Se alborota la ciudad en esta semana de
bullicio, alegría y diversión. Es el jaleo de sus fiestas, el romper con los
hábitos diarios, el conseguir durante unos días eludir esas agotadoras
realidades que nos acosan durante el resto del año. Pontevedra organiza sus
fiestas entre sus tradiciones y los nuevos hábitos que hoy en día se imponen en
una ciudad especialmente pensada para hacerla escenario de la diversión,
hábitat del buen vivir y respiradero de ilusiones.
Con las fiestas de la Peregrina siempre
pasa lo mismo, unos se ponen de un lado de la cuerda a tirar de ella y otros
desde el otro hacen lo mismo. Un vano gasto de fuerzas que, sobre todo desde la
esfera política, deja variopintas situaciones, algunas con un cierto punto
cómico, pero que por las fechas asumimos con buen humor. Ahí tienen por ejemplo
a Jacobo Moreira presentando un cartel de las fiestas con casitas y logo
pepero. Todavía me pregunto qué le llevó al edil del Partido Popular a frenarse
ahí y, además de posar con el autor del cartel, hacerlo acompañado de una
ristra de bellas y simpáticas jóvenes pontevedresas que podrían competir por
ser reinas de las fiestas, o porque no hacerlo con un pregonero de abolengo y
sustanciales méritos que nos permitiese, cuatro días después de escuchar el pregón
de las fiestas, no seguir preguntando quien era la pregonera de este año. Y es
que esta ciudad es así, un continuo tira y afloja entre el ayer y el hoy en la
que engrasar ambas dimensiones parece una empresa de una enorme complicación.
Hemos visto un pseudocartel que carece
de sentido alguno, escuchado un pregón que poco tiene que ver con lo que debe
ser un pregón, pero estamos en fiestas y lo uno y lo otro se borrarán como las
lágrimas bajo la lluvia mientras la ciudad hace de sus calles el auténtico ring
en el que batirse con la fiesta. Las calles llenas de gente son el mejor
barómetro para saber que a esta ciudad lo que le importa es pasarlo bien, que
perdona todo y que Pontevedra donde se hace fuerte es en sus calles,
compartiendo la felicidad de poder disfrutar del paraíso en el que nos ha
tocado vivir. Pero Pontevedra también tiene su historia como sustento del hoy y
en sus fiestas deben permanecer todavía imágenes como la procesión de la
virgen, su ofrenda floral, los fuegos artificiales, su comida de Amigos de
Pontevedra, la batalla de flores, sus gigantes y cabezudos, sus conciertos
(actúe quien actúe), sus peñas taurinas (las de la plaza, claro) y los propios
toros. Todo ello gustará más o menos, participaremos mucho, poco o nada, nos
representará en mayor o menor medida, pero es lo que nos ha ido configurando
como comunidad. De lo que no se dan cuenta muchos es que todo eso, a lo que
tantos le conceden una inusitada importancia, palidece al lado de lo que de
verdad da sentido a esta ciudad. A las cañas con los amigos en el Parvadas, en
el Americano o en la de Petete, a los lazos de yema de Solla, a los niños
chocándole la palma de la mano a los cabezudos, a Rafa Pintos con su sombrero
de copa, a la Peña de la Once trabajando a destajo, a tener que ir por las
plazas de la Verdura, la Leña o Méndez Núñez y cumplir treinta minutos de paseo
hasta encontrar un sitio en el que poder sentarse, a cruzar Michelena
esquivando los coches de pedales, a sacar un número para poder cenar en El
Pitillo, a los partidos de fútbol en Curros Enríquez, a los turistas que se
preguntan ante la estatua de Valle-Inclán si en realidad era tan poquita cosa,
a no olvidar nunca a Sonia Iglesias, a girar la cabeza cuando escuchas la voz
de Meli Fandiño dándote ganas de contarle lo de la calle Lepanto a ver si ella
lo arregla.
En definitiva, Pontevedra donde se la juega es en la distancia corta, en ese escenario de vida en que se ha convertido en los últimos años y en el que durante estos días hemos asistido a secuencias que hablan de su potencial. El ‘Festival de Jazz’, ‘Aquí cántase’ o ‘Itineranta’ son geniales prolongaciones de la fiesta en que se convierten estos meses y que explotará definitivamente en la ‘Feira Franca’, allí donde todos, los de un lado y otro de la cuerda, se sientan en una misma mesa para lograr la apacible identidad de una aldea gala en el fin del verano. Pero si recuerdan bien en ese banquete el pobre bardo acaba siempre amordazado y atado a un árbol, y ahí sí que les dejo libertad total para que aten al suyo. Mientras se lo piensan acaben bien estas fiestas, las fiestas de una ciudad para todos.
En definitiva, Pontevedra donde se la juega es en la distancia corta, en ese escenario de vida en que se ha convertido en los últimos años y en el que durante estos días hemos asistido a secuencias que hablan de su potencial. El ‘Festival de Jazz’, ‘Aquí cántase’ o ‘Itineranta’ son geniales prolongaciones de la fiesta en que se convierten estos meses y que explotará definitivamente en la ‘Feira Franca’, allí donde todos, los de un lado y otro de la cuerda, se sientan en una misma mesa para lograr la apacible identidad de una aldea gala en el fin del verano. Pero si recuerdan bien en ese banquete el pobre bardo acaba siempre amordazado y atado a un árbol, y ahí sí que les dejo libertad total para que aten al suyo. Mientras se lo piensan acaben bien estas fiestas, las fiestas de una ciudad para todos.
Publicado en Diario de Pontevedra 16/08/2017
Fotografía: Rafa Fariña
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