Bajó Buenafuente de los cielos con el permiso del Dios Resines con la misión de presentar la Gala de los Goya. Disponía para ello de dos horas, tras las que debería retornar, quizás al mejor sitio en el que se puede estar tal y como está el patio del cine patrio y mucho más si quienes te esperan son Azcona o Berlanga charlando de sus cosas, que al final siempre son las nuestras. Lamentablemente la Academia continúa sin poner coto al fatigoso desmán de saludos, lloros, agradecimientos, besos a madres y hasta a gatos, que los hubo en esta ocasión, que los galardonados emiten por doquier alargando de manera inmisericorde una Gala que finalmente se fue a más de tres horas. Como si los gestores de nuestro cine no viesen nunca la Gala de los Oscar, a la que cada vez más se acerca la nuestra, en ese encantador apartado de retirar el micrófono o proceder a la entrada de una musiquilla para frenar la verborrea emocionada. Ayer vimos de todo, empezando por el discurso, discurso con todas las letras, del más que merecido Goya al mejor actor secundario, Karra Elejalde, hasta a la ganadora del mejor cortometraje de ficción, María Reyes, con cancioncita en euskera y todo. Así el tiempo pasaba y pasaba, y las excelentes sensaciones de un inicio con un fantástico vídeo comentando los sucesos acaecidos al presentador tras el disparo sufrido al terminar la Gala del pasado año o de la coreografía que bordaron varios de nuestros actores, entre ellos el cantarín Luis Tosar, que cada cosa que toca se convierte en oro, se fueron disolviendo entre lloros y saludos a madres e hijos junto a los planos a varios de los invitados en el patio de butacas. Una vez más en clara descordinación con lo que sucede en el acto, parece que muchos se aburren, otros no dejan de cuchichear con su pareja, o simplemente, y parece mentira en ellos, desconocen donde se encuentra la cámara que sobrevuela todo el rato en torno a ellos y que nunca deberían descuidar. Anda que iba Jack Nicholson a desperdiciar una de esas cámaras para dedicarnos varias de sus mejores sonrisas. Pues aquí, entre políticos cabreados, enfados entre facciones y los ociosos, que mejor estarían en el sofá de su casa con una pizza ante ellos y poniendo a parir a sus compañeros, esas butacas asemejan más una tortura china que lo que debería ser una fiesta del cine español. Cierto es que las últimas semanas se han afilado muchos cuchillos, las sonrisas se han vuelto frías y distantes, e internet ha dejado fuera de juego a muchos. Tras el milagro del retorno a la tierra de un Buenafuente, ya imprescindible en este tipo de galas, el siguiente milagro fue el meter el dedo en la llaga del costado del por pocos días presidente de la Academia , un Álex de la Iglesia caído del caballo para abrazar la fe internauta, la religión como él mismo dijo del presente y no del futuro. Arrepentidos que los quiere el señor. Y el señor, es decir Resines, veía como el permiso pernocta del finado Buenafuente había rematado mientras Fernando Trueba rompía las tablas de su propia ley para dedicar su premio de mejor largometraje de animación a sus dos mujeres importantes y Rodrigo Cortés pretendía ser el más listo de la clase con sus palabras, cuando antes lo había sido con sus imágenes. Por que precisamente eso es lo que falta en nuestro cine, imágenes, mientras sobran demasiadas palabras.
Publicado en Diario de Pontevedra 15/02/2011
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