mércores, 4 de outubro de 2023

La figura del padre

 

[Ramonismo 167]

Juan Villoro hace de ‘La figura del mundo’ un rico ejercicio de memoria íntima sobre su padre y el México del pasado siglo



NUNCA es sencillo abordar un ejercicio de memoria filial. Convertir en escritura y, por lo tanto, generar un escenario público en el que tu propia familia, tu contexto humano y social, se sube a las tablas como representación de ese teatro del mundo del que formamos parte.

El escritor mexicano Juan Villoro escenifica su propia representación íntima a través de la figura del padre: filósofo, escritor, profesor, hombre de la cultura de ese riquísimo México del pasado siglo lleno de descollantes figuras con las que tuvo mucha relación, y que desfilan a lo largo de estas páginas: Octavio Paz, Elena Garro, Carlos Fuentes, Jorge Volpi, Jordi Soler... para establecer cómo fue esa relación a lo largo de sus vidas, a través de una escritura que ensancha este tipo de libros, tan ligados al ámbito familiar, al ampliar el foco y mostrar diferentes realidades de su país a lo largo de acontecimientos históricos que marcaron la sociedad en la que ambos vivieron.

La memoria entraña un doble movimiento: excava en busca de lo que se ha perdido, pero una vez que llega ahí, el recuerdo gana fuerza para vivir por su cuenta...”. De esta manera Juan Villoro hace de la memoria el auténtico motor de ‘La figura del mundo’ (Editorial Random House), perfecto documento familiar y social, en el que ese padre se convierte en un enorme astro que todo lo ilumina. Evidentemente con no pocas tensiones, sobre todo en la juventud de su hijo, como suele suceder entre el ser que se libera de esa sombra y sus límites, y quien tiene la intención de moldear su futuro. Pero todo eso lo alivia el tiempo, la maduración de las miradas, cómplices en tantas ocasiones, y más aún cuando hay un balón por medio. Una pasión compartida que a nosotros ahora nos permite leer toda una serie de hermosísimas páginas donde padre e hijo compartían partidos de fútbol bajo la lluvia, trifulcas, ambientes inolvidables, en definitiva, instantes que la vida convierte en únicos y durante los que el resto del mundo carece de sentido.

Pero ese mundo sigue adelante, ese espectáculo que definía Pessoa y que en las «tierras calientes», como denominaba nuestro Valle-Inclán al país Azteca, tuvo durante la segunda mitad del siglo XX uno de los contextos humanos, sociales y culturales, más efervescentes del planeta, y con una gran complicidad con nuestro país, tras acoger a numerosos intelectuales que vivieron allí su exilio tras la Guerra Civil, alentando, entre ellos y los oriundos todo ese magma cultural y de pensamiento en el que Luis Villoro desenvolvió un destacado papel. Esa faceta pública, esa personalidad arrolladora se muestra bajo la mirada del hijo, lejos de condescendencias aborda una relación sincera, no eludiendo situaciones que lo único que vienen a evidenciar es el carácter humano del representado. «Cada quien tiene derecho a construir su pasado», y Juan Villoro construye el suyo y el de su padre con no pocas dudas sobre cómo hacerlo en esa otra permanente tensión que se establece entre la objetividad y la subjetividad de lo filial, y de qué manera el ser hijo puede intentar eludir los errores que todos cometemos en nuestro devenir vital.

Todo el texto está lleno de pasajes en los que Juan Villoro, del que ya no nos sorprende su magnífica escritura, compone no sólo una novela, sino todo un ensayo sobre la vida, la privada y la colectiva, y cómo se engrasan ambas en su necesaria marcha hacia adelante. Como una pared con los desconchones del tiempo sobre ella, Juan Villoro retira diferentes capas para darse de bruces con un tiempo pretérito del que queda claro es imposible desprenderse, porque al fin y al cabo es el que conforma lo que somos. Página tras página, los afectos, las enseñanzas, las miradas hacia todo aquello que nos rodea van convirtiéndose en una explicación de una realidad tantas veces inexplicable por quererla entender sin todas sus variables. Nunca es sencillo buscar en nuestro interior cómo lo familiar, aquello que nos ha traído hasta aquí, marca de manera indefectible el camino, por lo que darle la espalda nos deja sin las claves precisas para su comprensión. Toda esta novela, este ensayo, o incluso esta larga carta dirigida al padre, es un cuaderno de bitácora de la travesía realizada en común, pero también de la que en solitario ha emprendido Juan Villoro, sabedor de que para lo que queda de viaje es preciso atesorar toda esta memoria en la que finalmente descubrimos el amor como el último testimonio con el que cerrar este puzle entre vidas y paisajes, entre recuerdos frente a los que nunca podremos cerrar los ojos para entender la figura del mundo, la figura del padre.

 

Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 9/09/2023 

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