El 23 de febrero de 2012
fallecía uno de nuestros principales pintores, Leopoldo Nóvoa.
Cinco años después conversamos con su viuda y depositaria de su
obra para calibrar su enorme ausencia a través del tiempo
transcurrido y para recuperar parte de una vida en común.
Leopoldo Nóvoa y Susana Carlson en 2003. (Xurxo Lobato) |
ASOMADA AL enorme
ventanal que abre su estudio de A Armenteira a un precioso valle,
Susana Carlson toca diferentes materiales que han quedado
sedimentados en este taller mágico en el que Leopoldo Nóvoa
(Salcedo, 1919-Nogent sur Marne, 2012) trabajó para configurar una
de las trayectorias más importantes de un pintor nacido en Galicia.
Los árboles comienzan a desprenderse de sus hojas y a mudar unos
colores que anuncian que el verano tocaba a su fin, momento en el que
Susana Carlson regresa a París, la otra mitad vital de Leopoldo
Nóvoa, pero antes de la partida conversamos en ese espacio entre el
taller, donde botes de pintura, pinceles, embalajes y cajas de
catálogos todavía demandan protagonismo, y ese valle de Meis al que
un día ambos decidieron anclarse.
¿Cómo pesa la
ausencia de Leopoldo Nóvoa todavía hoy y qué echa más en falta
Susana Carlson?
Lo que más echo en
falta es su presencia, el verlo, el estar, su fuerte personalidad.
Para
explicárnoslo a los que no lo conocimos personalmente, ¿cómo era
Leopoldo Nóvoa?
Era una persona de lo
más normal, muy sociable y alguien a quien lo que más le interesaba
era su trabajo. Sólo quería que le dejaran trabajar, no era nada
complicado y sí muy colaborador. No ponía problemas en cuestiones
de la vida diaria. Todo era secundario en relación con su trabajo y
con tener tiempo para ello.
Imagino que echará
de menos el verlo trabajar y estar tan cerca de él cuando estaba
creando.
Él trabajaba solo, le
gustaba aislarse completamente. Se dejaba ayudar por Samuel, su
colaborador. Se encerraban en el taller, cada uno con su mesa de
trabajo, y ahí estaban horas y horas, cada uno en su sitio, con
muchísimo respeto entre ambos. Nadie podía meterse en el trabajo,
yo tampoco.
De todas maneras,
¿qué era lo que más le llamaba la atención de su manera de
trabajar?
Sobre todo cómo se
dejaba absorber por el trabajo; él estaba en su mundo y todo lo
demás estaba fuera. Ni yo, ni amigos, ni visitas; si llegaban las
saludaba y al rato daba a entender que necesitaba ese tiempo.
Diferenciaba muy bien esos momentos, el de las relaciones sociales y
el del trabajo.
¿Cómo fueron
los últimos años de su trabajo?
Él estuvo trabajando
todo el tiempo sin pensar en etapas finales, simplemente como una
necesidad. Cuando físicamente no pudo trabajar ya decidió que tenía
que morir. El último año en que no podía trabajar prácticamente
no pisó el taller porque le dolía ver el taller cerrado, sin
actividad, pero su último cuadro era enorme (162x130 cm.),
bellísimo. Hasta el último momento hizo una obra contundente, no
una obra para pasar el tiempo.
Acerquémonos a
este territorio, a Pontevedra y A Armenteira. ¿Qué significaba para
él la ciudad en la que nació?
Pontevedra fue su
infancia. Nació en Salcedo, en lo que era el Sanatorio Marescot;
vivían en esa casa, que era de su padre. Después se fueron a
Argentina y regresaron. Al volver lo hicieron a Raxó, donde vivía
la familia paterna, hasta que se desplazaron a Vilagarcía, donde el
padre, que había nacido en Uruguay, fue nombrado cónsul de ese país
en Vilagarcía. Ellos siempre estuvieron moviéndose por esta zona.
Aquí comenzamos a venir cuando nos conocimos. Leopoldo fue a París
en 1961 y regresó a Montevideo a realizar su famoso Mural del Cerro,
quedándose hasta 1965. Al terminarlo y hacer varias exposiciones
regresó a París, pero a España no tenía muchas ganas de venir. Se
preguntaba ¿a quién voy a interesar? en aquella sociedad del
franquismo. En el año 1971 nos conocimos y me invitó a venir a
Galicia; no la conocía y me encantó. Era todo una hermosura. En sus
playas hubo un tiempo magnífico con muy poca gente. Me quedé
enamoradísima de Pontevedra y las Rías Baixas y desde el año
siguiente comenzamos a venir. Y así entramos a relacionarnos con
todo este ambiente.
¿Él estaba
especialmente satisfecho de algún momento creativo a lo largo de su
obra?
Yo pienso que todas las
etapas fueron para él necesarias, pero para él fue importante el
final de los sesenta y el principio de los setenta, cuando se
convierte en un minimalista. Fue una época que consideró una
verdadera creación. A él le gustaba la época figurativa pero creo
que consideraba que no era su verdadera obra. Cuando se mete en un
camino de verdad es éste, cuando encuentra el relieve, la luz...
después vuelve a esa época y a jugar con la materia. Y otro momento
importante es el de la ceniza, cuando él quiere contar el dolor del
mundo a través de ella.
Ya que habla de
la ceniza, ¿cómo vivieron el incendio del taller de París?
Yo no puedo creer cómo
vivió aquello con tanta fuerza. Cuando llegué él estaba abajo y
los Bomberos ya estaban actuando. Yo me puse mucho más nerviosa, me
golpeó más. Él tuvo una fuerza increíble, al mes siguiente
habíamos conseguido un taller pequeñito con una plancha de grabado.
Y a los dos meses ya consiguió el taller que hoy existe, y hubo que
comprar todos los materiales, porque nosotros salimos sin nada, sólo
quedó el coche que estaba abajo en el garaje. Y en ese momento él
comienza a trabajar con la ceniza y a descubrir ese material.
¿Y es cierto eso
que se dice de que él mismo recogió materiales para emplearlos
posteriormente?
Él recogió restos que
le llamaron la atención. Había muchos materiales de esa etapa con
más colores y le interesó por si se podía hacer algo con eso, pero
luego creo que no los llegó a utilizar.
Y a partir de esa
pérdida, de ese dolor, creó una nueva obra.
Sí, estamos en los
años ochenta, una época en la que comienza a redescubrir materia y
a experimentar, pero en los noventa, ya dominando todo ese lenguaje,
se encuentra con la guerra de los Balcanes, que a él le impactó
muchísimo. En ese momento encuentra el tema del ‘Next time the
fire’, una serie en la que él, que había vivido guerras
anteriores, veía, de nuevo, la tragedia del ser humano. En el 2000
ese sentir se tranquiliza un poco, su ritmo de pintura iba un poco
también en función de lo que sucedía a su alrededor. Estaba muy
impactado por el mundo en general. Era imposible no contar lo que
estaba sucediendo.
¿Qué le gustaba
leer?
Variaba mucho. Leyó a
todos los latinoamericanos (los autores del Boom), que eran muy
amigos suyos. Fíjate, estaba leyendo el libro de relatos de Julio
Cortázar ‘Alguien que anda por ahí’ cuando sucedió el incendio
de París, y el libro quedó allí, quemado. Dedicó mucho tiempo a
leer sobre artistas como Torres-García y subrayaba y anotaba
cosas en los libros. En otra época importante de su vida leyó mucho
a George Steiner, que le fascinaba. Leía todo lo que podía de él y
le gustaban los ensayos sobre política o filosofía.
¿Cómo era
aquella relación maravillosa a los ojos de un lector con autores
como Onetti o Cortázar?
Pues eran muy amigos. A
Onetti, que era simpatiquísimo, lo conocía desde joven, de
Montevideo, trabajando en el periódico, de noches juntos, de andar
con chicas. Hay una anécdota muy divertida en la que a ambos les
gustaba la misma chica y ella se llamaba Libertad, y cuando Onetti
escribió ‘El pozo’ le hizo una dedicatoria a Lepoldo en la que
decía ‘Libertad o muerte’. Onetti se quedó con la chica. Estuvo
en París con su mujer Dolly varias veces y Cortázar también. ¡Era
gente tan inteligente! Ellos ni se daban cuenta, era su manera de
ser, pero los escuchabas hablar y era un placer. Leopoldo tenía una
gran capacidad para hablar, para discutir... Era gente toda ella
sumamente preparada, lo bueno es que no se daban de nada, eran de lo
más normales. Era su manera de ser. Recuerdo una noche en la que
tras la cena estaban el artista Luis Tomasello, Julio Cortázar y
Leopoldo, a quien le fascinaba el jazz, pero no conocía mucho. Yo
no sé por qué se comenzó a hablar de jazz y Cortázar tenía una
sabiduría sobre ese estilo infinita, te podría hablar toda la noche
y como hablaba de una manera tan especial te quedabas horas
escuchándolo, a él y a todos, porque se interrumpían y dialogaban
de una manera brillante.
Leopoldo Nóvoa trabajando en su estudio de A Armenteira (Xurxo Lobato) |
‘Atelier Armenteira’
Coincidiendo con este día tan
especial se inaugura en el Centro Marcos Valcárcel de Ourense la
exposición ‘Atelier Armenteira’, comisariada por Rosario
Sarmiento, experta en su obra y quien también gestiona una
extraordinaria página web llena de materiales
(www.leopoldonovoa.com) en la que se recogen numerosos documentos
sobre el pintor, entre los que destaca una colección de fotografías
de Xurxo Lobato. La muestra podrá verse hasta el 16 de abril y se
centra en ese espacio vital para cualquier creador como es el taller,
a través de 19 obras.
Publicado no Diario de Pontevedra 23/02/2017
Fotografías Xurxo Lobato
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