[Ramonismo 79]
‘El cazador
de ángeles’ de Antón Castro es un reencuentro y la celebración de la vida con
todo lo que supone
ANTÓN CASTRO
es un faro gallego a los pies de El Pilar de Zaragoza, un embajador atlántico
de sensaciones, sirenas y olas saladas que una y otra vez se empeña en hacer subir
la marea hasta los mismos Monegros. Nacido en Lañas (Arteixo) nunca renunció a
ese carácter identitario de nuestra tierra, echándose a hablar gallego a la
mínima disculpa. La vida lo llevó a Aragón y allí configuró una de las más
importantes trayectorias como periodista cultural de España. Referente para
muchos de los que empezamos a picar piedra en esto, recibió el Premio Nacional
de Periodismo Cultural en 2013, por su labor, principalmente en El Heraldo de
Aragón, y colaborador en diferentes medios, pero nunca renunciando a su propia
obra como novelista, autor de relatos infantiles y poeta. Textos en gallego y
en castellano que hablan de este ser a la continua caza de unos ángeles que,
como las sirenas de las que le hablaba su padre de niño, eran más bellas cuando
las imaginas que cuando te las encuentras.
Armado de esa
imaginación Antón Castro realiza un viaje desde aquel primer itinerario en
bicicleta desde Santa Mariña de Lañas hasta nuestros días, que condensa en ‘El
cazador de ángeles’, editado de manera primorosa por la editorial Olifante,
para, desde diferentes miradas, unas más poéticas, otras más prosaicas, otras
en las que se cruzan las amistades y otras en las que los instantes de la vida
a través de lecturas, caricias, miradas, mares, pinturas, noches y paisajes,
convertir este libro en toda una celebración de la vida hecho por alguien
agradecido por ser parte de esa fiesta.
Arrancan las
moriñas gallegas con recuerdos de la infancia, brumas, sabores y leyendas que
generaron una patria irrenunciable en el autor, aunque la emigración luego lo
situase en otro paisaje, pero aquellos años sementados de espumas surgidas de
ariscos rompientes, de carballeiras entre indescriptibles verdes y pequeños
campanarios recortados en el cielo de mil azules, lo encadenaron a una memoria
que está siempre presente en sus trabajos. Esa devoción solo tiene parangón con
el permanente agradecimiento por el asombro, por encontrarse textos, pinturas,
pieles o paisajes capaces de evocar una belleza que, como aquellas sirenas de
las que le hablaba su padre, podían surgir en el momento más imprevisto. Pero
aquí la realidad sí que era quien de acoger al cazador de ángeles, a quien
gozase de una mirada capaz de detener el tiempo y provocar una conversación que
luego podía formar parte de ese proceso comunicativo que Antón Castro
inteligentemente entiende como vital para una sociedad que se precie.
Desentrañar a Chillida en Venecia, a Lita Cabellut en su estudio, un poema de
Becquer o a su amada Zaragoza y presentárselos a sus lectores es parte del
contrato establecido con la vida.
Sabio
traductor de todas esas realidades, recorrer estos textos supone acompañar al
autor por todos esos mismos escenarios en la permanente convocatoria de la
serenidad, el amor y la belleza, únicos estados del ánimo donde todo cobra
sentido y la mirada se hace limpia para observar con mayor precisión aquello
que nos rodea. Esas miradas, como la luz del faro que quebranta la noche,
iluminan nuestra lectura, ya no solo desde lo ameno de lo narrado sino desde
una contagiosa felicidad por lo vivido. «No hay nada más hermoso que vivir»,
arranca uno de los poemas, una expresión grabada sin ningún pudo cuando semeja
que hoy en día todo debe ser dolor y furia, pena y compasión, de ahí que cada
uno de estos textos tenga mucho de suma, de empujón para lo que queda, para
continuar la singladura, y llenar de viento las velas.
«Fomos
ficando sos/o mar o barco e máis nós», apuntó Manoel Antonio a bordo de aquel
pailebote frente a un horizonte inagotable, ante el que ahora se rebela Antón
Castro para no dejarnos solos en la travesía, para generar todo un cúmulo de
complicidades que nos permitan, desde lo alto del acantilado, alcanzar un
instante de belleza, cazar un ángel, para así confiar en nosotros mismos y cuando
nos tiemblen las piernas escuchar aquello de: «Mamá, o neno».
Publicado en Revista. Diario de Pontevedra. 4/09/2021
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