[Ramonismo 127]
José Ovejero crea una serie de relatos para trazar su senda vital desde la infancia y bajo el firme empeño de ser escritor
TODO libro que husmea en el interior de un escritor tiene algo de pellizco, de adentrarse en espacios complejos. Asomarse a ellos muchas veces supone afrontar sombras que, junto con las siempre presentes luces, conforman lo que un autor es, y, observando con atención, sirven para explicar su visión alrededor del mundo y su posterior traslación a lo literario. José Ovejero hila una serie de relatos que bajo el título de ‘Mientras estamos muertos’, editado por Páginas de Espuma, hacen de ese pellizco un estremecimiento, el que cada vez más logra llegar un escritor en estado de gracia. José Ovejero ha convertido sus últimos libros en una corriente narrativa de alta tensión que arrastra al lector a ese universo construido línea a línea, párrafo a párrafo y, en este caso, aliento tras aliento.
Algo similar nos ocurrió con su anterior libro, ‘Humo’, en el que la aspereza y las relaciones humanas estaban muy presentes, y ahora, gracias a ese asomarse a lo íntimo, a lo vivido en primera persona, se incrementa esa capacidad de José Ovejero por mostrarnos eso que él mismo define como la «fascinación por la realidad», y que entiende es su germen o el impulso para convertirse en escritor.
Este retrato familiar nos envuelve desde el primer momento, pasando a ser cómplices de ese relato como unos habitantes más de un tiempo, el del tardofranquismo español, en el que las familias de una determinada clase social no eran muy diferentes en Madrid o en Galicia. Todo ese microcosmos que emerge del contexto de una familia en el que vecinos, parientes o compañeros de colegio tejen toda una serie de vínculos fundamentales en la infancia y adolescencia y que, vistos con la distancia del tiempo transcurrido, se convierten en estampas de una vida que José Ovejero no recrea con condescendencia o desde una mitología familiar nostálgica o almibarada, sino que desde esa vivienda de Vallecas la existencia se veía y, por supuesto, se sentía de una manera muy determinada, por alguien que se empeñó en ser escritor y no defraudar con esa decisión a su familia.
Ese «esfuerzo por llegar», como él mismo escribe, va calibrando la mirada del niño que en su proceso de crecimiento observa la realidad de una manera muy diferente en cada periodo vital, toda una lección sobre lo que significa aprender a mirar y, al tiempo, aprender a vivir, con lo que ello supone de cambio en nosotros mismos y de cómo nos relacionamos con ese pasado que entendemos como un tiempo pretérito y superado pero que anida en nuestro interior rebelándose en determinados momentos.
Esa aspereza que apuntaba anteriormente crea una atmósfera turbia que se disuelve en cuanto José Ovejero habla de su amor por E. y de los numerosos motivos que le llevan a acordarse de ella, a generar, desde este presente, un altavoz de una felicidad inesperada, pero que aquí permite despejar todas esas voces del pasado que en demasiadas ocasiones han sometido al autor a una oscuridad que solo el amor parece poder horadar. Un capítulo hermoso que resplandece como una llama entre ese recorrido vital lleno de recovecos, de lo que, al fin y al cabo, supone aprender a vivir, y donde también hay tiempo para el humor, como el brillante texto sobre la compra y la necesidad o no de unas caras botas, o también una versión B sobre el entierro de su padre, así como para la emocionante delicadeza de hacer una fotografía a ese padre en su tiempo final.
‘Mientras estamos muertos’ nos permite, por lo tanto, olisquear el hábitat humano de José Ovejero, encontrando no pocas claves de lo que significa su manera de ser escritor. Él mismo argumenta muchas de ellas a lo largo de los diferentes capítulos en los que nos ofrece sus opiniones sobre el mundo literario, ese al que ha llegado esta voz surgida de Vallecas para, a partir de ese contexto, sacudirse muchas incertezas hasta el momento en el que se alcanza la fuerza suficiente para colocarse ante el espejo o los espejos que nos van poniendo delante a medida que nos hacemos mayores. El escritor, bendito él, posee el don de poder convertir en palabras el resultado de esa visión, y solo algunos tienen la valentía de convertirla en lectura para que el lector no solo disfrute de esa posibilidad, sino que se entienda mejor aquello que construye el interior de un autor.
José Ovejero nos sitúa en el centro de esa galería de espejos en los que él mismo se ha visto reflejado para, desde lo autobiográfico, lo real y quien sabe si también lo imaginado, proponernos una historia individual, pero que se expande por un contexto social y físico del que todos somos parte.
Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 1/10/2022
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