martes, 1 de xuño de 2021

Escritura terapéutica

[Ramonismo 69]

'Hombres que caminan solos’ es un valiente ejercicio literario en el que su autor se sitúa ante un difícil equilibrio vital



TODA NOVELA tiene algo de viaje, de itinerario que recorrer hacia las más diversas latitudes. Entre esos viajes algunos autores afrontan el que quizás sea el más complicado, aquel que se dirige al interior de uno mismo, convirtiendo al escritor en una suerte de conejillo de indias sometido a un experimento basado en su protagonismo literario. José Ignacio Carnero (Bilbao, 1986) ha hecho de su vida en sus dos libros publicados el tubo de ensayo para afrontar ese viaje interior. Si en el primero de ellos, ‘Ama’ (Caballo de Troya, 2019), la muerte de su madre debido a un cáncer era el reactivo principal, ahora, en ‘Hombres que caminan solos’ (Mondadori), lo es la depresión sufrida por él y cómo todavía esa ausencia, siempre insalvable, marca su vida y sus diferentes relaciones con las mujeres y con su propio padre. Tiene, por lo tanto, su escritura mucho de literatura terapéutica, constituyéndose en una suerte de diario emocional con luces y sombras, con huecos insondables pero también con momentos llenos de energía. Es, en ese proceso vital, realmente entendido como un viaje, con numerosos desplazamientos físicos, en el que también se configura otro recorrido, el que el propio escritor realiza a la captura de su libro, de ese texto que ejerza de notario de lo que sucede a su alrededor y que el lector disfruta como un relato que, como la propia vida, es un puzle de momentos tristes, otros emocionantes, otros humorísticos, pero sobre todo es un canto a la existencia y todo lo que ello supone a partir de ese ser humano que busca sentir para sentirse.

Tanto ‘Ama’ como ‘Hombres que caminan solos’, desfilan de la mano de una misma tonalidad, la que es capaz de otorgarle su autor, y es esa destreza que posee José Ignacio Carnero para convertir los diferentes episodios de una vida (que puede ser la de cualquiera de nosotros) la que convierte en un luminoso tablero al que arrojar esos dados que serán los que nos lleven de un lugar a otro. Sus relaciones con diferentes mujeres o el emocionante vínculo con su padre, culminado con un extraordinario capítulo final, convierten a ese abogado metido a escritor en un rastreador de aquello que aplaque su ansiedad, que rinda los miedos que el pasado deposita sobre él, hasta el punto de hacer asomar esa depresión con la que establece una curiosa relación casi de amistad o complicidad.

Será esa depresión y sus sombras alargadas la que tense el relato, y el motivo para que de vez en cuando nos asomemos a un precipicio salvado a base de orfidal y, seguramente, desde la propia literatura. Esa concesión íntima, esa mirada directa a los ojos de la bestia, encierra una enorme valentía al colocar a un hombre en una posición de debilidad o, mejor dicho, de fragilidad, evidenciando esos puntos flacos en los que la vida se nos pone bien jodida. Y esto tiene un mérito tremendo, acostumbrados como estamos al hombre y sus fortalezas siempre entendidas como algo que va en el pack. José Ignacio Camacho no duda en convertir en fortaleza esa introspección hacia lo que duele, lo que daña a su persona y que modificará su vida. Es, en esos instantes, en los que ‘Hombres que caminan solos’ se erige como un texto imprescindible para conocer ese lado del abismo al que pocos se quieren acercar, menos todavía para mostrarlo en toda su crudeza y en esa capacidad de autodestrucción tan complicada de manejar.

Pero como cuando pasa la tormenta y las nubes negras se despejan la novela se va conduciendo en su viaje por otros espacios liberadores en los que tienen cabida momentos musicales, imágenes cinematográficas y relaciones con diferentes mujeres en las que de nuevo José Ignacio Carnero muestra una honradez que lo aleja de bravuconadas o de posiciones que en otros relatos sonrojan por su presunción. Y es que al fin y al cabo el gran soporte de todo el libro es ese canto de vida que subyace en todo el relato y como, cuando se acerca el naufragio, alguna situación compensa esa deriva para recuperar la posición del protagonista que siempre se mueve en un peligroso equilibrio que hace de la vida un delicado alambre en el que moverse con sumo cuidado. El humor, inteligente y empleado como sutura ante la herida, junto con la autoreflexión sobre la construcción del propio libro, complementan de manera feliz ese viaje en el que José Ignacio Carnero nos incorpora como lectores que gozarán de un excelente libro que confirma las expectativas del muy aplaudido ‘Ama’, en este segundo libro que suele ser siempre de una extrema complejidad para quien ya siente el foco mediático de lectores y críticos.

Esta lúcida mirada sobre la depresión, más todavía si quien la sufre es un hombre, tiene mucho también de mirada hacia nuestra sociedad, espacio del que nunca debe desprenderse un escritor. Es por ello que este viaje, planteado de manera tan intensa desde lo íntimo es, al tiempo, una revisión de nosotros mismos y de nuestros comportamientos y actitudes como colectivo.

 

 

Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 1/06/2021


 

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