vida que se mueve entre la euforia y la desesperación, amplios márgenes por los que conducirnos bien cargados de nuestras dudas y miedos, de nuestras incertezas y temores, todas ellas muestras de una fragilidad ante la que poco se puede hacer más que entenderla y dominarla en la medida de lo posible. Para ello, como un demiurgo, no duda en convocar espacios del pasado, como la infancia, o presencias, como las de la madre muerta, o aquel amor que fue. Luces en una oscuridad que cada vez más se cierne sobre nosotros a medida que los años se suceden, al tiempo que esos destellos luminosos quizás sean lo único que tiene sentido junto, como no, a los libros, a esos refugios impagables gracias a los que todo es menos malo, gracias a los que todo es mejor. «Si al menos no tuviera que irme a la cama», escribió en una carta Dylan Thomas a su esposa Caitlin. «Todo hombre, en cualquier caso, ha fracasado...», anota Thomas Bernhard. «El pasado es la suma de los errores cometidos», afirma May Ann Clark Bremer. Frases, sentencias, que Manuel Arranz asume como esos sedimentos que las lecturas dejan en las personas, cada lectura, cada frase, cada autor, forma parte de un tiempo, de ese instante que deja de serlo para convertirse en un fósil, en un estrato del que somos una circunstancia para siempre.
Un tiempo ante el que nos damos cuenta que se convierte en el gran protagonista de este relato que juega a ser una especie de diario, pero que tiene muy poco de eso. Un tiempo que todo lo dinamita y que ya se presenta como una clave de bóveda de lo que vendrá desde la cita inicial de Thomas Wolfe: «Todo vuelve como si hubiera ocurrido ayer. Y entonces se va y parece lejano y extraño como si hubiera ocurrido en un sueño», y es esa extrañeza la que todo lo marca, la que como un diapasón marca el deambular de quien tiene en la vida un muestrario de lo que somos y cuyo caos ahora se intenta ordenar a través de una escritura más que reflexiva podíamos decir que activa, del apunte de lo vivido, de la muesca en una existencia donde cada palabra es un espejo al que enfrentarse a lo que uno es, a lo que ha intentado ser frente al desafío de comprender la vida.
Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 23/07/2022
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