La sala de exposiciones de la Galería Sargadelos en Pontevedra acoge durante todo este mes una exposición de Amelia Vázquez Palacios (Pontevedra, 1986), un recorrido por una serie de impresiones que esta artista ha recogido de la naturaleza para volcarlas hacia nosotros de una manera tan sencilla visualmente como compleja en su interior. Su esquematización de lo real trasciende hasta convertirse en otra realidad, en aquella que sólo el arte puede proponer crear y así lo hace en una búsqueda de la verdad y de lo sustancial que hay en el arte.
La vida se construye a partir de pequeños trazos, trazos de una realidad que se conforma desde el gesto humano, desde la acción, por pequeña o delicada que ésta nos pueda parecer.
Así lo ha entendido y plasmado Amelia Vázquez Palacios en la exposición que durante este mes se mantiene en la sala de exposiciones de la pontevedresa galería Sargadelos. Una propuesta tan delicada como efectiva en su punto final, en esa definición de lo breve, de lo delicado y hasta si se quiere de lo efímero. Amelia Vázquez-Palacios ha construido su, por ahora breve trayectoria artística, desde una elegante sofisticación donde el gesto tiene una importancia decisiva. En sus planteamientos sobra lo anecdótico, el recurso fácil, el llenar la superficie de trabajo por llenar, sin una causa ajustada al trabajo requerido. En sus obras se va de manera directa al meollo de la cuestión, a la plasmación de un paisaje, de una sensación en la mayor parte de las veces, de una camelia o de un grupo de embarcaciones. Pequeñas variaciones de un mismo motivo que se van sucediendo como una serie de fotogramas. Detalles de un tema que se va fragmentando en la búsqueda de una realidad común y eterna. Así lo consigue Amelia Vázquez Palacios en varios apartados de esta exposición en la que se trabaja desde diversos temas, especialmente poderosos son sus paisajes, indefinidos, geografías que surgen del interior y a las que sólo nos puede conducir su propia autora. Espacios de color que se entretejen de una manera tan precisa que enseguida absorben al espectador para arrastrarnos a su sublimación como referencia de la naturaleza. Pero también sus embarcaciones nos sitúan ante una dialéctica surgida de la desmaterialización de la realidad, de esa evanescencia que deja lo real convertido en un andamiaje experimental y donde esta artista saca a relucir sus armas de arquitecta mediante el bosquejo rápido y dinámico de toda una arquitectura de pequeñas naves ancladas en puerto. En ese refugio al amparo del mar ella les acoge y convierte en modelos para su fugaz definición, la esencia de lo que serán esos trazos de realidad que dan nombre a la exposición, pero tras los cuales se engrasa todo un proyecto teórico que se evidencia en otros apartados de la muestra, como en sus camelias, motivo en el cual lleva trabajando en los últimos meses debido a su colaboración en diferentes actividades en torno a nuestra característica flor y su vinculación con el arte. Sus flores, entendidas como joyas, son pequeñas definiciones de una especie tan compleja como hermosa y cautivadora. Una delicada ejecución que evidencia la precisión de trazo de la artista y la resolución de la pieza en torno a la verdadera protagonista, sin recaer en excesos o en elementos que sólo sirvan para justificar la acción del artista, ya perfectamente resuelta con esa flor y el planteamiento pretendido por Amelia Vázquez Palacios.
Todos estos fragmentos de la realidad, o trazos, si queremos ajustarnos de manera precisa a la definición de la artista, son capaces de generar un conjunto singular de miradas al exterior, hacia una naturaleza que centra un trabajo tan arriesgado como apasionante para una creadora tan joven, que asusta por lo claro que tiene muchas cuestiones de un mundo tan lleno de dudas, o que así debería estarlo, como es el de la creatividad. De nuevo volvemos a esos paisajes interiores, esos abismos que nos engatusan con su color, pero donde subyace todo un universo surgido casi del inconsciente del artista a través de una forma de ver la realidad asombrosa para quien ha nacido hace 24 años. Tienen algo del misterio de Rothko, estas acciones, gérmenes de tantas experiencias pictóricas a las que muchos artistas se enfrentan en un debate perdido de antemano. Amelia Vázquez Palacios mantiene firme el pulso y esos territorios abstractos conforman toda una lección de lo que la pintura es capaz de hacer desde su desnudez, pero también desde una fragilidad que lejos de rendirla la hacen fuerte y poderosa. No vemos nada, no reconocemos formas, pero en cambio respiramos sensaciones, palpamos vibraciones, sabemos que detrás de esas bandas de color hay algo tan intenso que nos turba a los pocos segundos de situarnos ante estas obras. Es la capacidad que tienen los cuadros, los buenos cuadros, para representar lo absoluto, aquello intangible y que sólo el sentimiento es capaz de asumir. No tan lejos de esta valiente opción se encuentran sus embarcaciones, entre mares y cielos entendidos como un paso previo al planteamiento anterior. Cada vez más imperceptibles las naos se van contaminando con su entorno, camuflándose entre una atmósfera mimética que distorsiona la visión real para evidenciar el armazón que lo sustenta, al fin y al cabo, como buena arquitecta, lo que de verdad interesa al creador y donde se encuentra la verdad, es el sentido más primario de las cosas, en esa búsqueda de lo esencial, como aquellas arquitecturas que durante el siglo XVIII abominaron del exceso barroco y se refugiaron en la arquitectura adintelada, en la esencia de las cosas. Amelia Vázquez Palacios podemos decir que cada vez más adintela su visión de lo artístico, en una feliz resolución que evidencia lo que importa y lo que no, en esa resolución formal anda metida nuestra protagonista.
Visitar esta muestra nos conduce de esta forma por una realidad de hoy, pero sobre todo, por la confianza en el futuro, ese que se abre ante quien confirma con cada convocatoria una inusitada capacidad para responder a los compromisos con lo artístico, algo tantas veces desconsiderado por los propios creadores, pero de lo que Amelia Vázquez Palacios hace gala. Cada una de sus obras es una salvaguarda de esos intereses, necesarios para seguir progresando y mejorando. Todavía hay mucho de margen de mejora, pero sobre todo, lo que hay es mucho de posibilidades para seguir explorando territorios, afinando experiencias, sintiendo la pintura, en definitiva, apostando por un arte de la esencia, algo que se agradece, en unos tiempos donde se lanzan masivos mensajes, donde la atmósfera social aparece contaminada por efectos de la verborrea de muchos, aquí sepultada tras unas formas tan delicadas como firmes en sus convicciones.
Publicado en Diario de Pontevedra 12/12/2010
Fotografías Cristina Vidal
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