‘Piedad y
terror en Picasso: el camino a Guernica’ es el título de la
exposición que en la primavera de 2017 conmemorará los ochenta años
de la creación de este cuadro con una dilatada historia tras él. No
sólo en cuanto a su creación o simbología, sino en lo relacionado
a su vida hasta su destino definitivo en el Reina Sofía. A su
alrededor orbitarán cerca de 150 obras del autor malagueño para
certificar el momento creativo del pintor desde finales de los años
veinte a mediados de los años cuarenta, en la regeneración de una
obra relacionada con el mundo que le rodeaba y con el Guernica como
pieza fundamental.
HACER DEL HORROR una
forma de emoción podría entenderse como una de las intenciones de
Picasso cuando remató el que sería una de las piezas más icónicas
de la pintura del siglo XX, una obra que resumía una guerra a través
de un hecho concreto, el bombardeo de la localidad vasca de Guernica,
pero también contenía entre sus blancos y negros el dolor y la
desesperación de un pueblo sometido en sus libertades por el
franquismo.
En estas semanas en que
se vertebran diferentes efemérides alrededor del cuadro (es lo que
tienen los mitos): 80 años de su creación (1937), 80 años de la
Guerra Civil (1936), 35 años de su regreso a España (1981) y 10
años de su exhibición ante ‘Los fusilamientos del 3 de mayo’
(2006), la noticia adelantada por el director del Museo Nacional
Centro de Arte Reina Sofía (que tanto le debe desde su creación
hasta sus cifras de visitantes a este cuadro), Manuel Borja Villel,
se ha ido concretando durante las últimas semanas para
materializarse en una esperada exposición que se mostrará entre el
4 de abril y el 4 de septiembre de 2017 en esa segunda planta que
ocupa el Guernica desde 1992. Allí donde hasta tres y cuatro hileras
de visitante frenados por una cuerda y dos vigilantes se agolpan en
una pasión por la observación de un cuadro solo comparable al de La
Gioconda en el Louvre, será donde se despliegue una exposición que,
focalizada en esa obra, se adentre en sus antecedentes y
consecuencias dentro del propio trabajo picassiano reflejado
sintéticamente en la sustitución del arlequín por el Minotauro, en
el abandono del Cubismo y la recuperación de una figuración entre
la belleza y lo monstruoso mientras en Europa se registraba un
descenso a los infiernos del ser humano.
Uno de esos infiernos
tuvo lugar en la propia patria del pintor en una España en la que el
Golpe de Estado contra un gobierno legalmente establecido registró
episodios especialmente dramáticos como el que inspiró a Picasso
para cumplir el encargo que el gobierno de la República le hizo a
principios de 1937 en su estudio de París para la realización de
una obra que reflejase en el Pabellón Español de la Exposición
Internacional de París de ese año lo que sucedía en España. El
director de Bellas Artes de la República, Josep Renau, acompañado
de los intelectuales Juan Larrea, José Bergamín y Max Aub le
propusieron la empresa a Picasso. Las dudas sobre el motivo se
difuminaron en cuanto llegaron las imágenes del bombardeo que la
Legión Condor y la aviación italiana habían realizado el 26 de
abril de 1937 sobre la localidad símbolo del fuerismo vasco. Una
destrucción masiva como no se había visto antes con la población
civil como objetivo directo. Solo unos pocos días después, el 1 de
mayo, la Marcha del trabajo en París sirve de manifestación de
solidaridad con las víctimas y muchos intelectuales españoles se
suman al millón de participantes. Picasso, emocionado, ese mismo día
comienza a realizar sus primeros bocetos al tiempo que encarga a Dora
Maar, su pareja y fotógrafa, que inmortalice todo el proceso que se
genera alrededor del cuadro. En un mes de trabajo intenso Picasso
crea el Guernica que se instala en el pabellón español de la
República realizado por el arquitecto Josep Lluís Sert, un lenguaje
contemporáneo que se completará con obras de artistas como los
escultores Alberto Sánchez o Calder y pintores como Miró y Picasso.
El cuadro no fue del todo bien entendido por sus promotores que
esperaban una representación más realista en la línea del realismo
socialista, pero Picasso tenía su lenguaje propio y el tema debía
someterse a esa nueva evolución formal que su pintura estaba
viviendo.
El enorme lienzo de
3,49x7,76 metros en blanco y negro, como las fotografías que
aparecían en la prensa del horror de Guernica, fue una forma de
combatir desde la pintura. «Es un instrumento de Guerra para atacar
y defenderse del enemigo», comentó el pintor, que no gustaba de
explicar el carácter simbólico de los elementos que se recogen en
la obra y que rápidamente fueron adscritos a una iconografía del
dolor: la madre que pierde a su hijo o el caballo, relacionado con la
indefensión de la población; del miedo, la mujer que huye; la
muerte, un hombre destrozado y el toro; de la esperanza, una mujer
portando un quinqué. Pero ninguno de ellos está del todo claro ya
que es el conjunto el que se refleja como un enorme grito, un
desgarro pictórico por un pueblo doliente. A ese pueblo dedicó
Picasso el cuadro y ese pueblo debería ser el propietario del
lienzo, y esa fue su voluntad depositada en manos de su abogado,
encargado de no permitir la llegada de el Guernica a España hasta la
reposición de las libertades. Un hecho que no se produjo hasta
septiembre de 1981, antes, todo un itinerario desde el estudio del
pintor, él mismo fue el que recuperó el lienzo del Pabellón
Español, llegando incluso a recibir la visita de los nazis para
interesarse por él. «¿Ha hecho usted esto?», le preguntan, «No,
lo han hecho ustedes», contesta. El cuadro se lleva a Londres para
recaudar fondos para la causa republicana. En 1939 se traslada a
Nueva York y se instala en el MOMA. En los cincuenta regresa a
Europa. Cada movimiento del cuadro suponía enrrollar y desenrrollar
un lienzo que mostraba ya evidentes y preocupantes síntomas de
deterioro. Picasso pide que a su regreso al MOMA no se mueva más y
en 1957 se acomete una profunda restauración. Un nuevo hecho, cuando
menos curioso, se suma a la historia del Guernica, el interés del
propio Franco por conseguir el regreso del cuadro y del propio
Picasso dentro del aperturismo del Régimen. La iniciativa de Carrero
Blanco y la intermediación del torero Luis Miguel Dominguín,
admirado y amigo del pintor, no fructifica. Picasso muere en 1973 y
dos años más tarde lo hará Franco. En 1974 un hombre realiza un
grafiti sobre el cuadro. Poco a poco las libertades se instalan en
España y pese a las reticencias de dos de sus hijos por la situación
de inestabilidad en España, confirmada con el Golpe de Estado de
Tejero, y gracias a la aparición de un documento acreditativo del
pago de 150.000 francos a Picasso por el cuadro, algo que lo sitúa
en manos del Gobierno español con todos los derechos, se pone en
marcha la maquinaria para su traslado. Adolfo Suárez y el rey Juan
Carlos I participan en todo este proceso de lograr la llegada a suelo
español de un cuadro que incrementaría su originario valor
simbólico, convirtiéndose su llegada en el fin de la Transición
desde el punto de vista cultural. El 10 de septiembre de 1981, año
del centenario del nacimiento del pintor, se culminaba la ‘Operación
Cuadro Grande’ con la llegada al aeropuerto de Barajas de un vuelo
comercial de Iberia que escondía al Guernica enrollado, esta vez sí,
por última vez. Una operación llevada en secreto y cuyo recorrido
por las calles de Nueva York vivió alguna que otra peripecia.
Instalado en el Casón
del Buen Retiro, dependiente del Museo del Prado, el Guernica se pudo
visitar desde el 24 de octubre. Aquel día, junto a las autoridades,
estaban presentes otros nombres íntimamente ligados a la propia
historia del cuadro, como el arquitecto del Pabellón Español para
el que fuera ideado en 1937, Josep Lluís Sert o el Delegado de
Bellas Artes de la República Española, Josep Renau, que le había
propuesto al pintor la realización del mismo en su estudio parisino,
en un ático del número 7 de la rue des Grands Augustins, y con La
Pasionaria como otro gran símbolo también presente. Pero el
Guernica todavía iba a sufrir otro giro en su existencia con su
traslado definitivo para el nuevo museo de Arte Contemporánea Reina
Sofía, justificado en su creación desde la figura de Picasso para
mostrar a partir de él el arte actual, mientras en El Prado se
ubicarían los pintores anteriores a su nacimiento. Una bifurcación
de nuestro discurso artístico que generó ríos de tinta en su
momento, partiendo de la propia intención manifiesta de Picasso de
que el cuadro se ubicase en El Prado, con los grandes maestros de la
pintura española, y en el centro del que él mismo había aceptado
ser director durante la República. Una polémica no extinguida aún,
ya que hace tan solo unas semanas desde la pinacoteca madrileña se
manifestó el interés por ampliar su marco de trabajo y mostrar
fondos de las vanguardias en poder del Reina Sofía, con el horizonte
de su bicentenario y la reforma del Salón de Reinos. Lo que está
claro es que un cuadro creado a partir de la muerte sigue vivo y que
su origen, peripecias y contemplación forman parte, como pocas
obras, de nuestra propia realidad como país, de un país que le
encargó al mejor pintor del siglo XX un cuadro que no debía ser
nunca olvidado. Así ha sido.
Publicado en el suplemento cultural Táboa Redonda. Diario de Pontevedra/ El Progreso de Lugo. 4/12/2016
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