Un buen amigo suele repetirme que el papel de prensa aguanta muy mal la escritura en primera persona. No lo negaré, pero en ocasiones, y debido al contacto humano, a ese pellizco que ciertas personas consiguen darte en la vida, se hace necesario recurrir a esa primera persona para intentar trasladar lo que significa esa gente inolvidable. Y olvido es precisamente lo que esta ciudad parece empezar a acuñar en torno al que fue uno de sus mejores embajadores del siglo pasado en una España cavernaria y cuyo único brillo procedía de personajes como él.
Lo conocí aproximadamente durante un año, el que sería el último de su vida y que dedicó en cuerpo y alma a difundir en Pontevedra, su ciudad, la figura de su gran amigo, Luis Buñuel. Pocas veces en tan poco tiempo una persona dejó en mí una huella tan profunda. Desde mi ignorancia, aquel señor enjuto, con porte de elegante caballero, significó abrirme las puertas a un sinfín de cuestiones esenciales en nuestras vidas: el amor y respeto que se debe tener a la ciudad de origen, la devoción absoluta por el sentido de la amistad y el deseo de encuentro con la cultura como elemento regenerador de una sociedad y quizás el único puente de comunión entre diferentes idearios.
Durante meses de frenética actividad José Luis Barros Malvar (Pontevedra, 1923-Madrid 2001) cada dos o tres días se ponía en contacto conmigo para conocer cómo iban fructificando las diferentes gestiones para organizar en nuestra ciudad un congreso que sirviese de homenaje al director Luis Buñuel, en el año del centenario de su nacimiento, bajo el amparo del Ateneo de Pontevedra. Con escasos medios y una absoluta falta de experiencia en este tipo de organizaciones, su mente dirigía todos mis actos, y lo hacía desde la ilusión de un adolescente por honrar al amigo y porque Pontevedra no se quedase fuera del carrusel de actividades que en diferentes ciudades de España estaban teniendo lugar en recuerdo del cineasta. “En muchas de esas otras ciudades ni siquiera puso un pie, en cambio a Pontevedra venía de vez en cuando conmigo, paseábamos por A Ferrería, recorríamos la ría, charlábamos en mi casa, y algo que le apasionaba, como era ir a filmar a la lonja en Estribela la frenética actividad nocturna de las gentes del mar. Pontevedra tiene que tener un recuerdo con Luis”, comentaba emocionado el doctor Barros Malvar. Y así fue como finalmente en el mes de octubre de aquel año 2000, durante cinco días, proyecciones de varias de sus películas, una exposición sobre las ‘obsesiones’ que se multiplicaban en sus películas y un debate en torno a su figura, sirvió de más que digno recuerdo al director.
Fueron meses apasionantes en los que de vez en cuando José Luis Barros se dejaba caer por la ciudad, encontrándonos en el Carabela, marco en el cual encajaba perfectamente su imponente figura, ajada por los años, pero que mantenía una enorme gallardía de la que todavía parecía sentirse acreedor, sorprendiéndome siempre con algún comentario sobre la cercana presencia de alguna mujer atractiva, para, sin soltar el hilo retomar el trabajo: “Tienes que llamar a Paco y a Ángela”. Qué Paco le decía yo. “A Paco Rabal y a Ángela Molina. Yo ya hablé con Juan Luis Buñuel-hijo del director- y con Jean Claude Carriere-el guionista de muchas de sus películas-y van a venir, Ramón, van a venir”, decía el médico sin haber perdido de vista a aquella mujer. Todavía me parece notar abierta mi boca de par en par asombrado porque aquel hombre hablase con tanta naturalidad de gente que despertaba en mí una profunda admiración, desde la distancia de este rincón peninsular. “Esto tiene que salir. Esto tiene que salir”, apuntaba cada cierto tiempo.
‘Hice lo que pude’ | Entre gestión y gestión, me contaba sus recuerdos de la ciudad, que había nacido en la calle Oliva siendo vecino de Castelao, que jugaba al waterpolo en el río Lérez… recuerdos que trufaba de manera deliciosa con la organización del homenaje. Poco a poco aquel hombre me fue ganando con sus recuerdos de los rodajes de Buñuel, anécdotas mexicanas, requiebros al franquismo, encuentros con sus amigos. Esto dicho así puede pasar desapercibido, pero sus amigos no son unos amigos cualquiera: Rafael Alberti, José Manuel Caballero Bonald, José Bergamín, Antonio Gala, Antonio Gades, Rafael de Paula, Adolfo Marsillach… y así un listado interminable que forman parte del deslumbrante ‘Libro de los amigos de José Luis Barros’ publicado en 1990 por Edicións do Castro. Pero sus amigos, también estaban aquí, entre estas piedras varadas al fondo de una ría de Pontevedra por la que se desvivía por volver y, sobre todo, acercarla a todas esas personalidades para enorgullecerse de su ciudad de nacimiento y todo su idílico entorno. Junto a esos amigos se reunía en tascas y bares, en el Liceo Casino, en multitudinarios encuentros, o en reuniones por él organizadas en su refugio de Cabo Udra en Bueu. Y como excusa, siempre Pontevedra, de la cual se honraba y cuyos vecinos eran acogidos en Madrid como príncipes por este médico cirujano que fue uno de los más importantes de España, siendo requeridas en numerosas ocasiones a lo largo de su vida sus conferencias para ilustrar a colegas de otros países sobre su avanzada cirugía. Esos pontevedreses, muchos de ellos sin recursos económicos, poseían un cheque en blanco con su carnet de identidad.
El carácter de pontevedrés era aval suficiente para que, sin fijarse en su condición social o en su economía, gozar de las posibilidades de una sanidad que no siempre estaba al alcance de todos. De entre los numerosos reconocimientos recibidos en todo el mundo, como la Medalla de Oro de la Comunidad de Madrid, los procedentes de su ciudad fueron los que mayor ilusión le reportaban, desde el entrañable ‘Amigos de Pontevedra’ hasta el máximo reconocimiento del Concello que en 1993 le entregó el Premio Ciudad de Pontevedra, que recogió su hijo, el guionista de cine, Miguel Barros. Habiendo sido también pregonero de las Fiestas de la Peregrina en 1989 con un pregón que se sirve de los nombres de muchos pontevedreses como hilo conductor de su propia memoria, salpicada por esos visitantes que solía acercar hasta la ciudad para que paseasen por nuestro casco histórico o navegasen por la ría, siendo esta una misión a la que se entregó en cuerpo y alma, “Hice lo que pude”, sentenció el doctor Barros en el transcurso de aquel pregón.
Recuerdo | Aquel año 2000 finalizó estando orgullosos de lo que habíamos conseguido para recordar a uno de los mejores directores de cine de la historia, pero sobre todo para recordar a un amigo. Pasó el invierno y cuando claudicaban las últimas camelias de 2001 llegó la cruel noticia. La radio escupía el fallecimiento del conocido doctor José Luis Barros Malvar cuando el mes de abril tocaba a su fin. Un puño me golpeó el estómago y unas cuantas lágrimas, con las que nunca conté, brotaron de mis ojos. Recordé de manera fugaz aquellos meses en los que aprendí que la pasión no tiene edad y que esta puede sobreponerse a cualquier enfermedad. Pasión que movió su vida e hizo que la disfrutase como pocas personas han hecho.
Ahora, cuando el 27 de abril se cumplirán diez años de su fallecimiento, su ciudad podría restañar en parte la deuda que tiene con uno de sus hijos más ilustres, y del que muchos desconocen su figura, actos y virtudes. Otros, los que vivieron su tiempo, nunca le han olvidado y habrán brindado en muchas ocasiones en honor a su recuerdo, pero son otros muchos los que no saben ni sabrán su papel dentro de la cultura española, uno de esos personajes que servían de engrase entre diferentes disciplinas sociales y sobre todo culturales, de su mano muchos de sus protagonistas conocieron este rincón, estas piedras teñidas de salitre de las que José Luis Barros Malvar se convirtió en su mejor embajador. Acercar esa memoria y la personalidad de este hombre a la sociedad debería ser obligación de nuestros dirigentes, su recuerdo debería ser permanente en algún tipo de calle o plaza, porque sin él el nombre de Pontevedra no sería el mismo fuera de nuestras fronteras y numerosos pontevedreses le deben mucho más que una simple visita médica, a no pocos salvó la vida. Él siempre estará con nosotros, su perfil aristado con largo gabán parece adivinarse aún tras los cristales del Carabela, allí donde lo conocí, allí donde jamás lo olvidaré.
Publicado en Diario de Pontevedra 25/04/2011
Imágenes Archivo Diario de Pontevedra
José Luis Barros Malvar en A Toxa en 1982
José Luis Barros Malvar acompaña a Rafael Alberti a una visita a la Plaza de Toros de Pontevedra en 1993, recordando el paseíllo que hizo el poeta en el año 1927
José Luis Barros Malvar entre Jean-Claude Carriere y Juan Luis Buñuel en la presentación del Congreso sobre Luis Buñuel celebrado en Pontevedra en octubre de 2000
Gracias Ramón por la evocación tan cariñosa de un personaje apasionado por la ciudad por los amigos y la vida
ResponderEliminar