Sus mechones blancos son testimonios de vida. Haces de luz que nos iluminan a partir de una experiencia forjada a través de las letras. El martes supimos de la designación de Elena Poniatowska como Premio Cervantes, y hace unas semanas fue la canadiense Alice Munro a quien se anunció como galardonada con el Nobel de Literatura que recogerá en breves fechas. Ambas aparecen unidas, no solo por su nívea cabellera, sino por su veteranía como escritoras y por no ser demasiado favorecidas por la atención mediática, pero ellas, firmes en su identidad y compromiso, han ido acuñando en silencio, palabra tras palabra, una sólida carrera que ahora emerge con una inusitada fuerza que trasluce todo lo que hay en su interior.
Son reconocimientos a mujeres que desgraciadamente añaden a lo puramente noticioso, su condición femenina, tantas veces orillada desde este tipo de reconocimientos, y a las que también unimos orgullosos a nuestra Fina Casalderrey, desde ayer en la Academia Galega. Otra soñadora de la palabra, otra componedora de historias que, como en cada uno de sus libros, nos deja siempre un regusto de dulzura. Todas ellas son mujeres de un tiempo que lentamente se dedica a suturar la herida del olvido, siempre tan difícil de taponar, para lograr que quede una cicatriz que no se note mucho en esta sociedad siempre temerosa de que en su cara se evidencie demasiado su retahíla de prejuicios y mezquindades.
Ese rostro siempre aparecerá en inferioridad frente a los que nos presentan los medios de comunicación durante estos días de alabanzas a estas mujeres en las que una serena belleza, alentada por la alegría de la vida grabada entre sus arrugas, disimula penas, que las habrá, pero con el poder de transmitir una generosidad que a todos los que las contemplamos conmueve. Emociona ver a estas mujeres hablando felices y guapas de la satisfacción que supone el que se visibilice su trabajo, sabedoras del duro silencio que han padecido. Sus brillantes declaraciones ofrecen la seguridad de la inmejorable literatura que llevan produciendo y a la que estos premios darán el soporte necesario para llegar a más gente, y ampliar así el número de sus lectores. Alice Munro y Elena Poniatowska, ambas en el entorno de los ochenta años, se alejan de la imagen de la mujer anciana con toquilla y estufa, haciendo de la literatura el calor de sus vidas. La curiosidad de ambas por narrar historias, haciéndonos partícipes de otras vidas, ha sido la llama de su propia existencia y alumbra también a tantas mujeres de la literatura, a las que la visión misógina de Academias y Jurados han condenado a una oscuridad que sus obras, tercas ellas, se empeñan en sacar a la luz. Asistimos en estos últimos meses a reediciones de autoras tan importantes como Dorothy Parker, Emily Dickinson, Elizabeth Smart, Sylvia Plath o Alejandra Pizarnik que han ocupado y ocupan las listas de ventas en un tiempo que ya no es el suyo. Rescates femeninos de la desmemoria, pero ese es el valor esencial de la literatura, el de trascender a los momentos oscuros, sepultando miopías y desdenes. Leer que solo ha habido, en 38 años de Premios Cervantes, cuatro mujeres entre ganadoras (María Zambrano, Ana María Matute, Dulce María Loynaz y Elena Poniatowska) es, como decía aquel, para hacérselo mirar, o por lo menos para sonrojar a muchos.
Visiten librerías y bibliotecas y aprovéchense de esta bendita marea femenina, descubrirán voces poderosas y sensibles, caricias y golpes en la mesa, versos y relatos, historias amargas, muchas de ellas llenas de frustraciones, pero en las que siempre existe un hilo de esperanza, un fino hilo irrompible unido con la vida, en toda la extensión de esa pequeña palabra. Hilos que se han convertido en cabellos blancos para reivindicar a unas mujeres deseosas de sentirse queridas, no solo por la literatura, sino por los lectores. «Yo creo que escribo porque es mi manera de estar sobre la tierra, de justificar mi presencia», dice Elena Poniatowska. Pues todas ellas están. ¡vaya que si están!
Publicado en Diario de Pontevedra 23/11/2013
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