NUNCA RENEGÓ de aquel cine de paños menores y suecas que empequeñecían al
españolito del fin del franquismo, como tampoco lo hizo hace unos meses en la
ceremonia de los Goya otro de nuestros grandes actores, José Sacristán.
Conscientes ambos de lo que significó aquel cine de subsistencia para ellos y
el público, y también como aprendizaje del oficio. Un aprendizaje que
eclosionó, como con tantas cosas en este país, con el caudillo bajo tierra.
«Landa es acero y plastilina» comenzaba José Luis Garci una Tercera en ABC allá
por los noventa. Y Garci lo conocía bien, películas y martinis a partes iguales
cimentaron una colaboración excelsa de nuestro cine, que luego decayó como
decae todo en la vida. Pero Garci, entre las virtudes que tantos le niegan,
dejará una para la historia del cine y es descubrir a Landa como un crack.
Aquella pistola en los huevos que Landa le puso a un quinqui en ‘El crack’
(1981) se la ponía a todo un cine que se descubría a si mismo a través de
nuevos caminos y nuevos géneros. Pero Landa, antes de sentarse a cortar ese
filete tranquilamente, acero puro, ya estaba veinte años antes en ‘Atraco a las
tres’ (1962) y en ‘El verdugo’ (1963), y eso es mucho estar.
Con ‘El crack’ el cine descubrió a un actor que, tras la segunda parte de
ese título, firmaría su gran papel, el de Paco en ‘Los santos inocentes’
(1985), todo un Premio de interpretación en Cannes. Berlanga lo llamó para ‘La
vaquilla’ (1985) y rodó la media hora más desternillante del cine español, no
hay más que pensar en las idas y venidas de aquel militar entre las trincheras
guerracivilescas para esbozar una sonrisa ante ese ser de plastilina. Y es que
el recuerdo de Landa será siempre ese, el de una eterna sonrisa, el del
Fendetestas de ‘El bosque animado’ (1987) o el Bartolomé de ‘La marrana’
(1992), ambos títulos con José Luis Cuerda, y ambos merecedores de sendos
Goyas. Volvemos a Garci y sus conversaciones sobre cine y boxeo, entre martinis
y partidas de mus. El director madrileño le dedicó a través de su revista
Nickel Odeon un número especial que vinculaba a la comedia y al actor,
ingredientes del gran cocktail de nuestro cine, al que solo faltaba el regusto
final de la aceituna y así se fueron sucediendo en cascada títulos como
‘Canción de cuna’ (1994), ‘Historia de un beso’ (2002), ‘Tío Vivo c. 1950’ (2004) y ‘Luz de
domingo’ (2007) todas con el Landa más portentoso, como diría Garci. Con el
Landa eterno. Nuestro Landa.
Publicado en Diario de Pontevedra 10/05/2013
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