Hasta el 10 de febrero el Centro Galego de Arte Contemporánea deja constancia del trabajo que, a lo largo de su vida, ha realizado Fernando Casás (Gondomar, 1946). Un amplio cuaderno de experiencias sobre el trabajo de un creador en cuyo fructífero recorrido es muy difícil encontrar este tipo de registros. Su arte, creado desde el pensamiento de la propia naturaleza, se cobija bajo esa gran madre en la que pretende alcanzar toda su plenitud, pero en esta ocasión el esfuerzo del creador y el CGAC subsanan esa cuestión con un efectivo y atractivo montaje.
Mientras recorro la exposición de Fernando Casás tengo la sensación de estar caminando por uno de esos cementerios indios que aparecen en los westerns de Hollywood. Hace pocos minutos que ha abierto el CGAC, en ese preciso instante no hay muchos visitantes, y el silencio, que se queda atrapado en las níveas paredes de Alvaro Siza, se convierte en el inesperado complemento perfecto para multiplicar esa sensación surgida del cine, tanto que uno parece oír cómo esas ramas, troncos o los diferentes materiales extraídos de la naturaleza, que aquí se insertan, aparecen ligeramente mecidos por el aire surgiendo de ellos una leve música. Esa música, una sinfonía espiritual de respeto a lo que representa la naturaleza, está siempre presente en el trabajo aparentemente silente de Fernando Casás, chamán de la naturaleza, ya que en cada una de esas obras continúa funcionando ese proceso que tanto llama la atención del creador y que va transformando la propia sustancia de cada una de esas piezas. Piezas que, como fragmentos de la naturaleza que son, ayudados por el elemento tiempo y las diferentes vidas microscópicas de su interior, continúan su proceso de evolución como metonimia del permanente cambio natural encarnado desde esos restos fósiles hasta las maderas carcomidas por la termita, o desde los retorcidos troncos hasta cualquiera de los restos que han partido de su estudio para formar parte de esta necesaria muestra. Necesaria por lo que tiene de valoración de un artista, además de profesor en la pontevedresa Facultade de Belas Artes, cuyo trabajo, en muchas ocasiones de compleja aproximación al espectador, no había tenido en su tierra de origen el respaldo que se merece; y por rescatar un gran número de trabajos y experiencias que nunca antes habían sido expuestas. En la mayor parte de las ocasiones su arte nace para agotarse en la propia naturaleza, un proceso de redención y retroalimentación que es muy complicado de llevar a un espacio expositivo. Es por ello que con buen tino desde la organización se plantea un recorrido por los rastros del Fernando Casás más íntimo, con muchos pequeños gestos que no hacen más que interiorizar sucesivas experiencias de mayor calado. De todas las maneras nos encontramos con piezas absolutamente impactantes como las pinturas de la primera planta, el monumental mural creado para la celebración del V Centenario del Descubrimiento de América o esas cosmogonías que nos envuelven en un negro abisal y en las que parece que nos demos de bruces con nuestro origen. Y es que ese origen es la auténtica respuesta a todo lo demás, quizás a nosotros mismos, cuando éramos, simplemente, una posibilidad de futuro.
Publicado Diario de Pontevedra 16/12/2012
Fotografía CGAC
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