[Ramonismo 68]
Edurne Portela retoma en ‘Los ojos cerrados’ uno de los pulsos literarios actuales más sólidos a partir de un tenso relato
NIEBLA y
oscuridad. Recuerdos y secretos. Silencio y necesidad. Dolor y perdón. Pedro y
Ariadna. Duplicidades que conviven a lo largo de los años. Nombres que enhebran
dos tiempos a través de un fino hilo sacudido por la desmemoria, por la ocultación,
en el pozo de la historia, de sucesos que trauman a toda una generación, a todo
un pueblo, a toda una familia.
A ese pozo
sin reflejo se asoma Ariadna que llega a un pueblo de la sierra, Pueblo Chico,
acompañada de su pareja, Eloy, con la necesidad de dar respuesta a una serie de
preguntas que se hace a sí misma, condenándose a esa expurgación íntima de una
realidad que intuye pero desconoce por completo. En ese pueblo Pedro está a
punto de agotar sus días bajo la eterna condena del recuerdo de unos hechos que
marcaron a hierro candente una vida que no merece llamarse así. En los ojos de
Pedro se contiene el pasado y sirven, tanto de prisión interior para el
protagonista, como de atalaya desde la que asomarse Ariadna en la recuperación
de los sucesos que marcaron a esa comunidad.
‘Los ojos
cerrados’ es la tercera novela de Edurne Portela tras ‘Mejor la ausencia’
(2017) y ‘Formas de estar lejos’ (2019), todas ellas editadas por Galaxia
Gutenberg, en la confirmación de su escritura como una de las más interesantes
actualmente en nuestro país. Una literatura vigorosa encarnada en un lenguaje
cada vez más medido pero a la vez también más poderoso, como comprobamos en
esta última novela, en la que la palabra se convierte en un tenso nexo para
vislumbrar una realidad oculta por el paso del tiempo y la condena de los
silencios, estratos que el paso de los años van asentando en la memoria
individual y colectiva pero que en un momento u otro explota sin atender a las
posibles consecuencias de esa detonación. En esa sedimentación progresiva del
pasado se adentra Ariadna como una espeleóloga para sacudirse la incerteza que
le rodea y que acaba por voltear su mundo personal vinculándola de manera
irrenunciable a ese entorno rural al que había llegado junto a una pareja
incapaz de entender lo que sucede a su alrededor.
Citamos las
novelas anteriores de Edurne Portela, textos en los que percibimos motivos de
interés permanentes a la hora de articular un relato por parte de la autora,
como son la confrontación con el pasado, la existencia de una violencia larvada
en la sociedad y cómo se solapan los silencios hasta el punto de generar una
infranqueable muralla entre personas, acontecimientos o las más diferentes
realidades. Y es que este ‘Los ojos cerrados’ es un constante análisis de esas
barreras entre personas y entre tiempos, también entre miradas, como si esos
párpados cerrados, o esa recurrente niebla o «la profundidad negra» de un pozo
fuesen siempre un telón de acero que nos impidiese llegar a la verdad cada vez
más enquistada, cada vez más emponzoñada por nuestros propios actos como
especie humana.
Adentrarse en
este Pueblo Chico significa hacerlo en una atmósfera absorbente generando un
microcosmos que Edurne Portela sabe hilar como esa Ariadna mitológica para
envolvernos dentro de una narración laberíntica en la que debemos movernos por
los corredores del pasado y los hechos ocurridos durante la represión de la
Guerra Civil en ese pueblo, así como en el presente de esa pareja que se
instala en ese universo rural al que ahora prestamos tanta atención y en el que
no pocas personas deciden ubicarse para afrontar sus vidas. Ese ámbito rural,
que la propia Edurne Portela ha recuperado en su vida al trasladarse a vivir a
la madrileña sierra de Gredos, muestra su fiereza más salvaje, aquella en la
que las condiciones meteorológicas, las relaciones con los animales, la
vegetación, en definitiva, sus elementos más primitivos e incontrolables,
intensifican las posibilidades del relato para generar ese caldo de cultivo necesario
para que los hechos se desencadenen y lleguen hasta nuestros días convocados
por la memoria, pero también por el poder telúrico del territorio, por una
tierra que actúa como unos grilletes que fijan nuestras piernas a la realidad y
a esa misma memoria incapaz de permanecer oculta eternamente.
Los
ojos de Pedro se convierten de esta forma en un pasadizo que es necesario
recorrer para situarnos ante nosotros mismos y ante un pasado del que no
podemos huir durante más tiempo. Lo comprobamos también literariamente el
pasado año con otro espléndido libro, ‘pequeñas mujeres rojas’ de Marta
Sanz, y lo volvemos a percibir de nuevo con ‘Los ojos cerrados’ de Edurne
Portela y la necesidad de nuestra sociedad, como la propia Ariadna, de
desentrañar secretos, de poner luz en una oscura desmemoria propiciada desde
numerosas élites de este país incapaces de entender que esto no se trata de
abrir heridas, porque esas heridas nunca se han cerrado al igual que tantas
fosas, sino de la dignidad que conlleva el convertir a nuestros muertos en una
honrosa realidad.
Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 15/05/2021
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