50º Aniversario de 'El ángel exterminador'
En mayo de 1962 Luis Buñuel presentaba en el Festival de Cine de Cannes ‘El ángel exterminador’. La que sería la penúltima película de su estancia mexicana se erige como una de sus obras más singulares y personales, en la que el director aragonés recupera aquel surrealismo de sus inicios cinematográficos, ahora inscrito en una brillante idea.
«Número 1109 de la calle Providencia. Un grupo de personas a la salida de la ópera se dirigen a esa vivienda a disfrutar de una cena. A su término, se retiran al salón, y por una inexplicada razón, no pueden salir de su interior, debiendo pasar juntos varias jornadas. Este argumento, tan brillante como complejo de plasmar en una película, solo podía salir de la cabeza de Luis Buñuel. Lo que a buen seguro podría ser alguna de aquellas bromas del surrealismo que se fue incubando en los tiempos de la Residencia de Estudiantes, ahora, en el año 1962, tomaba cuerpo de guión cinematográfico en ‘El ángel exterminador’.
Nace así uno de los trabajos más personales de Luis Buñuel, con el que se presagiaba el cierre de su periplo mexicano, antes de trasladar su cine a Francia, dejándonos así una película tan singular como apocalíptica, poseedora de un magnetismo tal que algunos la colocan en la cima de su cine. Un cine, por otra parte, a la altura de los más brillantes directores de la historia, aquellos capaces de generar un universo propio, sustentado, en este caso, en muchas de sus obsesiones, y a la altura de nombres como los de John Ford o Alfred Hitchcock.
«Si desaparezco buscadme en cualquier parte menos allí», con esta frase, extraída del imprescindible libro ‘Mi último suspiro’ (una especie de colección de memorias comentadas por el propio director al que fue uno de sus grandes colaboradores, el escritor y guionista Jean Claude Carriere), Luis Buñuel se refería a su escaso interés por residir en América Latina, tras su periplo norteamericano y tras huir de España al estallar la Guerra Civil. Sin embargo la vida quiso que fuese en México donde desarrollase gran parte de su carrera y donde filmó varias de sus películas más interesantes: ‘Los olvidados’ (1950), ‘Él’ (1953), ‘Ensayo de un crimen’ (1955) o ‘Nazarín’ (1959), son algunas de las veinte películas, que de un total de treinta y dos, dirigiría en el país azteca y que culminarían en 1964 con ‘Simón del desierto’.
Luis Buñuel lamentó en varios comentarios no poder filmar este proyecto en algún escenario europeo, ya que la película a su parecer encajaba más en algún ambiente de París o Londres, con escenarios más lujosos y actores no tan ceñidos a la tipología mexicana. Pero lo cierto es que el resultado final se impone a ese tipo de cuestiones y el director genera una situación de extrema tensión que le permite dinamitar a una burguesía mezquina y llena de apariencias tras la que se esconde un mundo salvaje y de instintos no muy alejado de su otra gran película mexicana, ‘Los olvidados’, en la que retrataba las condiciones de vida de un grupo de muchachos marginales.
Para llegar hasta ese punto máximo de tensión Luis Buñuel echa mano de una idea que ya le rondaba la cabeza desde hace tiempo, y es que el director siempre se mantuvo fiel a las componentes del surrealismo, que habían dinamitado el cine a finales de los años veinte con ‘El perro andaluz’ (1929) y ‘La edad de oro’ (1930), en esa invocación de diferentes situaciones en las cuales no cabe una explicación racional. Además el mundo surreal no busca establecer símbolos que posean un significado que aclaren las cosas, sino que simplemente las plantea. Esta cuestión es la que muchos ignoran a la hora de aproximarse a la película, pretendiendo constantemente explicar la aparición de éste o aquel elemento, en base a alguna sesuda lectura, muchas de ellas sorprendentes por lo fantasioso de sus propuestas. Al director lo que menos le importa es explicar el porqué ese grupo de personas se ven atrapadas en una habitación, lo que le interesa es poner a esos seres, de refinadas formas y elegantes vestimentas contra las cuerdas de su propia esencia como clase social. Las horas pasan, el hambre, la suciedad, la enfermedad, se van depositando entre todos ellos generando un ambiente irrespirable, una enfermiza situación que termina por mostrar unas conductas radicalmente contrarias a las inicialmente pensadas. Cada personaje saca lo peor de su interior y lejos queda ya el instante inicial cuando vimos entrar a todas esas personas conversando gentilmente mientras se adentraban en una residencia de la que los miembros del servicio también se apuraron por huir, ¿y porqué? eso poco importa.
Una mano camina sola, un grupo de corderos corretea por la casa y un gran oso surge entre la desesperación de los encerrados... es la óptica de lo surreal, el complemento perfecto para la gran aportación narrativa de la película, como es la repetición de varias escenas filmadas desde diferentes puntos de vista: «Siempre me he sentido atraído, en la vida como en mis películas, por las cosas que se repiten. No sé por qué, no trato de explicarlo. En ‘El ángel exterminador’ hay, por lo menos, una decena repeticiones», comenta el director en ‘Mi último suspiro’. Esta cuestión llevó a desafortunadas interpretaciones de la película, e incluso muchas copias aparecen con errores de montaje al pensarse que se habían repetido tomas de manera errónea, cuando todo era parte de la propia intención del director.
Cuando Luis Buñuel llega a París en 1925, se deja arrastrar por el influjo del surrealismo. En aquel momento, y tras los postulados de André Bretón, este movimiento puso patas arriba gran parte del arte de ese tiempo, y si me apuran, del futuro. ‘Un perro andaluz’ dirigida en 1929 por Luis Buñuel se considera el gran testamento cinematográfico del surrealismo. Con un guión realizado entre Luis Buñuel y Salvador Dalí en la casa de este último en Figueras, ambos convinieron, según las palabras del propio director en «no aceptar idea ni imagen alguna que pudiera dar lugar a una explicación racional, psicológica o cultural. Abrir todas las puertas a lo irracional. No admitir más que las imágenes que nos impresionaran, sin tratar de averiguar por qué». Esta frase se convierte en el sustento de ‘El ángel exterminador’, donde más que las imágenes, que también las hay, absolutamente fascinantes dentro de la imaginería del surrealismo, es esa atmósfera de unos seres encerrados sin una razón lógica y por la que tampoco nadie se pregunta, la que sustenta toda una película que deja otra gran sorpresa para el final.
En 1961 con ‘Viridiana’ había obtenido la Palma de Oro (para enojo de las autoridades franquistas, que permitieron su rodaje en España) y en 1962 Luis Buñuel obtendría el Premio de la Crítica , estando nominada a la Palma de Oro. Pocos directores españoles pueden competir con este palmarés, reflejo del que sin ninguna duda es el mejor director de la historia de nuestro cine. Con ‘El ángel exterminador’ tenemos buena prueba de ello, una obra maestra que cumple cincuenta años tan fresca, original y lúcida como el primer día.
Publicado en Diario de Pontevedra 21/05/2012
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