Pasa el tiempo pero Gatsby permanece con su poder hipnótico, con su
capacidad de fascinación como inmejorable resumen de una época llena de glamour
y felicidad, un espejismo previo a la derrota que supuso el crack del 29 y la
llegada de la II Guerra
Mundial. Refugiarse en el texto escrito en 1925 por Francis Scott Fitzgerald
supone dejarse llevar por un tiempo y por una literatura de condiciones
excelsas, repleta de momentos que revelan a un hombre perteneciente y
plenamente consciente, quizás por primera vez, a un nuevo siglo, del mismo modo
que sabedor de su capacidad de diversión, de la necesidad de disfrutar de la
vida y también, como no, con el amor como ingrediente esencial de esa
existencia.
“Su mundo artificial olía a orquídeas, a grato y alegre esnobismo, a orquestas
que imponían el ritmo del año, resumiendo la tristeza y la provocación de la
vida en nuevas melodías”, leemos en uno de los infinitos fragmentos que se
podrían seleccionar para captar el latido que se puede pulsar en cada una de
sus páginas. Y es que ‘El Gran Gatsby’, es todo eso, sensaciones en un mundo de
latidos: olores, músicas, tristezas y alegrías que rescatan, en forma de
novela, la propia vida de su autor ligada a la de su mujer, Zelda Sayre. Una
tormentosa relación con altibajos brutales que acabaron con ambos pero que,
traspasados al papel, nos dejaron algunos de los mejores textos de la
literatura del pasado siglo. No es raro, que siga siendo fuente de inspiración
para los más diversos creadores, de ahí la recién estrenada adaptación cinematográfica
a cargo de Barz Luhrmann, con Leonardo DiCaprio y Carrey Mulligan.
Este estreno se convierte en la cuarta versión que ha realizado el cine
de la novela de Fitzgerald. La primera de ellas se estrenó un año después de su
publicación y de ella solo se conserva el thriller que la anunciaba. En 1949
sería Alan Ladd el actor que se encarnaba en Jay Gatsby bajo la dirección de
Elliott Nugent. Pero fue en 1974 cuando Gatsby componía su verdadero rostro y
este no podía ser otro mejor que el de Robert Redford. Un guión de Francis Ford
Coppola, y bajo la dirección de Jack Clayton, convirtió a esta película en una
de las mejores adaptaciones literarias del cine con un escrupuloso respeto a la
narración original. Pegado al libro va discurriendo una película que sobre todo
sirvió para componer la figura en imagen del protagonista. Desde que se ve la
película y cada vez que uno relee el libro no puede dejar ya de separar la
figura de Redford de la de Jay Gatsby, aunque parece que desde este año le ha
salido un difícil competidor. Y es que con solo ver alguno de los fotogramas
que la prensa ya ha inmortalizado de Leonardo DiCaprio como protagonista de la
recién estrenada adaptación de Baz Luhrmann ya comprobamos que el cuarto Gatsby
es impecable por su fisonomía. Sucede lo mismo en cuanto a su interpretación,
así como el de su compañera de reparto, de hecho parece que este aspecto es lo
más destacable de la interpretación que el director australiano ha hecho de la
novela, acusada ya de imponer su estilo, pasando por encima del espíritu del
libro. Y es que Baz Luhrmann en sus
películas ha dejado impronta de su peculiar manera de filmar, siempre tildada
de un acusado egocentrismo que, en el caso de enfrentarse a mitos como Shakespeare
o Fitzgerald, puede hacer descarrilar cualquier proyecto.
Aquí se habla de efectos pirotécnicos, de toneladas de confeti y de
borrar cualquier rastro de aquel jazz que sonaba al pasar sus páginas, así como
de convulsos movimientos de cámara. Pero también se tendría que entender que
las revisiones deben buscar ángulos nuevos, asumir riesgos e intentar realizar
aportaciones a lo que ya conocemos y si Luhrmann ya lo consiguió, a mi
entender, en cuanto al musical con ‘Moulin Rouge’, ¿por qué no había de hacerlo
con ‘El Gran Gatsby’ sin que ello se convierta en un sacrilegio?
Lo que tampoco es extraño es que diferentes editoriales publiquen de
forma periódica dicho texto, cuestión que se multiplica mucho más en estas
fechas, en las que la maquinaria de Hollywood se ha puesto a funcionar con su
abrumador poder. Así ha sucedido con la editorial Reino de Cordelia que, como
suele ser habitual, nos ofrece una cuidada edición de ‘El Gran Gatsby’ con la
alabada traducción, según los especialistas, a cargo de Susana Carral.
Leído muchos años después de aquella primera vez, siempre hay una primera
vez para que haya una segunda, Gatsby ha engrandecido todavía más aquella
figura que a uno le queda fijada en la mente cuando se lee esta novela con
muchos años menos que los que anuncia el documento de identidad hoy.
Aquel fresco de un tiempo ahora se comprende mejor y en él se reconocen
matices y detalles a cargo de su autor que se habían quedado orillados en la
primera lectura. Sigue siendo tan espléndida como fascinante la recreación de
los ambientes de las fiestas y la verbalización de la elegancia de aquellos
felices años 20 que marcaron a los EE.UU., pero también, ahora se aprecia mejor
el lado oscuro de la vida. Hablamos de las dudas, los temores, los paisajes
sombríos, que también los hay, las desesperanzas y desolaciones que afloran en
la vida de cualquier persona, y aunque no lo creamos también en la de Jay
Gatsby, el emblema de una generación, la personalización de lo que significaba
el éxito en la vida, la belleza y la sofisticación. En manos del lector todo
ello se traduce en la maravilla que supone dejarse llevar por un texto del que
se disfruta hasta la última palabra. El placer de la lectura en mundo de
placeres, la evocación de un tiempo y unas vidas, de las que, como en ningún
otro libro, a uno le gustaría formar parte. Eterno Gatsby.
Publicado en Diario de Pontevedra 20/05/2013
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