Palabra de Oroza
Alquimista de la palabra. Poeta de la imaginación. Inventor de imágenes, pero antes, siempre antes, fue la palabra. Yo no entiendo de movimientos beat o de generaciones underground, pero sí que entiendo, como entendemos todos, de emociones, de pálpitos que te golpean lentamente y son capaces de trasladarte a otra esfera. A la esfera de la pureza, de la verdad y también de la trascendencia. Hasta allí nos condujo el pasado jueves Carlos Oroza en las ruinas de Santo Domingo, entre luces que se enfrentaban con la noche y piedras inmortales que, como sus propias palabras, adquieren con el tiempo ese carácter inmanente que convierte lo fugaz en eterno, lo liviano en sólido, lo trivial en esencial. Esa es la patria del poeta y Carlos Oroza ha conquistado hace tiempo la bandera de la eternidad, su ‘iconoclastia’ y su rebeldía han forjado ya una leyenda de nuestra poesía, pero sobre todo han hecho que la palabra subsista y emerja con la fuerza de la que tantos la han desposeído durante sus estériles discursos y su vacuos parlamentos, amparados por una sociedad cada vez más enemiga de las palabras. Carlos Oroza se debe a la palabra y la palabra le debe mucho a él, ambos son un binomio indisoluble, una argamasa que mientras siga existiendo permitirá que sigamos soñando con la libertad, con la eterna revolución, como eterna es su palabra.
Alquimista de la palabra. Poeta de la imaginación. Inventor de imágenes, pero antes, siempre antes, fue la palabra. Yo no entiendo de movimientos beat o de generaciones underground, pero sí que entiendo, como entendemos todos, de emociones, de pálpitos que te golpean lentamente y son capaces de trasladarte a otra esfera. A la esfera de la pureza, de la verdad y también de la trascendencia. Hasta allí nos condujo el pasado jueves Carlos Oroza en las ruinas de Santo Domingo, entre luces que se enfrentaban con la noche y piedras inmortales que, como sus propias palabras, adquieren con el tiempo ese carácter inmanente que convierte lo fugaz en eterno, lo liviano en sólido, lo trivial en esencial. Esa es la patria del poeta y Carlos Oroza ha conquistado hace tiempo la bandera de la eternidad, su ‘iconoclastia’ y su rebeldía han forjado ya una leyenda de nuestra poesía, pero sobre todo han hecho que la palabra subsista y emerja con la fuerza de la que tantos la han desposeído durante sus estériles discursos y su vacuos parlamentos, amparados por una sociedad cada vez más enemiga de las palabras. Carlos Oroza se debe a la palabra y la palabra le debe mucho a él, ambos son un binomio indisoluble, una argamasa que mientras siga existiendo permitirá que sigamos soñando con la libertad, con la eterna revolución, como eterna es su palabra.
Diario de Pontevedra, agosto de 2008
21/10/2014
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