Hablar de ti. Hablar de
nosotros. A eso se refiere el periodismo cuando convierte en palabra
lo que sucede a nuestro alrededor. Excusas para, a través de la
política, la sociedad, la cultura, los sucesos, los deportes, la
economía o cuanta sección haya en un periódico, aproximarse al ser
humano y calibrarlo en relación al contexto en el que le ha tocado
desenvolverse.
Leo durante estos días
el libro ‘Un golpe de vida’, que el periodista Juan Cruz ha
publicado en Alfaguara para radiografiar el periodismo, el de ayer y
el de hoy, el que se le pegó a su piel canaria cuando todavía era
un muchacho y el que hoy sigue ejerciendo con una ilusión a prueba
de las bombas que la vida y el propio periodismo van haciendo
estallar a lo largo de cualquier existencia. Juan Cruz acaba de ser
galardonado con el premio de honor de la Asociación de la Prensa de
Madrid como reconocimiento a toda una vida profesional. Y es que
aquel chaval que debutó en serio con una entrevista a Julio Caro
Baroja (muchas de sus entrevistas están incluidas en el libro ‘Toda
la vida preguntando’. Editorial Círculo de Tiza) formó parte del
núcleo fundador de El País, donde ocupó numerosos cargos y
desarrolló toda su carrera, principalmente desde la apología de la
cultura, las librerías y la lluvia de flores amarillas. Ahora, con
los tiempos agitados de la profesión, el devenir de los años y bajo
un propiciatorio silencio italiano, Juan Cruz enhebra un relato entre
lo periodístico y lo literario para balizar la situación del
periodismo desde su experiencia, para aplacar el ruido y la furia con
los que las redes sociales han envuelto un pretendido ejercicio
periodístico a golpe de clics y de rabias, pero también para
contener en ese relato cómo el periodismo no se puede disgregar de
la ilusión por su ejercicio y de la vida de quien lo realiza.
«Periodismo es lo que
pasa. Literatura lo que me pasa», acierta a escribir el autor del
libro en dos frases tan sencillas como hondas en lo que contienen.
Juan Cruz nos deja así señaladas sus dos pasiones, que en muchos
momentos son una misma. El manejo de la palabra para informar, para
señalar, para contar, pero también esa misma palabra empleada para
conocerse, para afirmarse, para narrarse. Esa línea invisible que
salta de la página caduca de la prensa hasta la página eterna del
libro es por la que hace equilibrios Juan Cruz, algo que lleva
realizando no sólo durante muchos años sino también sin sosiego,
como un caballo desbocado al que es imposible calmar tirando de las
bridas. Poco dado a rechazar encargos, Juan Cruz siempre ha
sorprendido por su ingente capacidad de trabajo, por su presencia en
numerosos rincones del periódico, prolongado en radio, televisión,
presentaciones de libros (propios y ajenos), conferencias, viajes,
congresos... Y es que Juan Cruz hace del periodismo un oficio
inevitable, el oficio invencible, como el mismo lo califica, una
manera de respirar, de soñar, de entenderse con la realidad.
Quizás muchos hoy lo
vean todavía como un romántico, uno de esos periodistas de otro
tiempo, sin vida más allá de la mirada fija sobre el ordenador,
pero lo que no entienden es que la vida está ahí contenida. En un
periodismo que desarbola a la propia existencia como una tempestad
permanente, como el tempero en el que sementar la otra vida, la
personal, la de la familia, que sólo desde el sobresalto emocional,
tanto alegre como triste, es capaz de torcer esa otra cosecha.
Habla de dolor Juan
Cruz a la hora de realizar este recorrido. Es lo que tiene la
exposición, el asumir su condición ante la comunidad, el que la
literatura se adentre en ‘lo que me pasa’, un dolor íntimo pero
también un dolor público, por lo que la profesión ha sufrido y más
viene sufriendo durante las últimas décadas, también por la
pérdida de los compañeros de viaje, escritores y periodistas
brillantes que han dejado una irreparable ausencia. Juan Cruz no
reniega de hablar de El País, el que no tenía acento y el que ahora
lo tiene; de defender su posición, tantas veces criticada por
quienes han visto en ese medio un cambio en su paradigma fundacional;
de enfrentarse con los adalides de la ‘nueva política’; de
tantear el futuro de la prensa en papel; de sumergirse en estos años
crispados en los que la crisis ha elevado voces y tonos haciendo de
las tertulias un territorio inhóspito que nada tiene que ver con lo
periodístico. En definitiva, Juan Cruz, desde esa habitación de un
castillo de Umbría, desde los intervalos que los viajes permiten,
desde las horas desangeladas que se cuelgan en los cuartos de los
hoteles, nos habla de los cruces entre el periodismo y la vida, de la
necesidad del primero, de la fragilidad de la segunda. Amenazados
ambos territorios, reclamemos el valor del periodismo como sosiego,
como beneficio para una sociedad necesitada de que hablemos de ella
como atajo para hablarnos a nosotros mismos.
Publicado en Diario de Pontevedra y El Progreso de Lugo 31/05/2017
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