La galería Borrón 4 de Cambados acoge hasta el próximo 24 de noviembre una selección de trabajos de Teresa Brutcher, pintora de origen americana, aunque afincada en el concello de Poio desde hace muchos años. Su pintura se nutre de la realidad para implicarnos a todos nosotros en un ejercicio representativo intenso y de consecuencias tan sugerentes como las que aquí se muestran. Esa realidad, captada hasta el máximo detalle, se acompaña de una fuerte carga simbólica con elementos que salpican una narración de la que formamos parte.
Ninguna obra de Teresa Brutcher puede dejar indiferente al espectador. La capacidad de esta pintora por aproximarse a nuestra realidad es tan intensa en su ejecución, como sutil en la representación e intensa en su recepción. Teresa Brutcher configura con su imaginario un universo de sensaciones a partir de enfrentarse con el mundo real, readaptándolo a su forma de expresión y proponiendo nuevas visiones de esa realidad.
Sus obras, plenas de luz y de color, enfatizan al ser humano y su posición, tan variable, no sólo por cuestiones cronólogicas sino por situaciones sociales, experiencias vividas o las infinitas lacras que marcan de manera lacerante nuestra existencia. Teresa Brutcher, no es artista de un único cuadro, sus trabajos se diversifican y nos muestran de manera directa el paso del tiempo, a través de unos ancianos ajados por una vida que ahora parece condenarlos a la soledad; las cárceles del hombre, espacios cerrados, construídos en ocasiones por nosotros mismos como una forma de aislarnos del resto del mundo; la melancolía, con mujeres en la cuerda floja, levemente acariciadas por las olas del mar y rodeadas de unas flores- que importantes son las flores en la obra de esta mujer, como símbolo, como reloj, como concentración de una existencia-. Flores que más que adornos son sirenas que nos alertan ante su humana fragilidad; pero también críticas a nuestra sociedad actual, hermosos cuerpos a lo que nos obligan desde los medios de comunicación, sponsorizados por marcas, por un consumo atroz con el que se ironiza a través de un humor descompresivo de esa situación y sin el cual el cuadro perdería parte de su fuerza; mujeres idénticas que nos desafían más que desde su interior desde su exterior de labios desafiantemente pintados y cuerpos encorsetados en unos ceñidos trajes negros. Pero hay otros cuerpos, los que últimamente preocupan a Teresa Brutcher, es su obra más reciente, torsos desnudos que no nos desafían, que se sitúan ante nosotros en una mezcla de timidez y plácida conformidad con su existencia. Son planos cortos, delicadas sorpresas que capta la pintora con una delicadeza que contrasta con trabajos anteriores. Esa flor que una joven se coloca en su pelo no es más que un instante, pero un instante en el que el resto del mundo no tiene sentido. El momento casual, la sutileza, la inocencia del acto nos reconcilian con nosotros mismos. Pero como instante que es, es fugaz, de ahí su valor. Tránsito hacia otros territorios, como los del dolor, a los que de nuevo nos conduce otra flor, una rosa, pero una rosa con espinas, como debe ser. La belleza en tantas y tantas ocasiones trae acarreado el dolor, una carga que nosotros mismos debemos aliviar. Espinas que extraer para ser nosotros mismos. Teresa Brutcher con su pintura nos sitúa ante esas realidades, visiones de un entorno en el que somos analizados para ser reinventados por una artista capaz de turbarnos y de posicionarnos ante nosotros mismos.
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