Del 16 al 30 de mayo el
Patronato de Turismo Rías Baixas, instalado en el pontevedrés Palacete de las
Mendoza, acoge la exposición de pintura ‘Da figura á paisaxe’ a cargo del
pintor Pedro Bueno. Una selección de obras que transcurre por diferentes territorios,
tanto temáticos como técnicos, para componer una muestra más que interesante
por cómo este creador es capaz de crear una serie de atmósferas que embaucan al
espectador hasta el punto de situarlo durante un cierto tiempo ante estas
piezas para palpar el ambiente que se asienta en ellas.
Siempre me pareció la empresa más compleja a la hora de lograr que un
cuadro sea interesante, y esa empresa no es otra que el que su autor sea capaz
de conseguir dotar a su obra de una atmósfera determinada, es decir, lograr esa
pátina de realidad que la visión de nuestro entorno puede concedernos a través
de una representación artística.
Recorrer la exposición de Pedro Bueno en el Palacete de las Mendoza
supone encontrarse con varios de estos ejemplos en los que se consigue
transmitir al espectador esa magia que sólo la pintura, la pintura bien hecha,
es capaz de armar. Sucede esto en varias de sus pinturas, una serie de cuadros
que obligan a ralentizar el paseo entre las paredes de la exposición, a
detenerse ante ellos hundiéndonos en sus pretensiones representativas y en la
consecución atmosférica. Esos tejados, ese apeadero de Baños de Molgas, o un
conjunto de paisajes urbanos y rurales, junto con un encuadre de su taller se
imponen sobre el resto de la muestra, latiendo en ellos de manera agitada ese
misterio de la pintura.
Su particular tratamiento de las pinceladas, indefinidas unas, concretas
otras, alargadas y sin fin las más, así como la forma de rematar cada una de
las obras, dotan de esa singularidad a su trabajo. ‘Da figura á paisaxe’, como
se titula la muestra, es un recorrido por los géneros de la pintura, la
sublimación de una historia configurada en piezas que hacen de la figura y el
paisaje las balizas que definen la trayectoria de Pedro Bueno. Como buen pintor
sabe de la jerarquía de los géneros, de la importancia de una y otra vez hacer
de cuerpo y naturaleza objeto de estudio, de repetición para, conseguir esa
captación que da sentido no solo a un cuadro, sino a toda una trayectoria.
Piezas en color que se alternan con otras en blanco y negro, rápidas
impresiones de una realidad que con el tiempo podrán convertirse en esas otras
obras más rematadas y menos presurosas. Éstas están dotadas de la frescura de
la agilidad, de la rapidez de la mirada que de manera fugaz se vuelve hacia
nosotros. Pero nosotros lo que queremos es recorrer con la mirada esos
magnéticos tejados, intuir el quehacer de Pedro Bueno en esa doble mirada a su
estudio o saber cuando el paso de un tren romperá el silencio y la soledad que
se palpa en ese apeadero que nos recibe al entrar en la sala y en el que las
historias suben y bajan, entran y salen de un tren que quizás en pocos segundos
trastoque por completo la imagen que fue la que interesó al creador. La de ese
espacio congelado por el tiempo imantado por un silencio que llega hasta
nosotros para atraparnos hasta el punto de que busquemos con la mirada el final
de esas vías intentando vislumbrar algo. Una presencia ausente en un cuadro
inabarcable.
Estamos, por lo tanto, ante una exposición que nos permite reconciliarnos
con la pintura a través de un creador que la honra, alguien que sabe entender
sus posibilidades. No hay más que ver cómo esas copas de los árboles que tienen
a su izquierda se empiezan a fundir con unos cielos brumosos. Eso es la
pintura, la fascinante capacidad para incrustar la realidad en un cuadro. En
una mirada.
Publicado Revista. Diario de Pontevedra 26/05/2013
Fotografía Ángel Barreiro
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