El próximo viernes el Centro Galego de Arte Contemporánea inaugura una amplia exposición sobre la obra de este gallego criado en Brasil o de este brasileño nacido en Galicia. Artista, además de profesor en la pontevedresa Facultade de Belas Artes, hablar con él supone disfrutar del pensamiento de uno de nuestros creadores más importantes. Pese a que él reniega de esa condición y hasta del valor del propio artista dentro de la sociedad, sus palabras estallan en el aire ante la incomprensión sobre este mundo.
Puntual y de negro riguroso Fernando Casás se mueve estos días entre la tensión que supone preparar una gran exposición en el CGAC y un estado griposo que en nada ayuda a comentar su permanente decepción con el ser humano y este mundo que nos empeñamos en construir a base de destruir el motivo central de su trabajo: la naturaleza. Y es que en sus obras es esa naturaleza la protagonista absoluta, la que le lleva a reflexionar sobre su esencia, con el tiempo y la memoria como ingredientes para intentar explicar lo injusto y mezquinos que somos ante las continuas lecciones que ese hábitat, que, como un regalo se nos ha dado, nos ofrece en su propia articulación como un sistema libre y sin cortapisas, algo que no se presenta en el entramado humano. Como un chamán surgido de alguna tribu de la amazonía Fernando Casás muestra ese excepticismo casi como parte natural del conocimiento humano. Incapaz de entender lo que estamos haciendo con este mundo, y sobre todo por qué lo hacemos, se refugia en la naturaleza en una especie de proceso de imploración en la búsqueda de respuestas, ya que, quizás ese sea el último lugar en el que podamos dar con ellas.
¿Cómo se siente Fernando Casás a estas alturas de su vida?
—Bueno yo me siento muy consciente, aunque esa palabra quizás no sea la mejor, ya que conlleva la idea de que se es sabedor de aquello que pasa, y no es así, diría que inconsciente, pero sí que los años te sitúan en un sistema en el que te das cuenta de que cada vez sabes menos; y lo haces de verdad, no por usar una frase que siempre usa la gente “Solo sé que no sé nada”, pero llegar a la conclusión de que realmente no sabes sí que es interesante. Y en algo que no creo, así, radicalmente, es en el sistema artístico.
Supongo que a la hora de enfrentarse a una exposición de este calibre, que es un poco un repaso por toda una vida y toda una trayectoria, uno valorará lo hecho y lo que queda por hacer .¿Qué sentimientos sobre su trabajo ha tenido a lo largo de estas últimas semanas o meses?
—Que he sido una persona valiente. Y digo valiente en el sentido de tener agallas por enseñar tantas tonterías. Desnudándome sin vergüenza y he conseguido afrontar historias que han ido contracorriente como me sucedió cuando empecé a trabajar en la naturaleza frente a las modas, yo era consciente de todo eso tras mis estudios en la Escuela de Diseño de Río siguiendo los parámetros de la Bauhaus planteados en Sudamérica y sabía el terreno que pisaba, lo mismo me sucede al regresar a España, con 44 años vienes a incomodar a mucha gente por que la naturaleza todavía sigue siendo una incomprendida
¿Qué entiende Fernando Casás como naturaleza?
—La naturaleza es el sinónimo de aquello que entendemos como caos. Caos porque es desorden, porque no es comprensible y esto es lo que demuestra el estilo de vida que hemos creado. Si hay un orden perfecto es el caos, todos somos naturaleza, tú eres naturaleza y yo soy naturaleza. La naturaleza está en todos los sitios, pero sigue siendo incómoda para la gente, parece que hemos olvidado de donde venimos.
¿Qué va a ver el visitante que se acerque al CGAC a ver la exposición?
—Una buena parte de cosas que nunca he enseñado. Que he empezado a contar desde que era niño y van a ser mostradas en la tierra donde nací, muchas se han perdido, pero otras no. La gente va a encontrar las cosas más íntimas, más equivocadas. Para mí ir hacia el equívoco es ir hacia la perfección. Si yo quiero acertar en algo busco ir en dirección al equívoco, no a crear un sistema mental totalmente racional para llevar a cabo algo, para llegar a un final, yo no sé cual es ese final, yo solo me ofrezco como medio, pero no sé cuando se va a incorporar el ‘santo’ (la inspiración) como decimos en Brasil, da un poco de miedo, pero se consiguen algunos resultados que son simpáticos. En esta exposición yo creo que va a pasar esto y la gente se va a encontrar con piezas muy curiosas.
Su obra está siempre rodeada de un fuerte compromiso, sobre todo a partir del respeto hacia la naturaleza. ¿Qué encuentra Fernando Casás en la naturaleza que no encuentra en el ser humano?
—Tal vez la espontaneidad que se da en ella. Frente a eso el raciocinio o el orden, es algo desestabilizador. Está presente en todos los animales, y yo creo que todos los animales tienen alma y capacidad de pensar, no sé que miedo tiene el ser humano, tan egocéntrico, para negar eso. Y ese egocentrismo es el reflejo de su propia ignorancia y al querer sobrevivir por encima de los demás sin saber hacerlo, se autoerige como centro del universo. Es una situación que me asusta bastante porque hace siglos ya fue destruído por Copérnico y seguimos sin entender nada. En definitiva, de la naturaleza me gusta ese desprendimiento de existir sin pedir nada a cambio. En algunos de mis trabajos me asocié con las termitas y era una sociedad que solo pretendía comer y sobrevivir, no estaban preocupadas en resolver problemas más allá de su propia necesidad. Yo creo que si intentáramos comprender un poco mejor la naturaleza sería muy positivo. En ocasiones miramos hacia la naturaleza y vemos árboles torcidos, tirados de cualquier manera, sin darles las menor importancia, pues no, son vidas muy complejas que protegen a otras vidas y entre ellas construyen su propio espacio, aunque no se lleven muy bien, pero cada uno va buscando su lugar, configurando su propio espacio, es una situación orgánica. Nuestras ciudades podían seguir ese modelo, pero son tan complejas y tan relacionadas con el consumo que eso implica muchas cuestiones negativas. Quizás por eso hay tantos casos de cáncer en nuestra sociedad, como una implosión del ser humano que se autodestruye al ser incapaz de entenderse a sí mismo.
¿Qué es lo que más le desagrada del ser humano?
—A no ser los amigos a los que les tengo un gran cariño, me repugna todo. Y sobre todo pensar que somos un animal con tantas posibilidades: simpatía, inteligencia... y se ha dejado llevar a esta situación en la que somos corderos. Entramos en internet y se habla de libertad, cuando no es más que una herramienta más de dominio. Estaremos todos controlados, perdón, ya lo estamos, sino que además seremos esclavos. Quizás pueda parecer arrogante pero tengo esa percepción de que todo está hecho a la mitad, merecemos mucho más, pero al mismo tiempo nos toca demasiado, tenemos muchísimos bienes, bienestar... pero es imposible alcanzarlo por el conjunto, no todos podemos llegar a esto. Es pornográfica esa diferencia entre las clases sociales.
¿Qué estamos haciendo con este mundo en que vivimos?
—Me imagino que estamos esperando pero no sabemos el qué. Incluso las personas que manejan los hilos, ¿tampoco lo saben? No lo creo, estamos gastando millones en intentar vivir en Marte y para qué si vivimos en un paraíso. El otro gran paraíso es nuestro interior, pero no nos han dejado construir ese territorio maravilloso. Desde la religión a las leyes, todo va contra ese interior nuestro que tiene tantas posibilidades, e incluso nuestros instintos están completamente castrados.
En sus obras pretende reflexionar sobre la erosión de los materiales en la naturaleza hasta reducirlos a su esencia.
—Cuando me asocié a aquellas entidades primarias, como fueron las termitas, significaba aceptar mi total ignorancia. Llega un momento en que intento hacer algo que sea natural, pero lo que hago es repetir un proceso de un Dios en que no creo, entonces busco esa asociación y enseñarla. Nada más. En relación al ser humano, yo creo que todo está en vías de acabarse, de una extinción como fin de una evolución. Tengo que ser muy pesimista con este camino que estamos recorriendo.
El tiempo y la memoria también están muy presentes en su trabajo ¿Cómo se integran en él
—Dejándolos venir. A partir de un determinado momento te das cuenta de que no posees fuerza, somos seres tremendamente débiles, yo te pego un tiro y te mueres, sin más, somos muy débiles. Pero todos nos creemos Superman, cuando somos sumamente frágiles. Vengo a Galicia buscando aquello que se podría decir que son mis raíces, pero quizás sea una trampa hecha a mí mismo, dejó una casa en Brasil, reniego de las galerías de arte, contrario a esta mercantilización del arte que es peor que en otros negocios, como podía ser el de la publicidad que yo conocía por haber trabajado en él, en Brasil, y cada vez uno se vuelve más pobre. No hay como escapar del tiempo y la memoria, envejecer y aceptar el sistema cielo-infierno a través de tu propia memoria. La memoria te va a castigar si tu comportamiento no ha sido el adecuado, sino procuras conocer tu propio interior. Incluso si uno mismo echa la memoria atrás y recuerda antiguas experiencias las recuerda de una manera diferente a como se han producido. La memoria crea situaciones de incomprensión de aquello más interior, y entonces no hay lectura, es algo claustrofóbico. Tienes que liberarte y como conclusión el arte no tiene la menor importancia. Quizás se ha llamado arte a algo que no tiene importancia alguna, no hablo de los grandes creadores, sí de otras experiencias, incluso las mías.
Hoy todavía hay lugar para la belleza. ¿Dónde encuentra esa belleza Fernando Casás?
—Yo no soy un pesimista. Soy un optimista bien informado. Es cierto que destilo pesimismo por todos los lados porque no entiendo cómo se ha construido todo este sistema. ¿A quién interesa que seamos tan infelices? Yo creo en la belleza de una manera profunda, tan profunda que podría decir que puedo imaginar que la gente podría ver algo que ni yo soy capaz de ver, pero presiento que hay una belleza más allá de aquello que podemos ver. Pero vamos transformando lo bello en algo ruin, y en ser cada vez peor. Pero creo que hay belleza en todos los sitios. Esto no es nuevo, hay escritos orientales que desde hace cinco mil años nos hablan de esto.
Desde 1991 está impartiendo clases en la Facultade de Belas Artes de Pontevedra. ¿Qué aprende Fernando Casás de sus alumnos?
—Lo que intento es hacerlos despertar a lo que tienen en sus manos. Que aprovechen las posibilidades que este sistema pone ante ellos cuando hay personas en todo el mundo que no disponen de esas posibilidades. Lo que más me molesta es que no se trabaje teniendo las herramientas de las que disponen. A partir de ahí busco generarles dudas dentro de un sistema que en el fondo no busca enseñar, y que parece estar hecho contra los propios alumnos. Y trabajo desde un programa de subjetividad, eso de crear artistas no existe, pero sí se pueden crear condiciones para que los alumnos puedan llevar a cabo sus potencialidades y que rompan un poco, dejándoles ese sentido de la duda tan necesario. Mi búsqueda es la de crear esa confusión en la que ellos puedan buscar.
¿Que impresiones conserva de la Facultade al cumplirse veinte años de su puesta en marcha?
— Yo entro como invitado para dar clases, pero al trasladarnos del hospicio aquí, me quedo al lado de los alumnos y me convierto en molesto por demandar mejoras cuando no teníamos nada para dar las clases. Eso me ha generado muchos problemas, pero lo volvería a hacer. Lo que sí he creado son muchos amigos, amigos que fueron alumnos y están en otros países y siguen en contacto conmigo. Han salido buenos artistas, que podían ser mejores, pero existen muchos condicionamientos.
Brasil-Galicia. ¿Qué tiene Fernando Casás de brasileño y qué de gallego?
—Tengo un amigo en Brasil, que se llama Antonio que es el dueño de dos bares de referencia en Río, y que es gallego. Antonio es un hombre de interior, sin demasiados conocimientos, pero muy sabio. Él siempre me dice: “yo no sé donde estoy, cuando llego a Galicia quiero volver a Brasil y cuando estoy en Brasil quiero volver a Galicia”. Pues yo siento lo mismo que Antonio. Todavía hoy no entiendo a Galicia, pero lo que sí no puedo aceptar es que se diga que estamos a la cola de España, o que somos españoles de segunda, ahí sí que vas a tener en mí a un enemigo para siempre.
Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 21/10/2012
Fotografía Alba Sotelo
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