‘Cartas escogidas’ es una recopilación de un gran número de cartas que
William Faulkner (New Albany, 1897-Byhalia, 1962) fue produciendo a lo largo de
su vida. El Premio Nobel nunca pensó que estas cartas llegasen a verse
publicadas, extremadamente celoso de su intimidad. El tiempo las ha puesto en
circulación, algo que nos permite conocer más y mejor no solo al escritor, sino
también a la persona y sus relaciones con su entorno. Estamos, por lo tanto,
ante un itinerario por la vida del gran escritor americano a través de sus
propias palabras.
Para alguien tan celoso de su intimidad la salida a la luz de esta
selección de cartas supondría algo que va contra unos principios manifestados
de manera enfática a lo largo de su vida. Un escritor que deseaba pasar a la
historia únicamente por lo escrito y publicado. Basta citar el epitafio que
consta en su tumba de Oxford, Mississippi: “Compuso libros y murió”. Escritura
y muerte como los dos hechos relevantes de una de las existencias más
brillantes del mundo de la literatura. Sus novelas son auténticos referentes,
más que para los lectores, para toda una generación de escritores que se ha
revelado en muchos casos a partir de los postulados faulknerianos, que en los
años treinta y cuarenta hicieron estallar la concepción de la narrativa del
momento. Su muerte, acaecida hace 50 años en un mes de julio de 1962, tiene en
su conmemoración la reedición por Alfaguara de varios de sus títulos como
'Intrusos en el polvo’ y ‘La mansión' o la edición de este volumen de 'Cartas
escogidas', donde junto a varias ya conocidas hay un gran número de ellas que
abandonan por primera vez la oscuridad de un cajón del que el propio escritor
siempre confió en que no salieran de allí. Pero el tiempo, los herederos y las
presiones de las editoriales dejan muchas veces los deseos de los escritores en
un limbo que pocos suelen respetar.
Son más de seiscientas páginas compuestas por breves textos en los que
año tras año vamos rastreando las inquietudes y preocupaciones del escritor
sureño. Desde su viaje de juventud a Europa, residiendo en París y visitando
Italia y Londres, vivencias que fueron narradas de manera vibrante a su madre;
su relación con los diferentes editores, con el mundo de Hollywood y sobre
todo, sus preocupaciones económicas ante la publicación de sus escritos,
componen una mirada tan rica como apasionada y diferente al universo Faulkner.
En 1925 William Faulkner llega a Europa y se instala en París. Las cartas
que desde la capital francesa envía a su madre son una de las mejores
radiografías de la vida en la capital francesa que se pueden hacer de aquel
momento, cautivado por el carácter francés y sobre por su distancia con el
mostrado por el pueblo americano. Estas cartas son auténticos ejercicios
literarios, llenos de frescura e ilusión, como no podía ser menos para quien
comenzaba a escribir enviando artículos sobre su estancia Europea. Su regreso a
ese territorio en el que se instaló de manera física, Oxford, o a ese otro por
él ideado, Yoknapatawpha, significaron una madurez relacionada con sus
relaciones familiares y la necesidad casi agobiante a lo largo de toda su vida
de afrontar los diferentes pagos que conlleva toda vida, sobre todo los
tributos a Hacienda. Este aspecto, el económico, es el que más llama la
atención a medida que se leen sus cartas, poniendo al lector en relación con
esa visión del escritor que muchas veces se oculta por sus obras literarias o
la consecución del éxito, y donde lo que hay detrás de sus libros es muy
diferente a lo que uno puede pensar de grandes ingresos y vidas solucionadas. Y
si esto sucede con quien escribió cuatro o cinco de las más importantes novelas
del pasado siglo y Premio Nobel de Literatura en 1950, que es lo que puede
suceder con aquellos autores a los que la varita del éxito ha ignorado.
Pero entre estas líneas también se pueden rescatar aspectos que permiten
aclarar su labor como escritor, reflexiones, escasas eso sí, que muestran sus
dudas sobre los caminos por los que va discurriendo sus libros, pero también
evidencian el orgullo de saber que sus obras poseían una calidad por encima del
resto de autores, o como el tiempo iba afectando a su capacidad de escribir, o
detalles tan singulares como su interés porque ‘Ruido y furia’ apareciese
impreso en diferentes colores en función de los diferentes marcos cronológicos
en que se mueve la novela (algo que no pudo realizarse por el atraso de la
edición). También hay momentos donde William Faulkner se abre más de lo que es
habitual en sus manifestaciones publicas permitiéndonos ver no solo al
escritor, sino también a la persona: “ya no hay fuego, ni fuerza ni pasión en
las palabras y en las frases”, escribe el escritor en 1956 cuando ya venía
notando un bajón en su ritmo y forma de escribir, así como a reconocer
diferentes problemas de salud. Pero existen a lo largo del libro pasajes como
los siguientes: “Pienso (a los cuarenta y seis) que he trabajado bastante en mi
oficio, con orgullo pero sin vanidad, a mi juicio, con mucho ego, pero también
con humildad para no dejar en esta nuestra inútil crónica ninguna señal
superior a la que al parecer voy a dejar” o “El arte es más sencillo de lo que
piensa la gente porque hay muy poco de que escribir. Todas las cosas
conmovedoras son eternas en la historia del hombre y han sido escritas con
anterioridad...”. Frases que no aparecen en sus libros porque pertenecen a la
vida real, aquella de la que tanto huyó William Faulkner para alejarla del
público: “Mi ambición, como individuo privado, es ser abolido y anulado de la
historia, dejándola sin huella, nada de basura, salvo los libros impresos”.
Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 15/07/2012
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