sábado, 23 de xaneiro de 2021

Poesía desde el balcón

[Ramonismo 53]

Eloy Sánchez Rosillo, con ‘La rama verde’, hace del paso del tiempo diapasón de una poesía humilde y luminosa



Que raro es existir”, escribe Eloy Sánchez Rosillo en uno de los últimos poemas incluidos en ‘La rama verde’ (Tusquets). A esa rareza es a la que alude constantemente el autor murciano en este emocionante desfiladero de poemas que flanquean esa existencia en el osado intento de desentrañarla. Por ello hace de su experiencia palabra, y de su visión, desde el balcón del cuarto en el que escribe, una atalaya a la que directamente nos invita en uno de sus poemas, ya no tanto para descifrarla, sabedor de lo complejo de la tarea, como para convertirla en todo lo que tiene de gozo, que es mucho, y que, desgraciadamente, pocas veces somos quien de valorar y muchos menos en este hábitat del ruido en el que estamos inmersos.

Y es precisamente ese gozo el que emerge en cada poro de este poemario en el que uno logra aproximarse a ese pálpito que genera la vida a través de la sucesión de estaciones. Tiempos por los que todos vamos pasando a través de diferentes momentos, geografías, relaciones y experiencias, convocadas aquí en primera persona por este demiurgo de la palabra, por un autor que, desde esa aparente fragilidad del verso, es capaz de sostener con firmeza el paso del tiempo, algo que no siempre es sencillo asumir.

La rama verde’ llega a nosotros como un nuevo cuaderno de bitácora tras la recopilación de sus diez poemarios anteriores en el volumen ‘Las cosas como fueron. Poesía completa (1974-2017)’, también editada en Tusquets, como lo está toda su poesía. Y es que en Eloy Sánchez Rosillo no caben los frenesís ni los sobresaltos, su poesía es capaz de transmitir una serenidad que asume la vida como un deambular por caminos frente al mar, bajo una noche estrellada o el sentirse acompañado por el canto de un modesto pajarillo. Estos inocentes momentos se convierten en acontecimientos gracias a la mirada agradecida e inteligente del poeta, siempre reverente ante ese «trasfondo insondable» que es la naturaleza, y todos ellos se van amalgamando bajo el paso del tiempo que se muestra como toda una sorpresa cuando nos dedicamos a reflexionar sobre él.

La vida hecha un ejercicio veloz. La mirada hacia atrás, y cada cierto tiempo la infancia-la rama verde- como esa red de seguridad ante el futuro, frente a miedos e incertezas. Las sombras de la infancia, motivadas por la inocente inconsciencia, se sustituyen por las sombras que envuelven la realidad de la vida. Ahí, donde reina la aspereza, Eloy Sánchez Rosillo es capaz de evocar al petirrojo y hacer que todo mude, que el mundo deje de girar ante el cruce de sus miradas y volcar así, en esa dirección, toda una intensidad vital que por fin cobra su sentido: fugaz, placentera, sobrecogedora.

Cada poema es una fecha y por eso tiene todo el sentido ese listado cronológico que al final abrocha el poemario. El apunte en el cuaderno de ese instante que deja de ser etéreo para convertirse en eterno. Poemas escritos alrededor de tiempos pasados, memoria recobrada para cobrarse el tributo de la vida, un peaje que permite seguir adelante. Antológicos sus poemas sobre la paternidad, el deslumbramiento del amor, o el niño que fue. Hitos de un pasado que, como una gran ballena blanca, surgen sorprendentemente calmos en la noche para iluminar ese presente que es, quizás, a lo único a lo que rendir culto, a ese momento el que realmente somos y por ello merece su escritura y la posterior invocación del poeta.

Una llamada que se hace siempre bajo una luz casi redentora, aquella que de manera inesperada se ofrece ante todo lo incierto, ante lo que nos aturde y en ocasiones golpea. En el almirez que es cada uno de sus versos esa luz incide para hacernos ver la verdad, aquella que también evocaba Emily Dickinson, tan en estos poemas, junto al siempre presente Juan Ramón Jiménez, para propiciar el encuentro con lo que es sinceridad y confirmación, aquello que nos aleja de lo fatuo y lo jactancioso.

Todo eso queda desterrado de esta brazada de poemas. Un granero impagable en nuestra poesía por lo que tiene de sinceridad, de leer allí donde lo auténtico recobra ese sentido que esta sociedad se empeña en viciar, tan capaz de confundirnos, de dirigir nuestras acciones hacia terrenos insospechados que nos vuelven cómplices del desconcierto. Tras cada uno de estos poemas hay un silencio, una pausa que nos obliga a asomarnos al mundo de manera diferente.

Ese es el valor de la poesía, la de ser sismo de nosotros mismos. Una sacudida que la palabra enardece para que en todo ese desfiladero resuene desde sus paredes el eco del poeta que se vuelve nuestro y configura nuestro cosmos: «La vida empuja, arrastra, no da tregua,/y nos lleva y nos trae, nos da y nos quita./Todo, no obstante, suma./Cuanto ha existido configura el mundo».

 

 

Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 23/01/2021

 

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